Pierre Michon: Los once
por Mercedes Martín
Anagrama. Barcelona, 2010; 137 páginas
Estos días en que la política se hace poco creíble me acuerdo siempre de aquellas cosas que decía Aristóteles, el cual parece ahora muy ingenuo o quizá demasiado sabio como para que nosotros lo alcancemos. Decía Aristóteles en su Política que los hombres se unían en comunidades por aquello que tienen en común, a saber: el logos. Es decir, el don de palabra.
Hoy las nuevas teorías políticas no se ponen de acuerdo acerca de por qué debería la gente juntarse en comunidades, habría que decirles esto mismo, una respuesta tan simple: porque queremos hablar. ¿Y de qué queremos hablar? Aristóteles también tenía respuesta para esto (estaba en todo), nuestro admirado filósofo pensaba (muy de acuerdo con el oráculo de Delfos) que el hombre quería hablar de sí mismo, de lo que le ocupaba: de política. Porque la política no era (como es ahora) eso que hacen otros en nuestro lugar, sino que era algo que uno hacía, algo de lo que uno se ocupaba activamente, y si no, uno casi no era humano. Como se sabe, Aristóteles pensaba que uno se unía a otros no por intereses perentorios, misérrimos, sino para vivir mejor y uno sólo podía vivir mejor ocupándose de sí mismo y de los otros por igual.
Pierre Michon (Gran Premio de Novela de la Academia Francesa en 2009), narra la otra cara de la historia, esa en la que la política es una actividad inútil o utópica en medio del robo y el crimen generalizado. Los Once tiene como protagonistas a los once miembros del Comité de Salvación Pública, que gobernó en Francia en 1794, tras la Revolución Francesa, e instauró ese período que conocemos con el nombre de «El Terror». Un cuadro y un pintor ficticios servirán de guía para contar la Historia.