Ramón Pérez Montero: «Eras la noche»
por Matias Escalera Cordero
(Libros de la Herida. Sevilla, 2022. 347 páginas)
¿Es el traidor siempre culpable? ¿No será el origen de la traición lo que habría que desentrañar para comprender mejor la naturaleza de esa traición? ¿Qué papel juega la memoria en la determinación de los hechos? ¿Por qué es tan decisivo el control de la memoria –y, por contra, tan peligrosa su eclosión– para el establecimiento de un estado de sumisa aceptación de la servidumbre por parte de la inmensa mayoría de eso que se llamó, hasta hace poco, pueblo? Estas, y otras, son las preguntas y la cuestión medular que plantea Ramón Pérez Montero, el autor, en esta excelente novela sobre el maquis en Andalucía; pero, antes que nada, como hemos dicho, acerca de la importancia de la memoria y de las causas últimas de una traición: en este caso, la del bueno de Largomayo, un ser abatido por la historia y, sobre todo, por las inclemencias de su condición, la de un jornalero andaluz, en la Andalucía de los años treinta, atrapado por las condiciones que lo rodean y que lo han construido a él y a miles de desarrapados como él.
Y es, a través de ese testimonio de excusa y de justificación del jornalero traidor –pasado ya el tiempo, en 1965–, ante la Guardia Civil y ante la policía política de la dictadura –los esbirros, precisamente, de los amos y señoritos que lo someten, a él, y a los de su clase–, como todo el hambre, la miseria y la ignorancia acumuladas, y la costumbre de la servidumbre y de los incontables siglos de obediencia, de resignación y de ciego acatamiento, se expresan a través de las palabras de Largomayo y esa deposición ante la autoridad, cuando el pasado ya es solo recuerdo, nos ayuda a entenderlas mejor, mucho mejor, sus palabras, sus razones para la traición. Y a comprender toda esa obediencia y toda esa servidumbre, pero también toda esta desmemoria impuesta por nuestros amos y aceptada por nosotros, los siervos; de modo que esa peripecia anónima y personal, novelada, la del pequeño desarrapado traidor Largomayo, nos ayuda en entender mucho mejor, no solo la España de ayer, sino la de hoy, no solo la Andalucía de ayer, sino la de hoy. Las traiciones de ayer, pero también las pequeñas y grandes traiciones de hoy.
«No nos vamos a quitar el hambre ni a guantazos». «Ya decía yo que estas libertades de la República no nos iban a traer nada bueno». «A los pobres nadie nos manda meternos en política». «La política debe ser cosa de los que saben». «Pues fíjate tú en esos, sin saber hacer la o con un canuto, a dónde los han llevado los jaleos de las huelgas y los sindicatos». [pág. 73]
¿Y las mujeres?, ¿qué sucedió con esas mujeres de negro que fueron enterradas en vida, tras el asesinato o la traición de sus maridos?; ¿qué sucedió con la mujer de Largomayo? Esta es otra de las preguntas que nos plantea Ramón Pérez Montero en esta intensa y emocionante –y también, por qué no, hermosa– novela, tan primorosamente editada por Libros de la Herida, sello editorial sevillano empeñado, desde hace tiempo, en la excelencia, y en la exaltación de la sensibilidad y de la memoria.Esta historia no puede desentrañarse del todo, si nos olvidamos de ella, personaje que, como la noche, se eleva al mismo nivel de significación que el mismo Largomayo u otro de los protagonistas centrales de la trama, el comandante Abril, epítome del auténtico héroe (guardia civil fiel a la República que decide tomar las armas, en la guerrilla, contra los enemigos de la democracia y del pueblo, tras la derrota, por coherencia con su juramento de lealtad a la ley y al estado de derecho). El personaje de la mujer de Largomayo, la condena de su destino nocturno, compartida por miles y miles de mujeres de negro, que sufrieron las decisiones de sus hombres, y que guardaron silencio, nos da, así, otra de las claves del asunto.
O, como sucede con esos dos personajes enfrentados en los recuerdos del traidor Largomayo, Bernabé, conocido como el “comandante Abril”, y “el Capitán”, ambos, jefes guerrilleros del maquis, que nos llevan a darnos de bruce con la cara y la cruz del heroísmo, o del derecho a la autodefensa; esto es, a otra de las preguntas medulares de esta novela: ¿quiénes son nuestros héroes?; ¿en qué consiste realmente el heroísmo en esa desesperada lucha de clases, por la supervivencia, que emprenden los últimos resistentes contra el viejo poder de los señoritos y el nuevo poder militar y fascista establecido, tras la derrota en la guerra, llamémosla, regular?
Porque es así, pregunta a pregunta, como esta hermosa novela, que cruza los tiempos y los enlaza para comprenderlos de verdad, que conecta sucesos acaecidos en 1933, en 1938, en 1939, en 1940, en 1947, en 1949, en 1950, en 1957 y en 1965; es así como esta historia real se yergue para inquirir en nuestra memoria colectiva; para que, al final, una vez acabada su lectura, nos preguntemos si acaso no podríamos añadir, los lectores, 1978 o 1992, o este año de 2022, en esa sucesión de fechas que explican la traición de Largomayo y que nos explican como pueblo de siervos obligados a la desesperada resistencia o a la traición. Es así, en suma, como esta novela, que va más allá de considerar la historia como mero acontecimiento, nos obliga a hacernos algunas preguntas inexcusables sobre sus causas y fuentes, y a sumergirnos en nuestra propia historia de pueblo de siervos, obligados, siempre, a esa resistencia desesperada o a esa traición; y a sumergirnos en ella, en nuestra historia, como a un entramado de materia y de existencia, es decir, de causas materiales y de ambiguas conductas humanas, que se explican mutuamente.
El enterrador es un hortelano que ha cavado el huerto. Sembrará en ese surco grande que ha abierto los huesos de Bernabé y del Capitán con la idea de que germine pronto el olvido de sus restos. [Página 339]
Creo que, si queremos comprender por qué la España, la Andalucía, de 2022, es como es, leer esta novela nos ayudará a comprenderlo, a comprendernos, mejor.