La función educativa de los Museos
por Carmen González García-Pando
Desde que en el año 290 antes de Cristo, Tolomeo I Sóter creara un mouseion en la ciudad egipcia de Alejandría, la concepción y estructura de lo que conocemos como Museo ha evolucionado de tal manera que incluso su propia denominación resulta obsoleta. En aquellos primeros momentos el museo era un enorme edificio que contenía salas de lectura, jardines, comedor, claustro… y una grandiosa biblioteca –la biblioteca de Alejandría- donde los sabios y eruditos podían trabajar tranquilamente. Unas décadas más tarde aquel primer museo de la historia fue arrasado por el fuego.
De aquel mouseion griego nació más tarde la palabra latina museum, con una connotación distinta, aunque derivada de aquella. Ahora el Museo o Palacio de las Musas de Grecia tenía un sentido sagrado y estático que hacía referencia al aspecto sincrónico del arte, ya fuera del pasado o del presente. Las obras se guardaban allí celosamente para ser admiradas pasivamente. Más tarde con la llegada del Renacimiento –época en la que se admiraba todo lo clásico- se comenzó a usar el término para referirse a la exposición o colección de objetos bellos y valiosos. Todo esto dio paso a que el museo adquiriera otras justificaciones. Y así, gracias al afán de colección, jerarquía y orden, el Museo abrió sus puertas para que los visitantes pudieran recorrer sus estancias. Igualmente se estableció una cronología para desarrollar el arte que fueron encasilladas en estilos y categorías. Además existía una frontera muy delimitada entre las distintas artes: Pintura, Escultura, Artes menores… Todo ello muy etiquetado e inmóvil.
Los Museos eran pues instituciones mayestáticas que contenían el patrimonio cultural de un pueblo y a las que uno se acercaba respetuosamente para conocer esa riqueza que significaba el nivel cultural de una nación y cuyos gobernantes se sentían satisfechos de esta faceta de su poder. Las obras de arte eran, en definitiva, una especie de trofeos, signos de propiedad y poder de sus representantes políticos. Esta concepción ha perdurado hasta épocas muy recientes.
Evolución y cambio
Pero con el paso del tiempo las cosas han ido cambiando paulatinamente. El mismo concepto del arte, de su emplazamiento, donde debe manifestarse este tipo de expresión humana, no está muy claro y presenta diversas problemáticas a resolver. Entres ellas sobresale el tipo de funciones que una institución como ésta puede y debe cumplir. Los estudiosos del arte ya no se contentan con conocer eruditamente un nivel de clasificación, sino que buscan las causas, las razones y orígenes. Es fundamental establecer interrelaciones constantes con otras ciencias como la filosofía o la historia, comprender los contactos que existen entre el arte y la psicología, entre la tecnología y el arte, la filosofía y el arte… En definitiva, entre el Arte y la vida misma.
De las interrelaciones citadas que conforman la estructura del arte, la pedagogía ha cobrado especial relevancia en nuestros días. El arte como factor educativo y la educación aplicada con los medios del arte. De esta manera un Museo se convierte en un centro de cultura y educación, un instrumento válido y útil al servicio del hombre. En base a estas premisas, el museo tiene que ser algo vivo, dinámico, que incite a la participación y no un mero contenedor donde el visitante sea un simple y pasivo admirador.
Desde mediados del siglo XX la educación se ha convertido en una de las funciones primordiales de los museos. Aunque durante todo el siglo pasado su difusión estuvo presente, no será hasta después de la II Guerra Mundial cuando se contemple la comunicación como una de las actividades inherentes al museo. Estados Unidos fue el primer país en incorporar, ya en los años 20, proyectos educativos en los museos pues, al ser la mayoría de ellos de carácter privado, los programas pedagógicos atraían a un mayor y más variado público.
En nuestro país la fecha se retrasa hasta la década de los 80 cuando museos como el Arqueológico de Álava, los municipales de Barcelona, el Museo de Zaragoza, el de Tarragona o el Museo Arqueológico Nacional crean un departamento de educación. La idea que los aunaba (recomendada ya en 1974 por el Comité Internacional de Museos, ICOM) era que, a partir de la emisión de ciertas propuestas, se pudieran educar diferentes tipos de público. Así proponían actividades culturales tan diversas como exposiciones temporales, conferencias. simposios, ciclos, talleres creativos, publicaciones, visitas escolares y visitas guiadas. Sin olvidar entre sus funciones la adquisición, conservación, restauración… orientadas a alcanzar unos fines de estudio y deleite.
