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El joven Ribera

por Carmen González García-Pando

Museo del Prado. Madrid. Del 5 de abril al 31 de julio de 2011

En agosto de 1992 el Museo del Prado realizó una exposición antológica del pintor José de Ribera coincidiendo con el IV centenario de su nacimiento. Aquel proyecto fue dirigido por Alfonso Pérez Sánchez el cual explicaba que se había intentado mostrar “un Ribera más abierto y liberado de los viejos tópicos hasta llegar a un pintor luminoso”. Pues bien, la actual exposición que el Prado presenta, es totalmente novedosa ya que   recoge una etapa muy poco y mal conocida del pintor valenciano: la realizada desde su estancia en Roma y su definitivo asentamiento en Nápoles en 1616. Hasta hace no mucho, gran parte de la obra de Ribera de estos primeros años estuvo atribuida a otros coetáneos suyos, a veces reales otras ficticios, como aquel Maestro del Juicio de Salomón al que se atribuyó un gran lote de sus obras.

Con el título de “El joven Ribera” los responsables de esta iniciativa han llevado a cabo una importante labor de investigación sobre la sucesión cronológica y  enorme trascendencia de su pintura en el caravaggismo romano de las primeras décadas del siglo XVII. Así por ejemplo, y gracias al trabajo de estudiosos como el italiano Gianni Papi, se ha podido aclarar la autoría del controvertido cuadro “La resurrección de Lázaro”, estrella indiscutible de la exposición.

Treinta y dos obras forman el conjunto de la muestra en la que el espectador va desentrañando las raíces artísticas de un hombre que fue  español por nacimiento y voluntad, pero italiano por educación y vivencias. En estos primeros años de aprendizaje  recibió las influencias del clasicismo antiguo pero también la corriente renovadora que la figura de Caravaggio impregnaba en todo aquel que estuviera bajo su estela. De esta manera Ribera se encaminó por el horizonte artístico moderno a través de un arte naturalista muy personal, en muchos casos exagerando los gestos de crispación y dureza, pero a la vez introduciendo elementos coloristas, dinámicos y sensuales.

Historia de un cuadro

En el año 2001 la obra de “La resurrección de Lázaro” fue adquirida por el Museo de Prado en una subasta en Nueva York, por dos millones y medio de euros. En aquel momento tan solo había seis obras atribuidas a los primeros años del pintor. Ahora, según el conservador del museo Javier Portús, se alcanza el medio centenar y es muy posible que aparezcan más. Todo lo cual lleva a la conclusión que se está produciendo una recuperación del pintor valenciano por la  relevancia artística de su obra, además de poner en su sitio injustas y erráticas atribuciones.  

La acción y personajes del lienzo proceden del Evangelio de San Juan que tantas veces han sido objeto de representación. Cristo ocupa el centro de la composición y señala con su brazo extendido a Lázaro que vuelve a la vida. Sus hermanas Marta y María están presentes al igual que varios apóstoles y otras figuras. Ribera crea un círculo cerrado, íntimo, sin referencia alguna del exterior. El carácter monumental de la composición en dónde las figuras son algo mayores que el natural, provoca en el espectador un amplio despliegue de efectos como el agradecimiento al Padre, la aflicción de las mujeres,  la sorpresa de los judíos o la determinación de Cristo. Todo el conjunto es una perfecta y rigurosa escena de emociones, una narración singular donde el estilo naturalista hace su aparición a pesar de las adversas modas del momento. A este respecto es notable resaltar el realismo de ese personaje que oculta la nariz ante el hedor del cadáver.

Probablemente Ribera pintó la obra hacia finales de su etapa en Roma, en 1616. Las razones para pensar en ello apuntan al formato, de medio cuerpo y, de los personajes y la incidencia en los afectos lo que vincula el cuadro con el grupo de obras de “pintura de historia” de los años finales en Roma. Además el empleo de  mayor densidad matérica y un colorido más amplio, que desarrollará en las siguientes etapas napolitanas, se suman a las premisas anteriormente citadas.

Otras obras maestras

 Entre los nuevos cuadros identificados de Ribera, la exposición muestra “El martirio de San Lorenzo” procedente de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Una obra maestra pintada hacia 1615 y que sobrecoge por la fuerza dramática y el naturalismo de sus figuras. También se presenta la serie de los Sentidos en la que es patente la seguridad y originalidad del quehacer pictórico del artista.

En las representaciones de figuras aisladas o en pareja –generalmente de medio cuerpo y en su mayoría santos del Nuevo Testamento- Ribera es preciso y de un realismo de enorme actualidad. Sobre esta serie del Apostolado, recordemos por ejemplo el lienzo dedicado a San Bartolomé que recibe al espectador en la primera sala de la muestra. Sobre un fondo oscuro el santo mártir mira al espectador después de haber sido despellejado. En su mano izquierda lleva los restos de lo que fue su rostro mientras que en la derecha blande el instrumento de su martirio. Una escena espeluznante, hiperrealista que recrea un clímax dramático y efectista.

La serie de los filósofos que caracterizó etapas posteriores, también está presente aquí con algunas obras que siguen las pautas técnicas de los santos. Es el caso de “Demócrito” exponente de la corriente presocrática y fundador del atomismo. Su actitud positiva de la vida le llevó a ser representado, desde la Antigüedad, en actitud sonriente. Otra de las más bellas composiciones es “Susana y los viejos”, episodio del Antiguo Testamento muy recurrente en la pintura de los inicios del XVII. La joven y luminosa muchacha es acechada por la mirada lasciva de unos viejos que surgen de la oscuridad. Un estudio magistral que reflexiona sobre la contraposición entre la virtud y el vicio.  Los estudios radiográficos realizados en la actualidad, demuestran numerosos arrepentimientos que el pintor llevó a cabo como es la mano del viejo que inicialmente, estaba apoyada sobre el hombro de la muchacha acentuando sus intenciones lujuriosas.