Leopoldo Brizuela: “Una misma noche”
por Mercedes Martín
Alfaguara. Madrid, 2012
Un hombre, a raíz de un atraco en la casa vecina, recuerda un incidente parecido mucho tiempo atrás. Poco a poco, se planteará seriamente la necesidad de reconstruir en la memoria aquel incidente de la niñez porque desea dilucidar cuál fue su papel y el de su padre entonces, si debió o si pudo actuar de otra manera, qué sintió, qué ocurrió realmente… Todo ello enlaza con lo que otras personas vivieron también: la experiencia compartida de la dictadura y sus abusos inconcebibles, inexplicables, para los que no hay palabras ni razones. Sin embargo, el protagonista quiere ponerle palabras, jugándose en ello al mismo tiempo su profesión de escritor y su cordura. A medida que las palabras aparecen, aparecen también los recuerdos en las distintas versiones que proporcionan a la vez la mente y las emociones, las distintas caras del dolor: lo que fue o lo que pudo ser, o lo que uno quisiera que hubiera sido o no hubiera ocurrido jamás.
A medida que se van esclareciendo los hechos o los sentimientos, o todo junto, el escritor va reencontrándose con su vocación, pero también con sus familiares y vecinos, implicados en aquello tanto como él, con las instituciones cómplices, con los monstruosos argumentos de los arquitectos del horror. ¿Qué hacían esas personas, los vecinos, tras los visillos: espiar, temer, conspirar? ¿Qué hacen ahora que no hacen nada y las peores canalladas campan impunes a sus anchas, ante la cobardía y la indiferencia de todos, muchos años después? ¿Cómo puede seguir activa una mafia o una trama del terror en la que todos se insertan obedientemente?.
El escritor pregunta, investiga, sospecha, no como un policía o un mero observador, sino como una víctima que reconoce que también es verdugo, que formó parte de “la historia” y tuvo su papel más o menos activo, no haciendo nada o haciendo como si nada. Y que sigue sin hacer nada ante los mismos estímulos y ante los mismos fantasmas todavía hoy. Mientras el misterio no se resuelve, tiene que soportar verse a sí mismo y a su madre anciana, como meras piezas del puzle del miedo que siguen dispuestas a jugar la misma partida y atienden a las mismas alarmas.
Por eso, el narrador de esta novela (lo que me parece más interesante) tiene los nervios siempre a punto de romperse y en la boca siempre la misma frase propia de un paranoico: “si me llamasen a declarar”, con la que empieza muchos capítulos. Una narración que se inserta así en un juicio, una memoria que se autoinculpa a cada paso, unos hechos que están continuamente en el punto de mira, bajo el foco de la sospecha.
El escritor argentino, que ya ha publicado antes con Alfaguara, ha obtenido el premio de Alfaguara de Novela 2012.