Alberto García Teresa: «Callejero de manglar»
por Mª Angeles Maeso
(Editorial Lastura, 2022. 130 págs.)
Podría hacer recuento de las muchas actividades literarias en las que participa Alberto García Teresa, pero sólo mencionaré la que tiene que ver con el nacimiento de este Callejero, que es, tal vez, la menos conocida. Hablo de su interés por la literatura fantástica, pues este Callejero no nace como nuevo espacio de indagación en la cadena de sus intereses literarios: AGT fue coordinador de la revista de crítica sobre ficción especulativa, Hélice; codirector de una antología anual de ensayos sobre literatura fantástica, redactor jefe de la revista Solaris… Actividades que sitúan su nuevo libro con la libertad especulativa que tanto le ha interesado.
Callejero de manglar es un título que nos genera incertidumbre, vamos a entrar en zonas de revoltijo, donde todo se enreda; zonas donde conviven ecosistemas terrestres y marinos; aguas dulces y saladas. Vamos hacia espacios donde las palabras “nunca” o “siempre” son tan movedizas que se encuentran, se dan la mano o se pierden.
Entrar en zonas de manglares, donde nada es sólo blanco o negro, supone entrar en zonas de incertidumbre, pero también en zonas de alianzas vínculos. Y ahí nos lleva A.G.Teresa con este libro que es un mapa, con el que caminamos por su estructura como la araña por su tela. Nos perdemos con la numeración de las calles y no pasa nada, porque ya sabemos que, en los mapas de los manglares, la nada puede serlo todo, lo dulce puede ser también salado y lo blanco negro.
Cada relato lleva por título una dirección postal, de modo que este libro es el buzón al que han ido a parar un buen puñado de micro relatos, 73. Podemos decidir leer cada texto al azar o seguir los pasos del cartero-autor, según un orden que desconocemos, pero es bueno comenzar por primero, el que corresponde a la vivienda nº 6 de la C/ Helecho. En esta calle también habrá que abrir los buzones en los números 1, 3, y en el 9 y podemos hacerlo cuando queramos, pero si el libro se abre por Helecho, 6 –y no por Helecho 1- será porque ahí, las raíces de la casa, que se mueven libremente, nos dan la bienvenida:
“…En esa vivienda, -se nos dice- aleatoriamente, sin seguir ningún patrón, sin tener en cuenta el ángulo de los girasoles, la entonación de los mirlos o la aglomeración de hormigas alrededor de las espigas, las habitaciones bailan.(…)
Incluso dentro de una misma sala, los ejes se descolocan en una desquiciada sinfonía donde, afortunadamente, todo sigue encajando con la precisión de la primavera.”Pero ¿adónde nos quiere llevar Alberto García Teresa?, nos preguntamos. Y nos quedamos un rato en esa primera casa con su Alicia en el país de las maravillas, donde todo baila desafiando la ley de la gravedad y donde, al mismo tiempo, todo encaja con la precisión de la primavera. Nos decimos que nada más adecuado, para moverse en estos terrenos de arenas movedizas, que la estructura narrativa del microrrelato, que tanto tiene que ver con el género lírico como con el narrativo, y nos detenemos ante la puerta de la C/ Robledal 4, en la que se oyen pasos. Nos diremos que, a fin de cuentas, estamos en zona de manglares y que el protagonismo ya no corre a cargo de la gente:
Como el que se olvida la cazadora en el respaldo de la silla en un bar, quien se sienta en la cómoda mecedora del salón de Robledal, 4, se deja allí un secreto.
El inquilino lo recoge enseguida, en cuanto el invitado sale por la puerta, lo sacude, lo memoriza y lo arroja a la chimenea. Los almacena en su cabeza por si, en un descuido, es él quien se sienta en la mecedora.
Si el misterio es ingrediente fundamental de la literatura fantástica, ya vemos qué bien se alía el micro relato con la poesía. ¿Y qué hacen en el caserón abandonado, de Almendro 7, los fantasmas que no paran de limpiar? ¿O quiénes son los habitantes de Zarzal, 1 que, de día, son ordenadas viviendas, aunque sin gente, ocupadas por sombras, que cobran vida durante la noche? Con luz o sin ella ¿qué ha sido de las personas?
Para mirar a fondo, tenemos que entrenar la pupila surrealista, se nos dice que:
“Siempre tuvo aspiraciones de pintora la casa de Robledal, 12. Por eso se percibe un ligero estremecimiento cada vez que se cuelga en su interior algún óleo, por malo que sea. Por eso nunca cogen polvo los pocos libros de artes plásticas que guarda su inquilino en las estanterías. De ahí que la chimenea emita, a su antojo, pequeñas volutas de humo que se van colocando, con cuidado, sobre el cielo despejado.”
Y si nos asomamos a la puerta de Nevero, 6 nos diremos que esta habitación es un poema vertical, donde es posible nacer de nuevo. En ella, ante la mudez de las personas, han tomado la palabra, las casas, las plantas, los animales y las cosas.Todo, menos las personas que, aisladas o escondidas, se han quedado fuera de campo como el filósofo de este relato, que apenas abre la boca:
Es completamente de cristal opaco la casa ubicada en Cascada, 7. Su propietario es un filósofo. Encerrado en esa pulida estructura, aspira a ver el mundo sin interactuar con él ni ser detectado.
Nunca ha llegado a escribir nada más que una elegía inacabada.
Los personajes o están aislados como el filósofo anterior o va a zancadas como las esculturas caminantes de Giacometti. A esas esculturas recuerdan los viajeros de la calle Bajamar-8, que intercambian viviendas o habitaciones, en sucesivas permutas, entre personas que van y vuelven, que son todas, menos el inquilino original. Son pequeños textos que nos obligan a tomar aire para leer a fondo los puntos del mapa:
Vemos Cascadas, animales, plantas fenómenos naturales… Apenas hay gente: El sujeto no es el ser humano, si acaso, solo un sujeto paciente que mira y aún permanece expectante; que no levanta la mano para pedir la palabra, pero que aún no ha desistido del todo; que aún piensa, escribe, camina, corre, sueña y mira y mira… Alguien que aún no ha desistido y se ha negado formar parte del infierno, alguien que, como en el final de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, aún puede “buscar y saber reconocer, quién y qué, en medio del infierno, no es infierno”. El final de Encina, 7, en clave distópica anuda nuestro ahora con la prehistoria:
De esta manera, han aprendido los inquilinos qué animales vivieron en la zona hace millones de años, cómo se organizaban las familias prehistóricas, qué objetos utilizaban y, sobre todo, han comprendido el antiguo idioma del trigo.
Alberto García Teresa nos lleva a ese hábitat de manglar que, en su aislamiento, nos representa.