Richard Porwers: El eco de la memoria
por Mercedes Martín
Mondadori. Barcelona, 2010; 563 pp.
Últimamente la posmodernidad hace malabarismos con el yo. No el yo según Freud, que al fin y al cabo existía, sino el yo asesinado mil veces a partir de Nietzsche, con ayuda de Foucault y otros compinches, el yo que ya no es nada, sino un recuerdo que nos trae el hueco de algo que ya no está. Pero seguimos hablando de su ausencia, que conste. Por ejemplo Richard Powers, que cuenta en El eco de la memoria una historia de yoes que se deshacen porque no son lo que creían ser o simplemente porque ya no consiguen recordar quiénes eran. ¿Es acaso la memoria la única responsable de eso que llamamos yo? Posiblemente. Dese usted cuenta de que si ya no tenemos memoria (porque es el fin de la historia), podemos empezar a preguntarnos dónde hemos metido el yo, pero sobre todo, a preguntarnos si carece ya de sentido buscar algún sentido a ese montón caótico de experiencias que nos preceden, la mayoría de las cuales ya no recordamos, o recordamos apenas, quizá modificadas, quizá, como les gusta decir a los posmodernos, inventadas. Si la memoria es un invento, podríamos sentarnos a escribir, como hace Powers, podríamos también preguntarles a otros que han pasado media vida queriendo olvidar… Oigan ustedes, ¿creen que la memoria es algo que se puede hacer y deshacer como quien escribe una historia o es algo que le asalta a uno en medio de la noche robándole el sueño?