Grada Kilomba: ”Opera to a black Venus”

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Discos

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Discos

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Mínimo Tamaño Grande: «Return»

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Chagall: imágenes oníricas, colores resplandecientes

por Carmen González García-Pando

Museo Thyssen-Bornemisza/Fundación Caja Madrid. Del 14 de febrero al 20 de mayo de 2012

Erase una vez un pequeño hombre de origen ruso que vivía en una casita de la ciudad de Vitebsk. Vivió muchos, muchos años y durante su larga vida enseñó a las gentes fábulas maravillosas que narraba con imágenes fantásticas y colores resplandecientes. Se llamaba Marc Chagall.

El cuento es tal vez la imagen que mejor define la vida artística de este pintor. Su pintura ha sido un bello y poético relato de las costumbres humildes de los hombres. Y así, como si de un niño se tratase, sus cuadros jamás se apartaron de esa inocencia crítica del mundo infantil. Ingenuos eran los personajes, animales y aldeas que repetía constantemente; pero nunca exentos de significado y misterio. Si para Goya el mundo de los sueños creaba monstruos temibles, para Chagall la realidad onírica es juego y diversión. Las vacas pastan en los tejados, los peces vuelan, los gatos tienen cabeza humana y los cielos se cubren de multitud de seres flotantes. Todo es posible en la cabeza de un niño que sueña con un planeta diferente y más divertido.

Esto es lo que consiguió en sus largos noventa y muchos años de vida este judío que se declaraba amante del trabajo y del silencio. Tal vez por esta razón adoraba el mundo sin palabras de los sueños y la quietud de los animales domésticos. Y tal vez, también, por eso encontró en las costumbres populares y en la Biblia la mejor fuente de inspiración temática.

Sin llegar a participar plenamente en las corrientes vanguardistas del momentos (muchos de sus contemporáneos criticarían su falta de “compromiso”), lo cierto es que la pintura de Chagall supuso una revolución que ya presagiaba las posteriores corrientes surrealistas. Rusia le enseñó a amar la pintura y le impregnó del espíritu oriental y del placer por la vida sencilla. Sin embargo fue París la ciudad en donde el artista conoció “la luz”. En 1910, y motivado por el más poderoso foco cultural, Chagall llega por vez primera a Francia y descubre a Braque, Picasso, Delaunay, Leger, Modigliani… Es el momento álgido del fauvismo y cubismo, movimientos a los que Chagall no se adhiere pero de los que si toma una nueva plástica más moderna pero siempre teñida de su propio estilo. Un estilo que, a raíz de su contacto con Van Gogh –el pintor al que más admiraba- , Matisse y Vlamink  su pintura se vuelve más colorista y se libera totalmente del dibujo.  París provocó este cambio en sus pinceladas como el mismo escribía en cierta ocasión: “Yo he traído mis objetos de Rusia. París les ha echado encima su luz”.

Regresó varias veces a Rusia, le ofrecieron diferentes puestos políticos pero él no estaba preparado para desarrollar otra tarea que no fuera la pintura. Por eso volvió de nuevo a Francia y se afincó definitivamente en Vence (Provenza). La atmósfera del sur, los colores, la luz se adueña de los lienzos con un aire nuevo de serenidad y armonía. A ello contribuye la temática pausada de sus composiciones: la maternidad, el amor, la religión, la mitología… que se presentan tratados con la misma dulzura y sensibilidad de los cuentos de hadas. Son fábulas que cualquiera entiende aunque no por su simplismo, sino muy al contrario, porque representan la esencia del conocimiento más primitivo, más humano. Es aquí donde Chagall ha sabido llegar a las raíces másingenuas y poéticas de los hombres. No es raro pues que haya despertado tanto interés en tanta gente joven y mayor, especializada y profana, en oriente y occidente.

Chagall impregnó su saber en múltiples ámbitos: vidrieras, esculturas, mosaicos, escenografías, tapices… y, por supuesto, en numerosos lienzos.  La exposición que el museo Thyssen de Madrid y la Fundación Caja Madrid dedican al autor es sin duda la más grande realizada hasta ahora. Más de 150 piezas, repartidas de manera cronológica entre las dos sedes, analizan la larga y variada producción del pintor cuyo arte se inspiró en las tradiciones rusas, en los ritos y costumbres de su pueblo, en los acontecimientos históricos de los que fue testigo.

