Italo Calvino: Si una noche de invierno un viajero
por Mercedes Martín
Siruela, Madrid 2011, pp. 280, 11ª edición
Un artículo de Ítalo Calvino aparece al abrir la novela, en él explica a los críticos en qué consiste, cuál es la estructura, cuál la pretensión del autor. No haga caso de esto. Frente a la novela que comienza a continuación no es nada, de hecho, la explicación, afortunadamente, no se le parece. Las recetas oulipianas para componer literatura cumpliendo unas convenciones gratuitas, aceptadas como un juego, a las que el autor se hizo adepto por aquellos años (estamos hablando de los años setenta), ya no tienen mucho interés, excepto para los coleccionistas. La mano genial del artista impuso, a pesar de la receta, un enigma, que es lo estrictamente literario. De todos modos, puede usted ver una muestra de las efusiones oulipianas en una exposición maravillosa que, en el momento en que escribo esta reseña, se presenta en Lille, Francia: “Vois Lis Voilà”, en la Maison Folie Moulins, rue d’Arras 47/49.
Imaginamos que el viajero del título es el lector, que va de comienzo en comienzo de una lectura que nunca continúa. Imposible. El mundo, como dice el autor en algún ensayo, está falto de ética, la literatura está falta de ética, los protagonistas necesitan un etos que nunca es conformado por la novela, y los lectores, seguramente, también lo necesitan o, al menos, parecen buscarlo entre sus páginas ¿Cuál será el camino a seguir, el capítulo siguiente? Los lectores se apresuran a buscar las páginas que faltan, porque el libro ha salido mal de imprenta o la editorial se ha equivocado, el caso es que faltan páginas, la novela aparece mezclada con otras, no se sabe qué novela es la que se lee a continuación, sólo podemos constatar que el escenario ha cambiado y también el estilo, por consiguiente, también la lectura exigida es distinta…
Se ha escrito que Si una noche de invierno un viajero trata de la lectura, el propio Calvino está de acuerdo, pero es algo más… Parece que esta novela de lecturas distintas, esta cosmogonía de lecturas diferentes, narra una especie de existencialismo posmoderno (sin angustia), casi cómico, con final feliz ingenuo, de melodrama (¿quizá asistimos al rapto de la novela posmoderna por los románticos?).
El viajero llega a una estación, a un bar. Allí empieza a revelar quién es justo cuando tiene que marcharse, porque una organización posiblemente mafiosa, lo envía a otra parte. En ese punto en que se prefigura una trama, somos lanzados a otra lectura, otro estilo, otra época. Y así sucesivamente, asistimos al comienzo de una lectura distinta detrás de otra, de una nueva novela que también se interrumpirá. Mientras tanto, el Lector y la Lectora corren a intercambiar opiniones, tejiéndose entre ellos quizá una metalectura, una metavida, una meta-historia-de-amor, una historia que carece de ficción porque no se cree a sí misma, una ficción “débil”, parafraseando a Vattimo, pero que, milagrosamente, consigue atraparnos.
Calvino escribió en un ensayo de 1974 que su vida, la vida, era una colección de arena, lejos de las playas y los desiertos donde había sido vivida. Un puñado de arena sin el brillo ya del sol y del tiempo recién estrenado, del momento justo en que se coleccionaba y se perdía ya para siempre. Arena vivida, pasada, son los libros: un puñado de palabras que se esfuerzan sin éxito por mantener presente lo pasado, vivo lo muerto. La fugacidad del tiempo, la fugacidad de la lectura, la tristeza por lo irrecuperable se mezclan en esta novela maravillosa que pretende ser un ejercicio de estilo, pero que va más allá.