David Jiménez: «El corresponsal»
por Mercedes Martín
(Editorial Planeta, 2022. 344 págs)
El poder de la propaganda para dirigir el curso de la Historia está más que probado desde hace milenios, pero quizá hoy, por su alcance, sea incontrolable. Por eso en las redes sociales proliferan últimamente comunidades de activistas que combaten las “fake news”. Para pertenecer a una de ellas no es necesario ser periodista, solo difundir noticias veraces y desenmascarar las falsas. Algunos de estos activistas incluso arriesgan su vida. Por ejemplo en marzo de 2022 Rusia prohibió el acceso a Twitter y Facebook a sus ciudadanos y poco después el parlamento aprobó una ley que prevé penas de 15 años de cárcel por difundir información considerada falsa por el gobierno.
La prensa tradicional no ha tenido más remedio que mimetizarse en red social, pero se resiste a abandonar el antiguo formato completamente. Periódicos con décadas de historia se han adornado con secciones breves y visuales. Hilos de Twitter y vídeos tomados por ciudadanos anónimos comparten portada digital con artículos redactados a la antigua usanza. Y es que en un mundo donde la información y la opinión corren más y mejor por las redes sociales, la columna y el artículo parecen lentos paquidermos desfasados. En realidad la evolución de la prensa con Internet es inevitable, pero no debería comportar necesariamente disminución de la calidad. Dado que Internet permite que una noticia llegue rápidamente a todas partes, hoy más que nunca parece necesario detectar la información fiable.
Es cuando menos sorprendente que, en una época como la nuestra, con la audiencia cautiva de la actualidad (existe incluso un síndrome: FOMO, miedo a perderse algo, por sus siglas en inglés), el periodismo y, concretamente los enviados especiales, hayan perdido prestigio. Los periódicos pagan mal a sus enviados especiales, a diferencia de la época que describe el autor de El corresponsal. De hecho, la novela está contada como si el grupo de corresponsales secuestrados en un hotel de Birmania por la dictadura militar fueran los últimos ejemplares de su especie. Como no se cansa de repetir el propio David Jiménez en las entrevistas: cobra más un tertuliano de un programa de cotilleos que un corresponsal de prensa.
El corresponsal es una novela y a la vez el último testimonio de un periodismo extinguido hoy. La historia que narra es ficticia, pero está inspirada en los veinte años de experiencia del autor como corresponsal de El Mundo en Asia. De hecho, hay coincidencias: al igual que el protagonista, el autor fue el primer corresponsal de su periódico en Asia y también estuvo en 2007 en Birmania cubriendo la Revuelta del Azafrán.
El argumento es este: un grupo de corresponsales es retenido y permanece incomunicado en un hotel en Birmania (Myanmar, como la bautiza el dictador) hasta que acepten entregar el material que puede perjudicar al gobierno ante la opinión pública internacional. Miguel Bravo, un joven reportero con los ideales intactos, intenta proteger la información en un lugar secreto para hacerla llegar a los medios internacionales. Pero no parece fácil salir de allí: los militares hacen redadas y matan impunemente a cualquiera para amedrentar a la población. Además, está la mujer que le ha servido de guía y que ha desaparecido. ¿Quién es realmente?