Marcos Almendros: Antología de mujeres de los siglos XVI y XVII
por Mª Angeles Maeso
(Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, Madrid 2020 y 2022)
Dos antologías de poesía del Siglo de Oro, que nacieron con dos años de diferencia, caminan ahora por la calle, dando cuenta de la existencia de 30 poetas mujeres, casi todas, fuera del ámbito académico, desconocidas. Puede que nos alcancen los dedos de una mano para contar los nombres que hayamos estudiado: Florencia Pinar, Sor Teresa de Jesús, María de Zayas, Sor Marcela de San Félix o Sor Juana Inés de la Cruz y… Puede que, para algunas de las 25 restantes, estas antologías lleguen a ser la balsa que las rescate del olvido imperdonable. Recordemos que, en el discurso bíblico, se presenta el silencio como ideal para la mujer; recordemos que “la Virgen casi nunca abre la boca, que solamente oye y atentamente escucha órdenes de la divinidad o súplicas de los pecadores. Recordemos que el silencio impuesto es lo que encarna la diferencia entre María y Cristo; recordemos que El Siglo de Oro es el de Trento y huele a carne quemada. A esa luz, recordemos que, si lo ideal para la mujer es la obediencia debida al confesor, al padre, al hermano o al esposo, romperlo mediante la escritura es un acto subversivo, que cuestiona la vigencia del modelo mariano.
Las mujeres de estos dos siglos que, en la soledad de los conventos, aprendieron a leer y escribir y pudieron dar a conocer sus poemas, raramente podrían entender qué significaba escribir con todo el cuerpo, por decirlo en palabras de la última premio Cervantes, Cristina Peri-Rossi. ¿O sí? ¿Cómo saberlo? De Florencia Pinar (1470-1530), por ejemplo, solo nos han llegado 6 poemas recogidos en el Cancionero General, de 1511, pero cualquiera de ellos conlleva una voz propia, que sigue hablando para hoy:
Canción II A unas perdices que le enviaron vivas
De estas aves su nación
es cantar con alegría
Y de verlas en prisión
siento yo grave pasión,
sin sentir nadie la mía.
Ellas lloran que se vieron
sin temor de ser cautivas
y a quien eran más esquivas
esos mismos las prendieron.
Sus nombres mi vida son
que va perdiendo alegría,
y de verlas en prisión
siento yo grave pasión
sin sentir nadie la mía.
Ante unas aves apresadas, la poeta lamenta su pasión encerrada en soledad y le duele la prisión de las aves, porque es antinatural apresar lo que la naturaleza hizo para el vuelo, el canto, la alegría y la libertad.
Tras un minucioso análisis de este poema, el profesor y poeta Salus Martín concluyó en su día así su comentario: La poeta ha comprendido que la jaula en la que está no es menos jaula que la que encierra aves que libres volaban; ha comprendido que debe afirmar, rotundamente, que lo propio de las mujeres, como lo propio de las aves, es vivir libres y cantar con alegría, y que lo antinatural es que las mujeres estén encerradas. El poema denuncia la situación de las mujeres enjaulada en la sociedad de finales del siglo XV.
Una de las escritoras del XVII, más conocida por su obra narrativa es María Zayas, (1590-1647), su inclusión en la antología queda explicada por la frecuencia con que incorpora poemas en sus cuentos y novelas. En el capítulo que le dedica Alicia Redondo dice así: La vida de María de Zayas está rodeada de silencios. Apenas tenemos unos cuantos datos históricos y otros pocos más deducidos de sus escritos; el resto es una verdadera incógnita: ¿Se casó?… ¿Fue religiosa?… ¿Dónde vivió?… ¿Tuvo una vida medianamente feliz?… ¿Cuándo murió?… Al menos hoy no podemos responder a ninguna de estas preguntas. Algunos críticos interpretan la solución no matrimonial de sus novelas, tan extraña en el contexto de la novela cortesana como reflejo de su propio modo de ver la vida. El poema que recoge esta antología dice así:
Amar el día, aborrecer el día
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.
Este soneto, como otros de su amigo Lope de Vega o de Quevedo, con quien no tuvo trato, participa de la percepción paradójica del sentimiento amoroso, propia de su tiempo, sin embargo, bien pudiera ser posterior al de María de Zayas. O no. Ella vivió sus últimos años retirada en un convento, sin que se sepa la fecha de su muerte. “Después de las Novelas ejemplares, de Cervantes, son las de María de Zayas las que lograron mayor difusión en el occidente de Europa”, dijo de ella el crítico literario Van Praag. En todo caso, si nos preguntamos qué hacer con estas losas que caen sobre la escritura de las mujeres, sólo se me ocurre responder: buscarlas, a veces hay fascinantes hallazgos entre editoriales pequeñas.