Florence & The Machine, vuelos ácidos a un mundo fantástico
por Xavier Valiño
Hablemos de magia. Porque la música en su mejor estadio es una suerte de magia que te eleva y te trasporta. “Quiero que mi música suene como si saltases desde un árbol, o desde un edificio alto, o como si el océano te succionase a sus profundidades y no pudieses respirar”, dice Florence Welch, y casi conviene creerla por lo que se desprende de su debut, Lungs. “Es algo avasallador que te abarca y te llena, te hacer explotar o desvanecerte”.
Florence compone sus mejores temas cuando está borracha o resacosa; es entonces cuando la música libre y asilvestrada aparece, surgiendo de forma salvaje de la mezcla de fragmentos de sus notas apuntadas en cuadernos o de su mente. “Estas lúcida”, explica, “pero no estás realmente ahí. Flotas entre tus pensamientos y puedes tomar lo que necesitas. Me gustan esas extrañas conexiones del universo. Siento que es como un viaje ácido, esas ocasiones en que las cosas se repiten en flasbacks”.
Florence es en sí misma un conjunto de contradicciones: a pesar de que esté aterrorizada, se muestra como un manojo de nervios y pasión, de oscuridad y alegría pura. “Siento con mucha intensidad, y por ese motivo la música también ha de serlo. Puedo estar muy feliz o muy triste, muy cansada o hiperactiva. Entonces es cuando estoy más creativa pero también resulta peligroso para mí. Sé que podría escribir algunas canciones buenas o romper algunos corazones, o mesas, o vasos”.
Como intérprete puede parecer que no conozca el miedo, pero también pasa rápidamente a la autocrítica. Ésta es la mujer que accedió a la escuela de arte de Camberwell con un arreglo floral auto–dedicado que decía “Eres gilipollas”. “Soy una cretina y pierdo el control cuando estoy enamorada”, continúa. Todo ello es también un algo precioso y genuino cada vez más raro en estos tiempos de karaoke pop: una artista que ha creado su propia y auténtica personalidad.
Su voz épica y creciente, llena de estrafalarias melodías, le ha reportado ya varios premios en éste, el año de su debut. Algunos la comparan con Kate Bush. También se pueden escuchar toques de Tom Waits y Nick Cave en sus oscuras visiones y, si opinas que hay un poquito de Björk también, ella lo toma como un halago. Pero sobre todo, Florence está en su propio sitio: un lugar estrambótico que, dice, a veces puede dar algo de miedo.
“Mi disco está compuesto de harpas, coros, baterías, huecos de ascensores, partes de metal, amor, muerte, fuegos artificiales, cuartetos de cuerda, patadas, suspiros, extraños lamentos electrónicos, corderos, leones, enfermedad, vasos rotos, sangre, luna, estrellas, bebidas, féretros, dientes, agua, vestidos de novia... y los intermedios de silencio. Las canciones están repletas de imaginería gótica, de vuelos fantásticos a un mundo imaginario”, asegura, “pero a pesar de que muchas cosas se suponen tras la lectura de los textos, normalmente es simple. ¡Todo trata de chicos! Todo el álbum habla del amor y de dolor. La gente piensa que mis letras son alocadas, pero para mí son honestas, es un álbum sentido. No pretendía que fuese absurdo, sino emotivo”.
Florence creció en Camberwell, al sur de Londres, siendo la mayor de tres hermanos. “Uno de mis primeros recuerdos musicales es estar bailando de pie encima del baúl donde mi padre guardaba su colección de vinilos, con él, al ritmo de The Rolling Stones. Empecé a cantar con temas de Nina Simone y Dusty Springfield en casa, amplié mi registro vocal con arias, después me convertí n una pre–adolescente punk antes de pasarme al drum’n’bass y a la música de baile en fiestas en locales ocupados”.
Todo ello forma una mezcla ecléctica, aunque siempre con el nexo de la emoción. “Todo lo que tenga un sentimiento auténtico me entusiasma siempre. El tema de Sam Cooke “A Change Is Gonna Come”, Eva Cassidy cantando “Wade In The Water”, hasta Rhianna con “Umbrella”… Soy una obsesa musical. Me pongo a Beyonce, Lil’ Wayne, el “Hurricane” de Bob Dylan, el “Going Down” de Bruce Springsteen… No puedo mantenerme en un sitio o quedarme con un solo género. Por eso tenía que hacer mi propio tipo de música”.
Tras la separación de sus padres, su madre se enamoró de un vecino. Las dos familias se mudaron para convivir y, con trece años, Florence se convirtió de repente en una de seis adolescentes. “Crecí en una familia que era como una tribu de adolescentes más que otra cosa. ¡Yo compartía habitación con mi hermana y mi hermano pequeño dormía en un armario! Ahora me gusta tener una gran familia. Pero entonces era un ambiente tenso. Por lo que fuese, me salía de mis casillas porque nunca había espacio en casa. En ese tipo de situaciones tienes que buscar tu propia individualidad”.
Florence encontró su propio espacio divirtiéndose en los clubes y los pubs, cantando en escenarios y en su habitación. “Cuando dejé el colegio ya tenía compuestos temas como “Kiss With A Fist”, sabía que quería hacer música pero no cómo lograrlo. Después de un año trabajando en un bar, me metí en la Escuela de Arte, creando una tienda de campaña debajo de mi mesa para pasar la resaca y convenciendo a mis tutores de que eso era una instalación”.
Hasta que no compuso la cautivadora “Between Two Lungs”, las cosas no empezaron a cuajar. “En vez de usar percusión, aporreé las paredes del estudio con mis manos. Compuse la melodía al piano, aunque es un instrumento que no sé tocar, grabando los coros primero, antes de componer la voz principal. Quedó algo alocado y poco convencional, pero también glorioso, un extraño anhelo de canción que trata sobre perderse en el amor. Encontré mi voz y me sentí eufórica”, recuerda. “Ha sido todo un proceso personal entender que la forma en que quería hacerlo era la correcta. Todo el álbum se basa en haber tenido fe en mi misma”.
En directo, Florence And The Machine, con su grupo, se convierten en otra bestia. No hay dos actuaciones iguales. Ataviada con ropa que ese mismo día obtiene de tiendas de segunda mano locales, Florence sale a actuar como una mujer poseída. “Es la sensación de la total libertad”, dice. “Puede sonar cursi, pero quiero tocar a la gente. Y que no se entienda mal: lo único que quiero es ayudarles a sentir lo que yo estoy sintiendo”.