Javier Reverte: «La frontera invisible»
por Mercedes Martín
(Plaza & Janés, 2022. 320 págs)
El primatólogo Frans de Waal explica en su libro El último abrazo que la sonrisa en los primates es signo de sumisión y el gesto serio, por el contrario, signo de poder. Algo de esto queda en la sonrisa humana, de hecho una mujer que sonríe a menudo nos parece femenina, pero un hombre que sonríe mucho nos parece un bobo.
Javier Reverte escribe en su libro La frontera invisible unas reflexiones sobre la sonrisa guasona de las esculturas antiguas: etruscas, griegas, asirias… ¿De qué se reían todas? Y hace una broma al respecto: quizá sonreían mientras torturaban a los enemigos.
No se sabe por qué sonríen estas esculturas, qué significa esa sonrisa impuesta enigmáticamente en todos los rostros del arte antiguo, pero el paso del arte antiguo al arte clásico está marcado por la desaparición de esta sonrisa general y bobalicona.
La Historia está llena de fronteras invisibles como esta porque las fechas y eventos que marcan el fin de una cosa y el comienzo de otra son simbólicos por las leyes de la razón.
Reverte se ocupa de la frontera invisible que separa a Oriente de Occidente, pero en lugar de quedarse en casa investigando en los libros, coge su mochila y sube a un tren, pues, como dijo Apsley Cherry-Garrad en su crónica El peor viaje del mundo, “la exploración es la expresión física de la pasión intelectual”.
Turquía e Irán son los lugares elegidos. No es por casualidad: el autor conoce bien la Historia de ambos países y se detiene a contárnosla a cada oportunidad para que nos hagamos una idea de que las fronteras son casi siempre una cuestión histórica y, por tanto, cambiante. Con él nos metemos en la corriente del paisaje, bajamos y subimos callejuelas, nos detenemos a comer dátiles en un puesto del mercado, charlamos con viejos amigos y también con extraños, y, al cabo, obtenemos en un frasco la esencia de ambos mundos.
Otros viajeros han escrito antes sobre Oriente y Reverte los cita en el momento preciso para que apreciemos también cómo han cambiado las cosas, pero sobre todo, nuestra visión sobre ellas, y cómo se han levantado otras ciudades sobre las antiguas, borrando el rastro oriental, pues la modernización significa casi siempre occidentalización.
Pero todavía quedan algunos rincones intactos, por ejemplo el atardecer sobre el estrecho del Bósforo mientras en la memoria aparece alguna foto antigua y coloreada del puente en el siglo XIX, recorrido a pie por personajes variopintos, una mezcla de atuendos de comerciantes asiáticos y funcionarios occidentales, una confluencia de mundos. Porque, aunque parezca lo contrario, las fronteras son los lugares donde las diferencias se desdibujan, las lenguas se mezclan, las costumbres se relajan, se intercambian las perspectivas, se hacen negocios y se agranda el propio mundo.
Este será nuestro último viaje con el autor, que cuando lo inició, ya estaba enfermo. Tal vez la luz irreal que lo cubre todo provenga de esta intuición y de esta nostalgia de un mundo a punto de desaparecer.