ELEKTRA
por Jorge Barraca
Bailar sobre las ruinas
La Elektra que ha abierto la temporada operística del Real se desarrolla a partir de una idea escenográfica de Klaus Michael Grüber, ya presentada en una producción ofrecida en el San Carlo de Nápoles. Sobre el escenario: la desolación, la ruina, la desnudez. Del antiguo esplendor del palacio de Agamenón —¡el vencedor de Troya!— no queda nada refulgente, nada entero. Vasijas rotas, desorden, paja de cuadras, suciedad que no aciertan a eliminar las sirvientas a pesar de su afán limpiador. La construcción asemeja una mugrienta y fría cárcel de mujeres. En este escenario, una Elektra con la ropa hecha jirones, el pelo lleno de polvo, descalza y manchada es el “animal doméstico”, con arranques de cólera y mirada salvaje que todos temen, en particular su madre Clitemnestra, insomne por sus culpas.
Sin duda el marco tiene sentido: el crimen contra el padre ha llevado a la pérdida del orden, ha roto los cimientos y ya nada puede sostenerse o brillar limpio hasta que no se enjuague la afrenta. Al menos esa es la visión de Elektra, y desde ella parece construirse la escenografía. Pero a estos aciertos de la dirección, no se suman otros, como una iluminación climática —en especial, para los momentos de la muerte de Egisto y Clitemnestra— o una dirección de actores más enjundiosa. El primitivo baile de Elektra no enriquece en nada la pintura del personaje. El movimiento de las sirvientas, y la anticuada idea de las linternas también hacen perder interés a la producción.
Musicalmente, la dirección de Bychkov fue excelente. Se aprecia su conocimiento de la partitura y su íntima conexión con esta música. Desde el tremendo arranque hasta el esplendoroso —y terrible— final mantuvo una concentración admirable. La obra se delineó con magisterio, con una agógica perfecta, con unas dinámicas siempre medidas, que conducen todo el discurso armónico hasta la climática conclusión. Ideal fue igualmente su capacidad para acompañar a los cantantes, logrando, al tiempo, un sonido orquestal pleno y poderoso.
Christine Goerke desplegó un canto dramático de primera línea. El personaje de Elektra tuvo en su voz una plasmación perfecta, con una actuación también muy buena. Así mismo, excelente resultó la Crisóstemis de Manuela Uhl, que bordó su papel tanto vocalmente como actoralmente. En cambio, la voz de Jane Henschel para la Clitemnestra sonó ajada y sin línea media. El Egisto de Chris Merritt fue un lujo, pues la evolución de su voz, la lógica pérdida del esmalte, tienen todo el sentido para la encarnación de semejante personaje. Por último, defraudó un tanto el Orestes de Samuel Youn, pues la gran sonoridad de esta voz y su brillante timbre no fueron a la par de su visión dramática del héroe griego.
Convincente la Sinfónica en una partitura tan endiablada y adecuada la presentación del coro que dirige Andrés Máspero.
Música de Richard Strauss
Libreto de Hugo von Hofmanssthal
Dirección Musical: Semyon Bychkov
Dirección de Escena: Klaus Michael Grüber
Escenógrafo y Figurinista: Anselm Kiefer
Iluminador: Guido Levi
Director del coro: Andrés Máspero
Intérpretes: Christine Goerke (Elektra), Jane Henschel (Klytämnestra), Manuela Uhl (Chrysothemis), Chris Merritt (Aegisth), Samuel Youn (Orest).
Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid). Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo).
Madrid. Nueva producción del Teatro Real (procedente del Teatro San Carlo de Nápoles)
Funciones del 2 al 15 de octubre de 2011. Fotografías: Javier del Real