Luis Gaya pintor, el amor a lo clásico
por Julia Sáez-Angulo
El pintor Luis Gayá nos cuenta con humor que, cuando los arquitectos del movimiento moderno o los decoradores minimalistas visitan su casa, salen con taquicardia. Luis Magán, Carmen Valero, Adriana Zapisek y yo hemos salido encantados y asombrados de su casa-estudio en plena Plaza de España, donde su pintura y la ornamentación, dorada y preciosista, llenan y cubren cada centímetro cuadrado, debido al horror vacui del anfitrión, su horror al vacío o a que el espacio deje de tener sentido por sí mismo.
Luis Javier Gayá Soler (Madrid, 1962) estuvo estudiando en la Academia de España en Roma y Venecia, con la beca Fortuny, a finales de los 90. La ciudad eterna, o Italia en general, se le metió en el ADN con toda su historia, Imperio, Renacimiento y otras grandezas de su sabia trayectoria. Fue como si la ciudad del Tíber y la de los canales le imprimieran carácter. Como si le hubieran marcado con un carisma especial, que lo hizo clásico y renacentista para toda la vida y deleite de su arte, vistas, coleccionistas y colegas, a través de sus cuadros.
El Foro Romano, el Arco de Septimio Severo, el Ponte Roto en doce tablillas al temple, con las estaciones del año y todas las luces del día… Italia nos envuelve desde su arte y sus paredes. Luis Gayá nos lo va mostrando y explicando con parsimonia, su voz y conocimientos, para gusto de todos los que le seguimos y escuchamos embobados. Los bustos de Trajano, Aristóteles o Adriano nos vigilan desde sus puestos. Los relieves de los medallones en alabastro, también. Los santos y vírgenes de sus columnas y hornacinas, lo mismo…
La casa/estudio del pintor es tan amplia, rica y abundante -la habita desde el 2000-, que la iconografía cristiana también se nos aparece en un gran cuadro de Santa Rosa de Lima, la primera santa hispanoamericana; una extraña Visitación de la Virgen y Santa Isabel; una Madonna sedente; una preciosa escultura de san Juan de la Cruz, crucifijos… Mármoles, maderas finas, estofadas, cortinas aterciopeladas, cojines dorados, brocados sobre canapés, baúles, camas con dosel, alfombras isabelinas, arañas de lágrimas de cristal y borlones, murales con alegorías en los techos, espejos trampantojo de puertas, estatuas, estatuillas, roleos, vitrinas, putti por doquier, bibelots sin fin… Es una casa a la antigua, clásica, señorial, con ecos palaciegos… Al pintor le gustan las antigüedades, pero explica que las ha heredado, rebuscado o rescatado más que comprado. Después su buen gusto y sus dotes de restaurador, arte que el pintor estudió en la Facultad de Bellas Artes, hacen el resto.
Hemos aprendido muchas cosas en el paseo por la casa y la gran terraza frente a la plaza de España llena de vegetación, donde anida y pernocta un mirlo macho de pico amarillo. Luis Gaya ameniza las explicaciones artísticas con historias de familia, donde aparecen sus dos abuelos arquitectos, su padre ingeniero que trabajó con los Barreiros de la empresa de automoción, algunos personajes singulares, inteligentes, o extravagantes… que siempre hay en todas las familias… Ya se sabe.
De vez en cuando, la casa recibe a amigos en tertulia con José Félix de Vicente, antiguo responsable de Patrimonio Histórico Artístico de la Archidiócesis de Madrid, sacerdote que casó al pintor y bautizó a sus hijos Mateo y Javier; Cristóbal Colón de Carvajal, Duque de Veragua… La historia y el arte son su hilo conductor en la palabra.
Luis Gaya, además de sus preciosas arquitecturas clásicas y vedute italianas, y de arquitecturas industriales, en las que brilla un dibujo preciso y precioso, practica igualmente la pintura abstracta. “Mi mercado está sobre todo en las arquitecturas, en la pintura figurativa, pero vendo también los cuadros abstractos que pinto… La diferencia en la ejecución de uno u otro estilo está en que, en la pintura figurativa puedo parar en cualquier momento y retomar el cuadro en otra sesión; con la pintura abstracta no puedo hacer eso. He de ejecutarla en una sola tirada, pues continuarla después no puedo, no tiene sentido, acabaría haciendo otra pintura”, explica el pintor.
El autor estudió unos años de Arquitectura en la Universidad, pero pronto pasó a la pintura, que era lo suyo. De vez en cuando le gusta salir a pintar al aire libre. Este verano Gaya estuvo en Villafranca y Santiago de Compostela. Nos muestra sus paisajes
Una de sus obras más recientes expuesta en Toledo es “La mesa de Salomón”, un cuadro en el que brilla el punto de fuga, la proporción áurea… La perfección. Luis Gaya trabaja sus grandes cuadros, a partir de bocetos, que guarda en su casa con celo. En algunos de sus series anteriores introdujo flores y frutos junto a las arquitecturas; en otra serie, introdujo una abeja siempre escondida, símbolo de laboriosidad… Sus cuadros tienen algo de laberinto, de acumulación, de búsqueda, de misterio… El galerista Javier Aguado comercializa su obra.
En el fondo, a todos nos fascina su dibujo bien hecho, perfecto, que reta orgulloso al modelo real. En definitiva, otra abstracción de la realidad en nuevas proporciones La arquitectura le viene de familia al pintor, pero él la lleva a las dos dimensiones de la pintura, que es el arte más ilusionista de todos. Luis Gaya la interpreta como nadie. Con el pintor hemos aprendido tantas cosas, que hemos perdido cierta inocencia.
Fotos: Luis Magán y A. Zapisek