Georges Rouault, lo sagrado y lo profano
por Alberto López Echevarrieta
Museo de Bellas Artes de Bilbao. Del 15 de noviembre de 2010 al 13 de febrero de 2011
Ciento cincuenta y seis obras del parisino Georges Rouault (1871-1958) -óleos, grabados y una vidriera-, integran la exposición que presenta el Museo de Bellas Artes de Bilbao en un intento de acercar a los curiosos el trabajo de quien ha sido considerado internacionalmente como uno de los artistas más sobresalientes del siglo pasado. Junto a los principales títulos de su catálogo se pueden ver también algunas obras que se salvaron de la quema que llevó a cabo en uno de los actos más insólitos realizados por un pintor.
Cuando tenía catorce años de edad Rouault entró a trabajar en el taller de un pintor y restaurador de vidrieras, movido más por la necesidad económica que había en su casa que por un interés meramente artístico. El muchacho, de origen muy humilde, fue un alumno tan aventajado que pronto despuntó por su habilidad con los pinceles. Cinco años más tarde pasó al estudio del maestro colorista Gustave Moreau, alumno de Degas y Puvis de Chavannes, cuya producción está íntimamente ligada al esteticismo decadente y simbolista de la época.
Rouault fue testigo entonces, junto a Matisse, Marquet y Manguin, de la creación de sobresalientes obras pictóricas de su maestro, como la renombrada El poeta y la sirena, que fue para el alumno una de las bases trascendentales de su posterior carrera, hasta el punto de dar al “fauvismo” un sentido expresionista pleno de lirismo umbrío y virulento aplicado a figuras dolorosas o infrahumanas.
Muchos analistas coinciden al decir que la viveza lo es todo en Rouault. La expresión del elemento humano que a muchos les es difícil juzgar, para el artista es un descubrimiento y una exaltación. La considera desde el exterior con una ironía que se apodera de lo grotesco, de lo feo, de lo vil y con un dibujo que tiende a la caricatura si no fuera por la gravedad de sus sentimientos y de sus intenciones. El artista imagina el interior de la figura y la configura en un ambiente dramático con proyección de sus angustias y donde el rictus y el gesto cotidianos adquieren su expresión más pavorosa.
El realismo de Rouault llega a un punto que podríamos situarlo próximo al expresionismo de Munch y Ensor. Sin embargo, su vinculación a Moreau fue tal que, fallecido el maestro en 1898, pasó a ser conservador de su primera residencia parisina, convertida en 1902 en un museo donde incluso hoy se sigue guardando la mayor parte de su obra.
Las vidrieras son parte consustancial del estilo de Rouault, sobre todo en su etapa inicial como pintor. Ese trazo negro que aparece frecuentemente en los contornos es característico. O la luminosidad de los fondos. Todo ello forma parte de la herencia que le dejó Moreau. Pero si hay un rasgo que caracteriza al artista que nos ocupa es su espiritualismo que le convierte en el mayor pintor de arte sacro del siglo XX.
Son de destacar los grabados que realizó al poco de terminar la I Guerra Mundial y de los que buena parte están presentes en esta exposición. Las serie de los Misereres – ampliamente representada con Creyéndonos reyes al frente-, y Les fleures du mal son ejemplos destacados. A partir de 1930 su estilo adquirió un mayor equilibrio formal para aportar obras como El payaso herido, uno de los títulos más sobresalientes de la muestra bilbaína junto a La pequeña maga o Crucifixión.
En 1948 Rouault protagonizó un hecho sorprendente en el mundo del arte: Quemó 315 obras suyas ante un funcionario municipal que ejerció de notario. Diez años después murió en su residencia de París dejándonos un interesante trabajo creativo del que ahora podemos ver una selección magníficamente presentada en cuatro secciones que recogen sus obras referidas al mundo del circo, las que se salvaron de la hoguera, los grabados de la serie Miserere y los trabajos coloristas de su última etapa.