Javier de Torres, mordaces boleros de amor y muerte
por Xavier Valiño
El mismo título, Dow Jones no es un cantante, ya augura que el séptimo álbum de Javier de Torres vuelve a ser asunto nada convencional. Pero en esta ocasión, sorpresa, entre los perplejos se encuentra también su propio firmante, un inclasificable trovador pop madrileño con el aguijón de la ironía siempre afilado.
“Yo he escuchado a los Beatles toda la vida”, admite, “y cuando mis padres ponían en casa un disco de los Panchos no me llamaban mucho la atención. Por eso jamás pensé que acabaría haciendo esto”. Esto es un trabajo a la cubana y en compañía de El Trío Sentimiento, formación clásica de guitarra, requinto, tres, maracas y demás señas de identidad tímbrica del Caribe. Claro que el cubanismo de Javier es, como todo en su trayectoria, extraordinariamente sui géneris. Los boleros de Dow Jones no es un cantante hablan un poquito de amor, pero también de accidentes aéreos, deterioros físicos, crueles herencias genéticas, quebrantos financieros, pijazos que escriben discursos para la FAES o inquietantes críticos musicales.
Todo surgió por casualidad, casi como un ejercicio de estilo. De Torres se puso como reto escribir un bolero y le salió “Nadie como tú”, una pieza de hechuras canónicas que abre la colección. A partir de ahí, este madrileño de mediana edad (“como las folclóricas, prefiero no contar los años”) arrimó los sonidos cubanos a su peculiarísimo universo de ternuras, mordacidades, angustias vitales e impudicias.
“Yo no podría aportar nada al bolero desde la perspectiva de la ortodoxia”, argumenta, “porque siempre hay alguien que lo ha hecho antes y mejor que tú. Por eso preferí innovar en aspectos como el contraste entre las segundas voces clásicas y unas letras muy apartadas del género. Cuando escucho, por ejemplo, a Alexander Rivera cantando “Un periodista musicaaaaal” (en “La chica de promoción”), pienso que el resultado puede ser divertido y valioso”.
Bolerista heterodoxo y sobrevenido, De Torres comprendió pronto que la canción cubana le permitía abordar temáticas que habrían sido incómodas desde los territorios del pop. “El bolero invita a manejar términos gruesos en las letras”, explica. “Puedes escribir ‘amor’ en un verso, tranquilamente, sin que chirríe, y uno ya va teniendo edad para escribir de amor y muerte…”
Ya lo había hecho antes, en realidad, pero la temática ahora se intensifica. Durante los apenas 25 minutos de Dow Jones no es un cantante hay tiempo para que sucedan no pocos acontecimientos. “Me gustan los discos densos, en los que pasan cosas”, reivindica De Torres, “y en este quise alternar letras livianas y amargas, aunque sospecho que en todas termina latiendo un cierto trasfondo doloroso”. En “Fuimos jóvenes” medita, por ejemplo, sobre “los años que nos quedan hasta el cáncer o la embolia”, aunque ningún pensamiento resuena tan demoledor como ese par de versos (“deterioro, enfermedad y muerte / eso es vivir”), que inauguran “Pastel de manzana”. “Sí, es una idea que suscribo a título particular”, admite el autor, tras unos segundos de silencio. “Pero mi derrotismo, en último término, tiene un efecto vitalista: me conjuro para intentar vivir con intensidad cada segundo”.
Su propio periplo personal constituye un buen ejemplo. Abogado en ejercicio, Javier de Torres araña tiempo al tiempo para cultivar su gran pasión: la caza y captura de buenas canciones. Y se ha convertido en un compositor prolífico, que solo en estos últimos años ha encadenado un trabajo de piezas breves y provocadoras (Insolente, 2008), una cuidada producción con vientos y cuerdas (Las grandes ambiciones, 2010), una sorprendente colección de versiones (Inspiración vuelve, 2011) y el presente Dow Jones no es un cantante, al que sucederá antes de que finalice este 2012 un álbum con arreglos de cuerda a cargo de Jesús Redondo, de Los Secretos. “Pero no soy ningún creador compulsivo, ningún Calamaro”, relativiza. “No me dedico a la novela ni a la dirección cinematográfica, sino que escribo meras canciones pop. No conviene exagerar: por mucho que te pongan ‘artista’ en el contrato discográfico, hay que quitarle trascendencia a todo esto…”.
En cualquiera de los casos, la indiferencia es una reacción improbable ante entregas como Dow Jones no es un cantante. Hay buenas dosis de provocación en ese burgués, asesor en la cumbre de las Azores, que recuerda cómo “hacíamos el amor en los años de Aznar” (“Gabana”); en esa jet afligida porque “pasaron a la historia las compras en Londres, los buenos tiempos” (“Delilah es una gran canción”); en las azafatas que, con el avión cayendo en picado, “muestran al fin su ropa interior, y una erección gravitatoria desafía el vértigo”.
Este acercamiento iconoclasta al son y el bolero nos redefine a un Javier de Torres que, una vez más, da buenas muestras de ser totalmente impredecible. Y que además, seguramente, canta mejor que nunca. O como él mismo matiza, “con un aire más tremendista y melodramático”.