“El desembarco de Alah”, de Lorenzo Mediano
por Alberto López Echevarrieta
Tropo Editores, 2013. 721 páginas. Segunda edición
Galardonado en el IV Certamen Iberoamericano de las Artes, El desembarco de Alah, de Lorenzo Mediano, se nos presenta con el latiguillo de “lo que siempre nos han ocultado sobre la conquista musulmana de la península ibérica”. Cierto es que la historia la escriben los vencedores y que ésta no siempre se ajusta a la realidad. Por eso, y para ser objetivos, conviene repasar las distintas versiones que se han realizado sobre un mismo hecho histórico, cotejar datos y sacar conclusiones. En este caso, es un médico y escritor quien, durante cuatro años y con una dedicación de más de cinco mil horas, ha investigado un hecho tan singular como la invasión árabe de la península ibérica que tuvo lugar en el año 711. Pero más que el hecho en sí, profundiza en la incidencia que tuvo esa cultura en nuestra sociedad, implantada a golpe de mandoble, durante la friolera de 781 años, hasta que los árabes fueron expulsados por los Reyes Católicos. Quiere decir esto que, si tomamos como referencia los años 0 y el actual 2013, los árabes estuvieron en España la tercera parte de este tiempo, que se dice pronto y que, visto con rapidez por nuestros libros de historia, no parece que estuvieron tanto tiempo.
El autor
Lorenzo Mediano (Zaragoza, 1959) ejerce como médico en apartados pueblos de las montañas. Es una profesión que, está claro, le gusta porque “me pone en contacto con la naturaleza humana y con el dolor y la muerte como ninguna otra”. Visto así, coincidimos que es ideal para un escritor. Un escritor que tiene mucho de aventurero, hasta el punto que, mochila al hombro, recorrió Europa utilizando como idioma el esperanto, que lo domina a la perfección. Vivió además la guerra de Bosnia en un viaje al que podría sacar jugo en una próxima entrega.
Cabe pensar qué le indujo a este hombre a enfrentarse con la verdad histórica “oficial” sobre la invasión árabe en el 711 por medio de una novela. Él aduce que su misión no era reescribir la historia, sino explicarla y hacer que los lectores la vivieran en sus propias carnes, la sintieran en sus propias almas. “No he inventado nada, dice. Sólo he rellenado algunas lagunas. Si don Roderico estaba en Toledo y tenía que ir a Pamplona, yo debía decidir la trayectoria. ¿Pasaría por Segovia o daría un rodeo por Zaragoza? Miraba el mapa, analizaba la situación estratégica, me ponía en su lugar y decidía cuál era el camino que seguiría. Pero lo esencial, es saber que don Roderico sitió Pamplona en la primavera del 711, y que abandonó el asedio debido a la llegada de los bereberes. Es un dato histórico”.
En la novela hay tres historias de amor, las de la reina Egilona, Florinda la Cava y la reina Gaudiosa, sobre las que el autor tampoco ha tenido que inventar mucho. “La tradición sobre estos amores ha llegado a nosotros con más detalles que muchas batallas. Tanto en el amor como en la guerra, sólo he tenido que trasladar allí al lector”.
La historia
El desembarco de Alah es un relato novelado de un hecho histórico. Su autor mezcla hábilmente las culturas que se desarrollaron en nuestro país a partir de ese momento, la cristiana, la judía y la árabe. Es más, fecha los capítulos con la data de cada una de ellas. El relato es muy rico en diálogos y situaciones que nos acercan casi a un argumento cinematográfico. Hay aventura, muchos escenarios, batallas, amor… Tiene todos los alicientes para convertirse en una película. De gran presupuesto, evidentemente.
Encontramos en el libro a cántabros y caristios, con sus leyes medievales y sus luchas; a Tariq, con su único ojo, que desembarca al frente de sus tropas bereberes y lucha encarnizadamente contra don Roderico; a los vitizanos en medio de traiciones… Pero también hay una fiebre por el oro, por eso de que la avaricia no conoce épocas. Y diálogos jugosos: “No me llaméis mahometano, sino musulmán, le dice Tariq a Roderico, pues yo me someto a Alah. La mayoría de mis hombres siguen siendo cristianos excepto los pertenecientes a algunas cabilas judías. Así, es un poco difícil considerar esta guerra como una batalla entre el Islam y vosotros, los politeístas”. A lo que Roderico le contesta: “¿Qué importa la verdad en la política? A mí me convenía que fueseis mahometanos sedientos de sangre cristiana e invasores dispuestos a apoderarse de Spania”.
“Ha sido un libro trabajoso y trabajado, señala el autor. Los dos desafíos principales han sido conseguir comprender qué sucedió en realidad, pues la historia nos ha llegado muy distorsionada por distintos intereses, y manejar a ocho protagonistas distintos, hombres y mujeres, cristianos y musulmanes, de manera que el lector tenga una percepción completa de todos los puntos de vista”. Para Mediano, la fusión de culturas es enriquecedora, pero cuando las culturas chocan, como lo hicieron en la Hispania del siglo VIII, cada una tratará de prevalecer, o por lo menos sobrevivir, unas veces por medios pacíficos y otras mediante la guerra.
“La realidad fue que, si bien la gente común y los eruditos pasaban en muchas ocasiones por encima de las diferencias religiosas, en otras se mataban con saña, movidos por intereses económicos, políticos o simple y puro odio”. Pelayo, Tariq, don Roderico… ¿Qué grado de distorsión tiene la historia que ha llegado hasta nosotros? “Tras una profunda investigación, dice el autor, he llegado a la conclusión de que, en verdad, Covadonga fue una derrota cristiana. Tariq es un héroe para los musulmanes y un astuto malvado para los cristianos. En mi novela, Tariq es un hombre astuto y valiente, de eso no hay duda, que siente una profunda fe religiosa y, al mismo tiempo, consiente en la destrucción de Écija y en el asesinato de todos sus habitantes. Y Pelayo, un hombre que huye de las batallas por amor a una mujer, fue recaudador de impuestos para el Califato. O sea, que eso de que los astures resistieron a los musulmanes es absolutamente falso”.
Como el lector puede suponer, el libro tiene un interés latente, no en vano ha sido premiado en el IV Certamen Iberoamericano de las Artes, pero, sobre todo, ejerce una gran atracción para el lector desde la primera página. Además la narración es muy amena por lo que la obra es digna del mejor encomio.