Anselmo Guinea: Los orígenes de la modernidad en la pintura vasca
por Alberto López Echevarrieta
Museo de Bellas Artes de Bilbao, del 13 de febrero al 20 de mayo de 2012
Anselmo Guinea. Los orígenes de la modernidad en la pintura vasca es el título de la primera exposición monográfica dedicada a un pintor cuya obra resulta fundamental para conocer las transformaciones estéticas experimentadas por la pintura vasca en el cambio del siglo XIX al XX. Ochenta y cinco obras, de las que más de la mitad son inéditas y otra buena parte jamás han sido expuestas en público, componen esta muestra que constituye todo un hito en la historia del Museo de Bellas Artes de Bilbao gracias al patrocinio de BBK. Junto a los trabajos del artista se pueden ver cartas ilustradas, ilustraciones creadas expresamente para publicaciones de la época, autorretratos y un busto de Guinea realizado por Nemesio Mogrobejo.
La exposición cuenta además con el exhaustivo trabajo de investigación en torno al pintor llevado a cabo por el historiador Mikel Lertxundi y que ha constituido su tesis doctoral.
El gran desconocido
Anselmo Guinea es ante todo un gran pintor, pero también es un gran desconocido fuera del ámbito de la cultura vasca. Hasta ahora sus cuadros se han ido mostrando en pequeñas dosis, la catalogación de su obra ha sido nula y su biografía todo un misterio. El trabajo de Lertxundi es una paciente labor de años. Para Juan Viar, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, ”al calor de la figura de Guinea se investiga toda una época y muchos nombres y episodios desconocidos o mal conocidos, que es peor, de ese tránsito estético tan importante como lo fue el del siglo XIX al XX con lo cual se reconstruye un episodio más amplio y colectivo que el que Anselmo pinta por sí solo. Es, por tanto, una labor historiográfica enorme. La exposición creo que responde a ese esfuerzo y sirve como respuesta al interés que siempre ha existido por ese nombre mítico que es el de Anselmo Guinea”.
La muestra se presenta siguiendo las etapas fundamentales de la vida artística del pintor. Anselmo Guinea (Bilbao, 1855-1906) tuvo un primer aprendizaje en su ciudad natal, completando sus estudios en Madrid a partir de 1874 en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. Cuando regresó a Bilbao al año siguiente empezó pintando personajes populares y los paisajes al aire libre que ocupan la primera parte de esta exposición. Se ganó así el mecenazgo del político y empresario Manuel María de Gortázar que corrió con sus gastos en Roma a donde se trasladó para asistir a la Academia Chigi y a las clases de la Academia Española.
Costumbrismo para empresarios
En esa época, Guinea adquirió una gran soltura con la acuarela con la que hizo obras notables. De vuelta a Bilbao tomó parte activa en la vida artística y cultural de la Villa. Tomó con energía el género costumbrista vasco para dar respuesta a la demanda del coleccionismo local. Era la época de máximo esplendor de la industria vasca y fueron los grandes empresarios que surgieron en ella quienes pidieron al artista este tipo de pintura. Curiosamente, las obras de este período son de una candidez argumental que claramente hundía sus raíces en la literatura romántica correspondiendo el protagonismo a aldeanos y al caserío.
Sus formas compositivas y plásticas denotan una procedencia italiana, pero el artista va renovando el concepto costumbrista y se va acercando a postulados impresionistas y naturalistas franceses. Se va perfilando una trayectoria que se caracteriza por la experimentación constante con los lenguajes y soluciones plásticas que le motivan, pero manteniéndose siempre fiel a unas señas de identidad que se caracterizan, como señala Lertxundi, “por un gran sentido narrativo, un acertado posicionamiento de los grupos de figuras y una modélica captación de la luz”. La ejecución resulta irreprochable.
Influencia francesa
Guinea, con sus imágenes costumbristas, busca la sonrisa del espectador. Hace dos viajes a la capital francesa donde se integra en los círculos renovadores de la mano de Ignacio Zuloaga, Manuel Losada. Darío de Regoyos, Santiago Rusiñol y Ramón Casas, lo que le permite conocer de primera mano el puntillismo que va incorporando a su producción. Recoge el ambiente de los barrios altos. Resulta particularmente bella su visión del Moulin Rouge (1895), pero también refleja la vida en las avenidas inmediatas a Montmartre, donde vive con Zuloaga, interesándose por ese mundo suburbial en el que pululan vagabundos, floristas y vendedores ambulantes.
De regreso se instala en Deusto, aún no anexionado a Bilbao, se vuelca en cuanto sucede junto a la ría, las huertas y los personajes que viven en derredor. Es una obra que demuestra una preocupación abiertamente impresionista por captar los efectos lumínicos sobre el paisaje. Como a Alberto Arrúe, Aurelio Arteta, Clemente Salazar, etc. le atrae las figuras de los sirgueros y sobre todo de las sirgueras, que, gracias a un esfuerzo bestial (en el sentido más real de la palabra), subían las gabarras contra corriente tirando de una maroma. Dos muestras de esta labor que incluso en su tiempo fue muy criticada, se pueden ver en la exposición, La sirga (1892) y La sirga de frente (1893), ambas pertenecientes a colecciones particulares.
Roma como colofón
A pesar de que sus compradores eran principalmente miembros de una burguesía nacida al calor de la floreciente industria, Guinea huye del efecto metalúrgico y se refugia en el medio rural, en una zona de evocaciones arcádicas como es el valle de Arratia de donde recoge la religiosidad del medio rural vasco. Es finalmente, al cambio de siglo, cuando explora nuevos temas y dedica esfuerzos a las artes decorativas para las que adoptó soluciones de corte modernista. Su versatilidad se ve reflejada en las vidrieras de su residencia, murales de la Diputación Foral de Bizkaia, el palacio de Luis Ocharan y la fábrica de José de Orueta.
De su último viaje a Roma se trajo escenas costumbristas en las que se aprecia un acercamiento al realismo social. Son gitanas, músicos ambulantes, trabajadores consumiendo su ocio en tabernas… Es su producción más personal en la que no falta un toque humorístico. Anselmo Guinea fue además profesor de pintura con una marcada actividad docente. Ángel Larroque fue su discípulo privilegiado. Aunque no fueron alumnos suyos, Aurelio Arteta tiene algunos rasgos suyos en su obra y también Antonio Guezala que fue su yerno.
La exposición, que ocupa la misma sala donde estuvo Antonio López, está magníficamente presentada por la amplitud de espacio y la distribución lumínica. Constituye un regalo para la vista y una oportunidad única de conocer a uno de los grandes de la pintura vasca.