Ana Iris Simón: «Feria»
por Mercedes Martín
(Círculo de Tiza, 2020. 232 págs)
El filósofo estadounidense Michael Sandel dice en su libro titulado La tiranía del mérito que “Hoy en día, el bien común se concibe principalmente en términos económicos. Tiene menos que ver con el cultivo de la solidaridad o con la profundización de los vínculos de la ciudadanía que con la satisfacción de unas preferencias de los consumidores medida por el producto interior bruto. Esto repercute en un empobrecimiento del discurso público.” Todo se vende, todo se compra, ganan los que más tienen, pierden los que menos. Y al final unos están orgullosos y otros resentidos, y la sociedad se divide, y el bien común desaparece. La tiranía del mérito es esa idea malvada de que los perdedores se merecen perder porque no se han esforzado, y es fuente de segregación y resentimiento. Estaba yo pensando en estas cosas cuando precisamente cae en mis manos el libro de Ana Iris Simón, Feria. La portada es azul marino como la noche, porque las ferias de los pueblos se llenan al caer la noche y, sobre el fondo azul nocturno, banderitas de colores amarillo y rojo, qué casualidad. Esa feria familiar, de pueblo, ya no existe, dice la narradora, ahora la feria es España, una especie de Disney World, un centro comercial abierto las 24 horas. Ya no hay familia, ni pueblo ni país. No hay proyecto vital si no hay trabajo estable ni salario digno, ni futuro. El país se disuelve en una suma de individualidades, los jóvenes se marchan a trabajar fuera y nacen pocos niños.
Pero la autora dice basta: ¿a quién estoy sirviendo con mi estilo de vida? Ella se niega a servir al capitalismo salvaje, a dejar al niño en la guardería y al abuelo en la residencia con tal de tener una profesión. Ella quiere criar, quiere cuidar, y no tiene por qué renunciar en nombre del falso progreso ni del feminismo. Porque ojo: ella, como cualquiera, dejó el pueblo para triunfar, para tener éxito profesional, pero era un cuento chino. Ni éxito ni triunfo ni nada. A compartir piso, a ganar mil euros al mes o menos, sola en la ciudad, lejos de los suyos, sin poder formar una familia propia. ¿Y para qué?
La verdad es que la lectura de este libro me deja perpleja y, teniendo en cuenta que va por la décima edición, no solo a mí, mucha gente conecta con el desengaño neoliberal. Y es que pone el dedo en la llaga: ¿por qué tengo yo que dedicarme a mi profesión a toda costa? Porque hay más cosas, señores: la tradición, la familia, la comunidad, la tierra. Sí, todo eso junto y por separado. Hay en internet un discurso que da la autora en la Moncloa que resume muy bien cuál es el mensaje de Feria: si no hay niños, si no hay dónde poner las placas solares porque no hay casas, ¿por qué preocuparse del cambio climático? Si son los inmigrantes los que van a pagar nuestras pensiones, ¿quién pagará las de sus padres en sus países de origen? Ese es el discurso más o menos. Y no cabe duda de que tiene razón. El estilo de vida que impone el neoliberalismo, el capitalismo feroz y la globalización económica no sirven a la sociedad, más bien la destruyen. ¿Pero cuál es la alternativa que plantea la autora, volver a lo de antes? ¿A la aridez y esclavitud del campo, a la vida provinciana con sus chismes y su tribunal popular? ¿A someterse al marido y no tener ni voz ni voto en la vida pública e intelectual con tal de criar y cuidar?