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Rafael Berrio, la virtud de la desgana

por Xavier Valiño

Tras 1971, el nombre de Rafael Berrio parece ya asentado y conocido por un cierto grupo de gente que sigue la música que se hace en nuestro Estado. Ahora edita un segundo disco acreditado a su nombre, Diarios, que sigue el camino del anterior, con una sonoridad muy europea, alejado de la instrumentación del rock. Berrio se enfrenta a él “con mucho ánimo y también con cierto pavor por las buenas críticas que consiguió 1971. Fue un disco de esos que, lejos de decaer con los meses, fue creciendo y creciendo. Es verdad que ensalzado por un público muy minoritario y entendido pero los halagos no paraban de venir. Lógicamente hacer una segunda parte me supuso cierta responsabilidad porque un poco medio en broma pensaba que lo mejor es enemigo de lo bueno”.

¿Es un álbum continuista? En su momento comentaste que te habían quedado algunas canciones y que harías un nuevo disco con ellas. Parece que se trata de un díptico, que uno se complementa con el otro y que juntos todo cobra más sentido, se vuelven una unidad.

– No sé si será un díptico. Lo cierto es que Diarios es una continuación mejorada de la colaboración entre Joserra Senperena y yo tras 1971. Y ha sido así porque ambos nos sentimos satisfechos de ese primer trabajo a cuatro manos y quisimos repetir, esta vez con mayor conocimiento mutuo, habiéndonos tomado la medida uno al otro.

La diferencia más evidente es la preminencia del piano en detrimento de la guitarra. ¿Es así? Tú compones con la guitarra, ¿no?

– Has observado bien. Es el piano de Senperena quien vertebra toda la trama orquestal de Diarios a diferencia del anterior en el que yo tocaba la guitarra española. Lo hicimos así para reducir el presupuesto evitando tomas de estudio ya que Senperena es magistralmente eficaz y yo no. En cuanto a componer con la guitarra, es así, no sé tocar otro instrumento.

Hay más valses en este disco, casi se podría decir que es aún más afrancesado que el anterior. ¿Ha sido casualidad, fruto de un sonido que tira por ahí…?

– Ha sido el azar. No es premeditado sino que me salió así. A la hora de componer voy buscando ruedas de acordes para mis letras y evito todo aquello que suene a rock y sobre todo a blues. Al final, lógicamente, me salen valses y acordes menores que son ecos de la música popular francesa, italiana o española, en definitiva ‘no estadounidense’ si se quiere decir así.

La unidad del álbum creo que se rompe en dos canciones. Por un lado está “Sé libre, se mía”, como un interludio en medio del disco, que no deja de ser un gran tema con un tratamiento sonoro distinto al de Mikel Erentxun e igualmente válido. ¿Querías incluirla?

– Bien observado otra vez. “Sé libre, sé mía” es composición de Erentxun con letra mía. Tiene una sonoridad más luminosa, más evanescente, a pesar de la letra, y yo necesitaba un capítulo así para poner cierta variedad de color en el álbum. Por aquellos meses le escribía a Erentxun letras para su nuevo disco Eléctrica PKW y pensé que esa canción también la podría defender yo y hacerla a mi estilo, sin ánimo de agraviar en absoluto, sino al contrario, como un guiño entre camaradas. La otra sería “Santos mártires yonkis”. La veo más con un tratamiento rock, pero supongo que al meterla en el disco es porque os gustaba más con este sonido, ¿no?

– Pues sí señor, “Santos Mártires Yonquis” es el otro capítulo dispar o diferente. Es evidentemente una canción de parámetros de rock clásico en términos musicales, la única acaso del disco, y me tomé la libertad de añadirla al repertorio pero arreglada por Senperena a la manera de las demás, con toda su orquesta, y sin batería. Estuve dudando si incluirla o dejarla afuera y finalmente, mira por dónde, la gente me la pide en directo más que ninguna otra.

Una de mis favoritas es “La desgana”. Creo que condensa muy bien tu forma de escribir. ¿Algo más que nos quieras comentar sobre este tema?

