Maggie O’Farrell: «Hamnet»
por Mercedes Martín
(Libros del Asteroide, 2021. 350 págs)
¿Quién es Hamnet? Es cierto que no sabemos apenas nada de Hamnet, el hijo de Shakespeare que falleció a los once años, ¿y por qué coincide su nombre con el de la tragedia estrenada por El Bardo trece años después? Hamnet/Hamlet, parece un juego de palabras. Quizá apenas no haya relación, pero el asunto sedujo a Maggie O’Farrell durante años, y el resultado es esta novela histórica maravillosa que le traerá, sin duda, reconocimiento internacional y premios.
Porque la novela es una obra de ingeniería, un monumento de la imaginación. Por supuesto, O’Farrell ha investigado mucho. En las entrevistas asegura que ha hecho un curso de cetrería y otro de cómo cultivar un jardín isabelino, ha leído biografías y ensayos, ha visitado todos esos lugares: el pueblo, la casa, el taller, el corral. Todo cuanto pudiera alimentar el fuego de su imaginación y retrotraernos al Stratford de la Inglaterra del siglo XVI. No ha escatimado tiempo y esfuerzo. Y bien que ha valido la pena porque a lo largo de las páginas la lectora (yo) no ha podido cerrar la boca de puro asombro. Qué fino tejido, cuántos detalles, cuánto mimo y cuánta destreza. Y es que no es oro todo lo que reluce en los estantes de las librerías, por eso, al terminar la novela te dan ganas de ir a darle las gracias a la autora. Gracias, Maggie O’Farrell, por escribir.
Hamnet, como la famosa tragedia, también es una historia de amor filial y dificultad para lidiar con el dolor de la pérdida. Pero no hay guerras ni príncipes, sino vida cotidiana. Stratford, la villa donde la familia Shakespeare se instaló, es uno de los “personajes” más logrados de la novela, con su montón de pequeños seres anónimos que pululan en pleno siglo XVI por las calles empedradas, sin agua corriente ni electricidad ni hospitales, con altas tasas de mortalidad infantil y que, para colmo, recibe el embate de la peste negra. La otra protagonista es Agnes, la mujer de Shakespeare. Agnes es el nombre que aparece en el testamento de su padre, y no Anne, como la conoce la Historia. Los biógrafos suelen repetir dos o tres tópicos acerca de ella: que era mayor que Shakespeare, que se casó embarazada (cosa usual en la época) y concluyen injustamente que ella debía de ser una arpía, que lo atrapó. Pero no hay datos que avalen semejante animadversión. En cambio, la Agnes de O’Farrell se reivindica como un espíritu libre e incomprendido, una mujer fuerte y seductora, y una amante esposa y madre.
Pero lo que más atrapa nuestra atención es la manera en que está narrada la historia: cómo se nos lleva atrás y adelante en el tiempo, con tanta facilidad y acierto. Cómo se nos presenta un mundo con todo lujo de detalles: metemos los zapatos en el barro del camino, entramos en las casas, subimos al desván, admiramos la luz del sol que entra por una ventana, desmenuzamos la carne de un pollo en la cocina, escuchamos el crepitar de una llama, el aire que se corta por un batir de alas, entramos en el taller y tocamos las herramientas, sentimos en la piel el roce de las sábanas, pisamos una manzana que se ha caído… La narradora adopta diferentes puntos de vista, se pone en el lugar de cada personaje, va de uno a otro con agilidad, mostrándonos su interior, una escena se nos presenta desde el ángulo menos esperado. No hay decorado de cartón piedra, no hay figurantes, nada está de más. Es un mundo vivo, animado por la imaginación.
En cuanto a William Shakespeare, es uno más entre los otros. En realidad esta novela no trata del gran genio inmortal, sino del personaje anónimo y su mundo, que se han perdido para siempre. ¿Será esta certeza de finitud el verdadero origen de la literatura?