En la primera parte: El camino de la poesía se hace un recorrido por los inicios de su carrera como artista. Son los primeros lienzos de claras influencias rusas, sus primeros años en París, el exilio a Estados Unidos, su paso por la Rusia revolucionaria para finalizar, de nuevo, a Francia.

Los sueños pueblan su imaginación en una bella combinación entre lo real y lo irreal donde lo sagrado y sobrenatural ocupan un lugar relevante.  A este respecto es importante anotar la serie de aguafuertes que en 1931 el pintor realizó para ilustrar la Biblia. Ambroise Vollard le encargó este trabajo y Chagall, después de un viaje a Palestina, se sintió conmocionado por esa experiencia en Tierra Santa que de continuo le interpela sobre su identidad, sus raíces y su ferviente espiritualidad.

El poeta Apollinaire calificó su arte de sobrenatural, ajeno a tendencias y modas. Un arte que se renueva, peculiar, original que comunica felicidad y optimismo en quienes lo observan por la factura de su imaginativa composición y los resplandecientes colores. La luz impregna la pintura de Chagall y nace de una paleta de colores y tonalidades orientales.

Las obras expuestas en la Fundación Caja Madrid ocupan la etapa que abarca los años comprendidos entre 1948 y 1985. Bajo el título El gran juego del color se muestran algunas piezas de cerámica de los años cincuenta. Una experiencia que el artista experimentó en esa época porque comprendió que el barro le conectaba con un arte de claras raíces populares. De esta aventura con la cerámica al siguiente paso con la escultura, fue solo cuestión de poco tiempo.

El contacto con escritores que Chagall mantuvo de manera permanente dio lugar a bellas estampas que ilustraban los libros de muchos de sus amigos poetas. La litografía y el grabado a buril dio a su obra un innovador y original impulso como se refleja en el conjunto de las obras expuestas. Bretón, Cendars o el mismo Apollinare se encontraban en su círculo de amistades lo que le influyó sobremanera y por lo que fue considerado un pintor “literario”.  Su amistad con Malraux, –en los años en que este fue ministro de cultura- le proporcionó el grandioso encargo de decorar el techo de la Ópera de París y la creación en Niza del Museo del Mensaje Bíblico (el actual Musée National Marc Chagall).

Finalmente no es extraño que Chagall sintiera fascinación por esa gran fiesta que es el circo. En este mundo de trapecistas, payasos, equilibristas… todo es posible. Los animales bailan, los saltimbanquis vuelan. Hay un canto a la alegría que Chagall recrea en sus lienzos con colores y luces imposibles. Colores vistosos, de tonalidades  casi olvidadas y que el artista recupera para iluminar sus composiciones. A este respecto es interesante citar la descripción que hace el comisario de la muestra Jean-Luis Prat sobre uno de los colores empleados: “Desgrana el azul chagalliano tonalidades inusitadas en el lenguaje pictórico de hoy: índigo, cobalto, ultramar, cuando no Prusia o, desde luego, celeste, turquesa o lavanda”.

Azul es el color del cielo y de los sueños, símbolo de la esperanza y con el que Chagall envuelve muchos de sus cuadros. Uno de ellos, la conocida “Novia de las dos caras”, realizada en 1927 y cuya protagonista es su novia –y primera mujer- Bella, resume a la perfección las claves de su arte. En primer lugar la figura central es una mujer, una novia con dos caras que funciona como alegoría de la felicidad de la vida conyugal. Uno de los rostros, el de la izquierda, observa la luna, lleva un abanico en la mano y está velado. El de la derecha en cambio apunta al día y mira un gran ramo de flores, motivo este muy empleado por Chagall ya que le permite ahondar en el conocimiento de la luz y el color.

Unos diminutos músicos tocan instrumentos propios de la cultura judía y dos cabras junto a otra figura femenina pululan por el ambiente. Se trata de figuras muy pequeñas, meramente decorativas y a una escala muy inferior a la de la novia. Finalmente el color azul, con sus diversos efectos e intensidades, envuelve la escena. Una escena solo posible en el mundo de fantasía y libertad del soñador que fue Marc Chagall.