“El hombre salvaje”, según Charles Fréger
por Alberto López Echevarrieta
Museo Vasco de Bilbao, del 14 de marzo al 20 de mayo de 2012
Sesenta fotografías en torno a la idea del hombre como bestia salvaje y su representación en los distintos carnavales europeos se exponen en el Museo Vasco de Bilbao. Constituyen una muestra sumamente atractiva no sólo por su presentación, sino también porque hace un repaso exhaustivo de las singularidades étnicas y tradiciones de distintos países. “He trabajado en la serie “Wilder Mann” en los dos últimos años a través de diecinueve países europeos recorridos en el siguiente orden: Austria, Italia, Hungría, Eslovenia, Macedonia, Bulgaria, Grecia, Polonia, República Checa, Eslovaquia, España, Portugal, Alemania, Croacia, Suiza, Francia, Rumanía, Finlandia y Escocia”, ha señalado su autor, Charles Fréger, en la presentación de la muestra.
El fotógrafo francés analiza la relación entre el hombre y las bestias salvajes a través de los personajes antropomorfos que animan las mascaradas. Los clasifica en dos subcategorías: aquellos que pertenecen a otro mundo e ilustran un estado “diferente” o los momentos de paso y transición, y aquellos que, sin constituir más que la mitad de una realidad, deben ser completados por otro personaje y formar así las parejas atípicas.
Dentro de la primera serie sitúa a una serie de figuras, tan originales como variopintas entre las que están el Diablo, intercesor entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y que, paradójicamente, genera más risa que temor; los Extranjeros que, procedentes de otro lugar, son considerados como “diferentes”, los Mendigos o los Locos, aquellos que no creen en Dios; la Muerte o los Muertos, embajadores del más allá; los Casados, en el límite entre dos estados civiles, etc. La mujer es también una figura muy apreciada en las tradiciones de las mascaradas, si bien ha sido tradicionalmente encarnada por un hombre. El carnaval ofrece al macho el pretexto ideal para asumir su parte de feminidad o para burlarse de sus cónyuges y de sus madres, lejos de las convicciones sociales que aún condenan los comportamientos femeninos en un hombre.
La mayor parte de las veces, el hombre salvaje viste un atuendo realizado con elementos naturales o con pieles de animales; su cara se convierte en irreconocible bien mediante una máscara, un disfraz que le cubre totalmente o incluso más, con la aplicación de maquillaje negro. Su caracterización generalmente se completa con un bastón, maza o similar, y uno o más cencerros.
Según Fréger, la misión de los cencerros es acompañar la marcha del hombre salvaje, acentuando cada uno de los movimientos con su repiqueteo. Su peso, puede llegar a los 40 kilos, evidenciando la virilidad y la fuerza del personaje. Su atuendo es, por consiguiente, ambiguo, tanto como lo es su papel en las tradiciones de las mascaradas. Pudiendo ser suficiente por sí mismo, en ocasiones está subordinado a otros personajes, más humanos aunque a menudo también igualmente híbridos. El otro encarna el complejo vínculo de amor y odio que establece el hombre con su entorno.
Las máscaras zoomorfas son universales, como lo demuestra esta exposición. Manifiestan los lazos que unen al hombre con su entorno o dicho de otra manera, con la cultura y la naturaleza. Misteriosos, fascinantes y sobre todo mudos, los animales se han considerado siempre “aptos para pensar” y han sido investidos de toda una simbología y de numerosos poderes destinados a controlar el entorno natural del hombre.
Cada sociedad ha favorecido al animal más rico, metafóricamente hablando, de su entorno y éste por tanto, debe conseguir el beneplácito de los espíritus, la fecundidad de la tierra, la fertilidad de las mujeres, una climatología apacible…
Las máscaras zoomorfas europeas más utilizadas son las representativas del oso y la cabra, según el artista. Ambas aparecen siempre junto a un personaje humano que intenta mantener el control sobre el bien y el mal en un ciclo sin fin, al igual que lo es el de las estaciones o el del carnaval. El oso, figura mítica de la primavera, es un personaje ampliamente extendido por Europa, especialmente en Austria, los países balcánicos, la Europa del norte o en las regiones montañosas de los Alpes y de los Pirineos. Su indumentaria está hecha a base de pieles, la mayoría de las veces procedentes de un animal doméstico y va acompañado de un personaje que es el domador surgido durante el siglo XIX con el desarrollo de los espectáculos itinerantes.
La figura de la cabra se encuentra en numerosas civilizaciones, sobre todo en la mitad oriental de Europa. En Austria acompaña a San Nicolás en sus recorridos ataviada con una mandíbula móvil, mientras que en Polonia, esta máscara arcaica está asociada a los coros de Navidad. En los países nórdicos le acompaña o le sustituye el macho cabrío. No es extraño porque, según la tradición, concede felicidad, salud y riqueza.
“El hombre salvaje” es una exposición plena de interés, no sólo por la calidad de las fotografías, sino por su labor didáctica.