– “La desgana” retrata un momento de desaliento. Especialmente en el esfuerzo, en el afán de la labor creativa. Uno se pregunta a veces para qué sirve todo esto de escribir y con qué fin se hace nada. Uno se pregunta si no será indiferente hacer o no hacer, ya que todo nos lleva al mismo sitio. Entonces, ¿por qué no ensalzar la desgana, la indolencia, la dejadez? Y luego está la vieja idea aristocrática de retirarse y dar la espalda al mundo, con desdén olímpico, “entre las ruinas de la inteligencia” como tiene dicho Gil de Biedma.

La otra sería “Las pequeñas cosas”, uno de los valses.

– Estoy de acuerdo contigo en ambas canciones. También mis favoritas. “Las pequeñas cosas” es una réplica deslenguada a esos gurús de la inteligencia emocional que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino haciéndonos creer que la perra insatisfacción humana es una minucia. Pues bien, la insatisfacción está dentro de nosotros y en esta canción se demuestra de manera clara y un poco gamberra también, sí. Creo también que quien canta esa canción pudiera tener el síndrome de Madame Bovary o bien estar bajo los efectos de la cocaína.

Una vez más, en medio de tu nihilismo se cuela el humor y la ironía. Supongo que es necesario al componer y al interpretar.

– Son dos elementos contradictorios, paradójicos: Para interpretar estoy obligado a usar el distanciamiento, la voz impertérrita y solemne. Para escribir, no concibo escribir sin ironía, sin humor. Por muy delicado que sea el tema siempre se me cuela algún destello autoparódico, algún ramalazo grotesco o alguna frase que mueve a la sonrisa. Sin esa distensión las canciones serían un espanto, una filosofía árida y deprimente sin interés ninguno.

Es ciertamente curioso que la primera canción sea “La alegría de vivir”, con un título que choca con el contenido de su letra y con el resto de las letras del álbum. Supongo que este detalle tiene una intención que pueda que tenga que ver precisamente con lo que comentado en la pregunta anterior, ¿no?

– No me parece que choque con el resto de las letras. Yo veo esa canción como una reflexión en segunda persona sobre el paso de los años y la pérdida de facultades… sensoriales, digamos. A cierta edad es muy difícil sentir el asombro y las perplejidades que uno sentía cuando joven. Esto es un hecho cierto por mucho que lo quieran negar aquellos de los que te he hablado antes. Es una canción que trata del “Ubi Sunt” de Jorge Manrique, el “qué se hicieron”, el “qué se fizo”. Y de nuevo en clave paródica, o mejor dicho autoparódica, porque está escrita en la segunda persona que habla al yo de la conciencia. Hace dos años me dijiste que fue inevitable poner tu nombre en la portada de 1971. ¿Te encuentras más cómodo ahora?

– No, en absoluto. Más incómodo y más abrumado por cuanto que este disco ha tenido una proyección mucho mayor que 1971. Pero son, supongo, los gajes del oficio. Sacar a relucir el ego monstruoso en el escenario y volverlo a doblegar cada noche al acostarte.

Tengo amigos que están descubriendo a Rafael Berrio ahora. Alguno me ha enviado un mensaje diciendo que cree, desde que te ha conocido, que Berrio es el mejor letrista de nuestro Estado. Para darle más pistas y posibilidades, ¿a qué letristas sigue Rafael Berrio?

– Ahora, a ninguno. En el pasado he sido estudioso de las letras de los tangos. De Cadícamo, de Discépolo, de Le Pera, que fueron grandes maestros. He admirado muchísimo también las letras de españoles como Rafael de León, del trío de ases Quintero, León y Quiroga, autores de las mejores coplas de la época clásica, y en fin, tantos otros… Las letras de los franceses Brel o Brassens o, en las antípodas, la lírica personalísima de Lou Reed, traducida malamente, que tanto me ha enseñado. Sin olvidar a mi hermano Iñaki Berrio que fue quien me enseño los rudimentos del oficio, poeta como es, aunque secreto.

