Turner y los maestros
por Redacción
Museo del Prado. Madrid. Del 22 de junio al 19 de septiembre de 2010
El paisaje a través de la mirada de un genio
El proceso creativo de J.M.W. Turner destaca dentro del contexto de la pintura inglesa del siglo XIX, donde las obras se limitaban a describir paisajes muy dibujados, muy imaginativos, casi irreales. La llegada de Turner aporta movimiento, luz, color y vitalidad, mutando esos paisajes ideales y logrando mostrar la fugacidad de un instante en la naturaleza.
Turner nació en Londres el 23 de abril de 1775 y murió en Chelsea el 19 de diciembre de 1851. Fue un artista movido por las sensaciones y el color, que rompió con el proceso pictórico establecido, llegando a un nivel de abstracción que no se verá hasta muchos años después y dotando a la palabra boceto de un nuevo significado.
Son pocas las ocasiones que hemos tenido de contemplar en España la obra de un gran pintor como Turner. En los últimos 30 años, tan solo se han presentado dos muestras de algunas acuarelas y dibujos suyos: una en el Museo del Prado en 1983, y otra en la Fundación “la Caixa” desde noviembre de 1993 hasta enero de 1994. Pero su fama se debe más a sus trabajos al óleo que a sus acuarelas, posiblemente por no darse en la actualidad a esa técnica la importancia que se merece. Pero con esta exposición de “Turner y los Maestros” el Museo del Prado nos abre las puertas a un recorrido por 42 obras de pintor inglés y otras tantas de grandes maestros como Rembrandt, Rubens, Claudio de Lorena o Canaletto, que ponen de relieve los vínculos que existen entre él y algunos artistas del pasado, así como la forma que tuvo Turner de asimilar sus trabajos, de transformar sus enseñanzas y de modernizar sus creaciones.<br>
La muestra es un caminar y un descubrir las influencias de los grandes maestros que se aprecian en la obra de Turner, e incluso las de algún otro pintor británico cercano a él, como Gainsborough. Su relación con ellos, su modo de verlos, y el largo proceso creativo de cambio que sufrió para pasar de una tradición paisajística fiel a los detalles de una naturaleza observada con minuciosidad e idealizada, a una forma personal de pintar en la que destacan dos elementos fundamentales: la luz y el color.
El hecho de contemplar las obras de diferentes maestros juntas nos lleva a entender como ciertas luces y brillos de Rembrandt parecen verse en los fuegos y resplandores de los hornos y los incendios que pinta Turner, o como los verdes intensos de sus mares bravíos parecen proceder de lo contemplado en algunas obras del pintor holandés Ruysdael. Muchos de estos detalles los asimiló Turner en sus viajes y los recreó con su sensibilidad y su capacidad para plasmar los matices del paisaje alpino, el gris sombrío de la laguna veneciana o el suave verde de la campiña inglesa. Logró fundir en sus obras la influencia paisajística de dos escuelas, la holandesa de Rembrandt y la flamenca de Rubens.
Pero Turner también pintó, casi copió, con gran minuciosidad las obras de Claudio de Lorena, Poussin o Canaletto, pero dotándolas de otra mirada, de otros tonos más brumosos o más brillantes; de otro ambiente. Con él la pintura al óleo adquiere unas transparencias y calidades especiales, que en algunos momentos fueron mal entendidas por ciertos críticos, pero que dan a sus cuadros una luz, un color y un movimiento propio y singular.
Dentro del conjunto de pinturas que podemos admirar, hay cuadros muy trabajados, con gran preocupación por los contrastes y los detalles, mientras que otros son casi abstractos y en ellos todo se confunde y es difícil diferenciar figuras, mar o cielo, como sucede en “Tormenta de nieve” de 1842, en la que logra unos efectos de luz con tanta fuerza y belleza como los que pueden verse en obras de artistas muy posteriores.
La idea que todavía tenemos del gran pintor romántico aislado y extraño en su propio mundo no encaja con Turner. Él no era un artista aislado ni un genio solitario, sino un pintor muy relacionado tanto con artistas de su entorno, a los cuales se enfrentaba e incluso desafiaba pero de los cuales también aprendía, como con la gran tradición pictórica anterior.
Los numerosos viajes que Turner realizó a lo largo de su vida tuvieron una importancia decisiva para su pintura. Desde el primero que le llevó a Gales en 1792, a otros muchos en los que recorrió los Países Bajos, Francia e Italia, llegando incluso hasta Suiza y Alemania. En todos supo captar las primeras impresiones ofrecidas por un paisaje, una atmósfera y una luz, al tiempo que era capaz de admirar y estudiar las obras de grandes maestros que en muchos casos pasarían a ser modelos para él.
Al final de su vida realizó cuadros en los que la doble influencia, por un lado del paisaje clasicista y por otro del naturalismo de los Países Bajos, le llevó a lograr una maravillosa transformación de lo hasta entonces conocido como pintura de paisaje.
Tras admirar esta gran muestra que nos ofrece el Museo del Prado, nos damos cuenta de que Turner fue un extraordinario maestro, todo lo que se puede esperar y pedir a un artista él lo consiguió, demostrando lo importante que es cualquier forma de arte siempre que logre establecer una profunda comunicación con el espectador.