Fernando Aramburu: «Los vencejos»
por Mercedes Martín
(Tusquets editores 2021. 704 págs.)
Una vez vi en la tele a un hombre con un cartel que ponía «feminazi» e iba corriendo detrás de Rocío Carrasco. Quedé perpleja. Ahora tenemos la oportunidad de asomarnos a lo que hay en la cabeza de estas personas porque Aramburu ha querido radiografiar (según ha dicho en una entrevista) “la crisis existencial de un varón de mediana edad en la era post-patriarcal”, y a mi juicio le ha salido bien: al protagonista de Los vencejos solo le falta correr con un cartel.
Toni, que así se llama el protagonista, empieza a “ir de putas” en cuanto se queda sin sexo en su propia casa. Su mujer tiene la culpa porque lo rechaza, pero no tiene razón, ya que él «se porta bien», por ejemplo hace de comer mientras ella amamanta, e incluso (¡incluso!) renuncia a comer carne. Todo por ella. Pero ni por esas. Toda la novela muestra el punto de vista de Toni: una suma de vejaciones por parte de su mujer (y luego ex) que llega incluso (¡incluso!) a engañarlo y, en general, el relato del hastío que le causa el mundo.
¿Cuál será su venganza? No intentará ser feliz, no le dará ese gusto a ella. Su plan es suicidarse. Se le ocurre hacerlo allí mismo, delante de la puerta de su casa (su ex casa) cuando quiere entrar con su llave y descubre que ella ha cambiado la cerradura. Pero no quiere dar un espectáculo. Por ahora. Se dará un plazo razonable de un año para reflexionar y escribir en un diario que espera que su hijo lea… ¿Será posible? Ni siquiera su hijo es motivo de felicidad para Toni, es un haragán de pocas luces. En realidad nunca lo ha querido, lo ha intentado, pero no lo consigue. Los únicos «seres» que hacen feliz a Toni son: su amigo de Vox, su perra Pepa y su muñeca hinchable. Y mientras cumple o no cumple su promesa de suicidarse, mientras narra todas las vejaciones y despropósitos que se confabulan contra su felicidad, Toni va comentando las noticias de actualidad con hastío como quien lee el periódico.
Hay que reconocer la maestría de Aramburu: hastío, opiniones sobre actualidad y novela se complementan a lo largo de setecientas páginas. La historia no se desmadeja y el lector no se pierde, lo cual tiene mérito. Para introducir algo de suspense, el autor utiliza el enigma de unas notas anónimas que recibe el protagonista en su buzón, mediante las cuales un desconocido le insulta y le revela cosas que suceden a sus espaldas. Por otro lado, el autor utiliza el recurso del «humor» que supuestamente causa ver a un hombre burlado por su mujer, por ejemplo friendo berenjenas en lugar de filetes para obtener sexo a cambio. Pero no tiene gracia. Hace tiempo que esta clase de chistes no funcionan, son de la época de Mariano Ozores y Alfredo Landa, de cuando los hombres «dominados» por su mujer o por cualquier mujer eran motivo de escarnio público porque se consideraba que debía ser al revés.
Si el objetivo de Fernando Aramburu era mostrarnos el laberinto de la mente de un machista redomado, lo ha conseguido con creces porque encaja plausiblemente en el perfil de esos hombres separados que, para vengar su orgullo de macho herido, o matan o se matan, como en los dramas de honor del siglo XVII. Por desgracia, también del siglo XXI.