¿Sigue siendo para ti componer una experiencia ardua? ¿Sigue costando que aparezca la musa?

– No le doy mucha chance, la verdad. No suelo trabajar casi nunca en ello. Siempre encuentro una excusa para postergar el momento. Un día tengo que hacer un recado, otro me encuentro mal… Apunto cosas, bocetos y estribillos, pero el momento de la verdad lo imagino lejano, en un tiempo que no acaba de llegar. Y así se me pasan los meses, los años, hasta que me disciplino y entonces ya no paro de pensar en lo que tengo entre manos.

¿Te has olvidado ya del plan de volver a grabar con guitarras eléctricas, con dos Gibson Les Paul movidas por una pareja de Marshall cada una de ellas? Tu vertiente Eddy Current Suppression Ring parece quedar lejos ahora.

– ¡Eddy Current! ¡Which way to go! ¿Cómo has llegado a saber que me gusta? Sí, quisiera hacer esa mezcla de punk-rock de Eddy Current. Ya lo creo. Y lo haré. Algún día me demostraré a mí mismo que todavía sé componer esas canciones llenas de insolencia y energía. Tampoco soy nuevo en eso y ya escribí cosas en el pasado, pero ahora ha llegado el momento de hacerlo ‘bien’.

Creo que te has convertido recientemente a Internet. ¿Qué efectos tiene en tu vida y cómo podría afectar a tus canciones?

– Estoy bastante harto de internet. Instalé el ADSL para hacer la promoción de Diarios al tiempo que abrí una cuenta en Twitter. Ya escribí en las primeras semanas: “Yo antes era un hombre que leía a la hora de la siesta” o bien: “Yo antes era un hombre que escuchaba la radio mientras lavaba las verduras”, etc. Y es que las redes crean una adicción evidente y se sufre esa urgencia del eterno ‘on line’, de la respuesta inmediata, de la conectividad… Todos lo hemos experimentado. Cuando este verano entre en vena para escribir mi próximo disco, está claro que tendré que anular el ADSL, darme de baja y que mi casa quede en silencio y en paz. No hay otra solución: o las redes o la escritura.

¿Cómo llevas la vida en estos tiempos tan turbulentos? ¿Hay ganas de pasar a la acción, de rebelarse desde tus textos?

– No creo que estos tiempos sean más, o menos, turbulentos que los pasados. Siempre el presente parece el tiempo más conflictivo pero, si uno hace memoria o tira de hemeroteca o lee libros de historia reciente, se dará cuenta de lo relativo de esa creencia. De hecho, creo que la sensación de alarma constante y de tiempos de esperanza como contrapeso, viene dirigida desde instancias superiores del poder y esto sí que es novedoso. Esto lo digo sin menoscabo de la santa y legítima indignación que pueda causarnos las políticas actuales.

¿Te gustaría que tus discos tuviesen la posibilidad de conocerse en Latinoamérica?

– Absolutamente sí. De hecho ya me escriben ciertos seguidores desde Chile, desde Uruguay, desde México… Pero por el momento son una minoría irrisoria en términos numéricos, aunque, eso sí, una minoría ilustre, exquisita y entendida, de la cual me siento honradísimo.

¿Te gusta viajar? ¿En qué países te has sentido más cómodo? ¿Cuáles te gustaría visitar?

– Viajar me da pereza, lo reconozco. Y más a países exóticos, así que no he salido de Europa. Tengo amor por Portugal, por ejemplo, de norte a sur; por Lisboa, por Oporto. He estado muchas veces desde niño en París donde tengo familia y me siento un parisino más del distrito nueve. He sentido pasión por España, sobre todo por Castilla. Será una influencia de la generación del 98 supongo. Tengo amor por la ciudad de Madrid y por el pueblo madrileño. Conozco Italia, Inglaterra, Escocia y poco más allá de Bélgica. Ahora me gustaría fervientemente visitar la isla de Santa Elena, en busca de la tumba original de Napoleón, pero está muy lejos, en mitad del Atlántico.