Exposiciones temporales: arte y negocio
El puntal de este conjunto son las exposiciones temporales no sólo porque sirven de acicate renovador del museo, sino porque contribuyen a la renovación de su imagen además de atraer a una gran cantidad de visitantes. El peligro de estos proyectos temporales, -en los que va implícita la idea de conseguir dinero- es que muchas veces el propio museo “abandona” sus colecciones permanentes y se centra más en potenciar las temporales que es, en definitiva, las que reportan mayor financiación.
Estamos ante un fenómeno social potenciado por la influencia de los medios de comunicación que son los que, en definitiva, animan al público a no perder el acontecimiento del momento. Y así nos encontramos que ante esta llamada gran parte de los visitantes acuden a la exposición aunque no sientan especial interés por el arte. Es el caso habitual de muchas personas que desconocen el contenido de los museos pero son asiduos a las muestras temporales. De ahí que muchas instituciones desatiendan sus fondos para centrarse en lo que realmente les proporciona ingresos ya sea por la venta de entradas, de productos que se crean expresamente para esa exhibición o la esponsorización.
Un ejemplo de la enorme potencialidad que las exposiciones temporales poseen fue la muestra que organizó el Prado en 1990 sobre Velázquez con la mitad de las obras provenientes del propio museo. Fue tal la cantidad de dinero que se recaudó que se pudo adquirir una obra de Sánchez Cotán, lo que implica que la mayoría de los visitantes era la primera vez que acudía al centro.
No obstante, no se puede descartar la gran importancia de las exposiciones temporales en el conjunto de actividades museísticas. Así vemos como, en algunos museos éstas vienen ligadas a aspectos y obras de sus colecciones permanentes. Como decía el profesor Alfonso Pérez Sánchez que la exposción temporal puede ejercer una acción reconstructora al permitir mostrar conjuntos dispersos que se asocian a una pieza del museo que, por si sola y aislada, es difícil de explicar excepto por su valor estético.
Los museos: “Aprender haciendo”
Una gran variedad de actividades se han convertido en algo habitual en los museos y cuentan con unas líneas de actuación propias. Las visitas escolares, por ejemplo, esenciales a la hora de crear un vínculo afectivo con el público del mañana, se basan en una relación entre los profesores y los pedagogos del museo y se organizan en base a la edad del alumno. Por otro lado los cursos y conferencias suelen ir destinados a un público adulto y generalista, mientras que los talleres creativos y/o los simposios a uno especializado. Los talleres didácticos por el contrario buscan la participación de escolares y un cierto número de actividades, muy escaso, se elaboran pensando en colectivos con necesidades especiales como, por ejemplo, los invidentes.
Cada vez es más frecuente que los museos dispongan de sus gabinetes didácticos y que lleven a cabo actividades en las que participan los adultos (padres) junto a los niños. También comienza a surgir los dedicados a sectores marginales (presidiarios, barrios deprimidos…) y formación del profesorado aunque aún queda muy lejos que sea una práctica común.
La propia sociedad ha experimentado una nueva cultura museística que ha dado pie a un cambio de concepción del museo y su función en el campo educativo. Uno de los esfuerzos más destacados hacia la creación de programas formativos, es el caso de los museos interactivos en donde se estimula al niño a cultivar los aspectos artísticos y a explorar otras áreas de conocimiento. Estos centros mantienen la filosofía de “aprender haciendo” y han logrado que el aprendizaje sea más rápido, divertido y eficaz que el modelo clásico de enseñanza. Es cierta la afirmación que dice que los museos, aún a pesar de no impartir una educación formal como en las aulas, se vuelven incluso más enriquecedores pues la interactividad no sólo educa, sino también forma.
Es evidente que para llevar a cabo estos proyectos es necesario que exista un equipo multidisciplinario en el que tengan cabida pedagogos, psicólogos, sociólogos, técnicos en comunicación, antropólogos… Sin embargo, en la mayoría de los museos, no se dan estas competencias y los profesionales con que cuentan no gozan de un reconocimiento especial, por lo que su labor se reduce a una colaboración ocasional para llevar a cabo determinadas experiencias. Desgraciadamente la realidad nos dice que el departamento pedagógico no es un departamento muy generalizado en los museos y muchas veces los programas educativos son ejecutados como proyectos aislados. Incluso en ocasiones son ejecutados por profesionales cuya especialidad no está relacionada con el ámbito educativo.
Finalmente hay que destacar la importancia de internet en la difusión educativa del museo a través de sus páginas web. La red se convierte en un laboratorio en el que se puede experimentar con nuevas formas de transmitir el conocimiento y permite trabajar con personas que no tienen un acceso fácil al museo, ya sea por cuestiones geográficas o de cualquier otra índole. Pero además es también un lugar de encuentro, de intercambio de conocimiento y reflejo de las actividades que realiza el propio centro.