Ateneo de Madrid: Primeritis, novatos, ancianos, arribistas y gramcistas
por Julia Sáez-Angulo
Se llama primeritis, a la “enfermedad” de aquellos que llegan a las instituciones y creen que los anteriores no han hecho nada y que ellos vienen como “salva-patrias” -perdón salva-instituciones- a crearlo todo de la nada, a trabajar ex novo. Muchos de ellos acaban después saliendo de la institución por la puerta de atrás, porque de lo pretendido, no solo no hay nada, sino que han dejado un desaguisado atroz, cuando no lo han buscado como podio de alcance de otras aspiraciones.
Ya lo advertía con inteligencia una mujer, Teresa de Jesús: “andar en humildad es andar en verdad”.
Algo de esto puede suceder con la nueva leva de dirigentes en el Ateneo de Madrid, al verlos llegar con ínfulas y poco menos que desacreditando a los antiguos, a los que se les denomina “vieja guardia”, de la izquierda y el republicanismo supongo, a juzgar por la reputación de tal que sostiene el Ateneo.
Lo más llamativo fue la persona de nueva leva -una mujer- que en plena junta general dijo que “el Ateneo no era un “centro de día” para ancianos. Nadie la corrigió en la Junta Directiva, lo que equivale a dar por sentado que los ancianos sobran “estorban” por utilizar palabras recientes del presidente, algo inaudito e intolerable, que si se hubiera dicho de las mujeres, los gitanos o los negros, no se hubiera tolerado.
Un periódico, que se califica a sí mismo de independiente, narró la crónica de esa reunión con expresión de “un anciano con pantalones chinos…” ¡Increible, pero cierto!
Algunos Estatutos, para evitar a los nuevos que entran a veces, como burros en una cacharrería, exigen renovar las juntas directivas por mitades, porque los antiguos puedes informar y asesorar a los nuevos, para no caer en viejos errores. De la misma manera es recomendable que se alternen ancianos y jóvenes, y que los primeros no se apalanquen en los sillones, solo por el hecho de que con ello tienen el título de Ilustrísimo, concedido en su día por Alfonso XIII. Haberlos hailos.
El Vaticano, con buen criterio; recomienda a los obispos dimitir de su cargo al cumplir 75 años. Es un consejo razonable que también conviene recordar, pues, a partir de la jubilación se van perdiendo energías, por más que se tenga más tiempo libre para dedicarse a la institución cultural. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. No puede ralentizarse la actividad, por falta de energías.
Y tampoco cabe aquello de poner una mujer o un joven o dos, en las Juntas directivas, como guinda para el escaparte y el “cumplo y miento”.
Por tanto, una buena reflexión de “novatos” y “viejos” no vendría mal de cara a nuestras instituciones culturales.
Presumir de llevar nuevos socios a la institución del Ateneo en estos momentos primerizos no quiere decir nada, sino que solo los llevan a las instituciones, cuando están ellos en el poder directivo. Algo similar hizo un periodista madrileño conocido, cuando perdió las elecciones en la Asociación de la Prensa y creo otra Asociación de periodistas, en la que él sí puede ser el presidente. También hemos visto a una alcaldesa quien advirtió, que sólo se quedaría tras las elecciones, si salía como primer edil, de lo contrario, dimitía. Así lo hizo y se fue a su casa. Solo le interesaba el cargo, no los madrileños.
El lenguaje de la palabra o los gestos nos delata, máxime a los seguidores del gramcismo, al querer alcanzar el poder a través de la cultura, con menosprecio de quien haga falta para ello.
Esta es la carta que me ha llegado de un amigo, “viejo” ateneísta”: “El Ateneo, al que pertenezco desde los años setenta, fue un centro intelectual honesto, pero desde hace unos años se ha convertido en un gallinero de arribistas, ya comunistas ya oportunistas. Ya no lo frecuento. El problema es que votan 300, y estos repartidos en tres o cuatro candidaturas, por lo que para ganar en cuanto tengas próximo a 100 votos, ya eres presidente. Y con ese 1% puedes hacer y deshacer, trucar las asambleas y destrozar los Estatutos”.
El Ateneo de Madrid, “vieja” institución de cierto prestigio, hará muy bien en cuidarse de sectarismos, menosprecios y exclusiones para no escorarse en polarizaciones. Actuar con respeto, presunción de buena fe hacia el otro, es parte del buen funcionamiento de la democracia, máxime en la Cultura sin aspiraciones gramcistas.