Bruno Galindo: «El público»
por Mercedes Martín
Lengua de Trapo, Madrid 2012, 222 pp.
Bruno Galindo es un artista multidisciplinar. Perfo-poesía, música-poesía, poesía-pintura… En su página web enumera los ámbitos de su interés: música, periodismo, literatura. El público es su primera novela. Parte de la novela se prefigura en sus espectáculos musicales, en las que una voz grave de acento argentino nos habla (spoken-word), más que nos canta, acerca de la falta de eternidad.
El público es, precisamente, el protagonista de la novela. Representado en un hombre cualquiera, alguien sacado de una estadística, que viene a ser lo que en el programa posthumanista se llama postsujeto y en los análisis de mercado, consumidor. El público es la clase media frustrada, consumista, pero marxista nostálgica, cínica y oportunista, se queja, pero paga las facturas y hace oposiciones —si la dejan. No tiene principios, sino que tiene miedo. En la teoría, tiene ideales, en la práctica reconoce que los ideales están bien para otros, porque ellos pertenecen a otra generación y tienen que pagar la hipoteca. El público es el “último hombre” del programa nietzschiano.
Lo mejor de El público o lo que me parece más interesante es la voz narradora, que habla como quien lee las estadísticas. Lo que sucede al hombre medio, a “nuestro hombre”, es lo que sucede a la población de cierto rango de edad y nivel adquisitivo, según las estadísticas que manejan las grandes empresas y los gobiernos. Lo que ocurre en la novela es ordinario y, por eso, predecible. Por eso es patético que un número en la estadística intente escapar de su destino estadístico. El amor y el desamor, el éxito y el fracaso, la vejez, los proyectos abandonados… Todo se cumple según la media. Lo que parece una vida, es perfil o tipo. Sólo una cosa nos saca de esta rutina deliberada: de vez en cuando sentimos (también el narrador) cierta autocompasión, aquel puntito casi invisible, mezclado con otros en el diagrama de tarta, aquel ser anónimo y apático, nos grita en el espejo.
Mientras los poderosos parecen permanecer inmunes a las leyes y a la Agencia Tributaria, el público es contabilizado, grabado en sistemas de video vigilancia, manipulado en la publicidad, en las noticias, retenido en los controles de aduanas, vendido en internet, fichado por las compañías de todo tipo, en la calle le piden la documentación, lo despiden del trabajo, lo expulsan del sistema, de su casa, le dejan un rinconcito en un cajero (para más recochineo) y allí duerme.
Pero en algún lugar no detectado en los gráficos, una masa de gente representa la nueva era, gente que se reúne y debate sobre el futuro: ellos no quieren seguir siendo carne de mercado ni vivir como otros quieren que vivan, quieren inventar nuevos caminos. ¿Estará a tiempo el público de transformarse en este nuevo agente social, de constituirse en “una nueva conciencia, [con] un grado de lucidez colectiva nunca visto hasta ahora”, “una revolución generada por una telepatía furiosa que sería activada por una especie de Golem electrónico”? No contaré cómo termina la historia.