Stefan Zweig: ”Diarios”
por Julia Sáez-Angulo
(Acantilado. 592 págs.)
Stefan Zweig es uno de los narradores más respetados de primeros del XX. Sus biografías a distintos personajes de la Historia han sido leídas por miles de personas y ahora vemos la segunda edición de sus ”Diarios”, con prefacio de Mauricio Wiesenthal en la publicación de la editorial Acantilado. La traducción del alemán es de Teresa Ruiz Rosas.Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, ya contaba con una autobiografía titulada “El mundo de ayer”, pero estos «Diarios» acogen sus anotaciones más inmediatas y espontáneas, lo que da idea de su pensamiento primero a la hora de señalar y marcar las cosas. La inmediatez de su vida en Viena, París, o Zurich, donde cultivó la amistad de otros intelectuales como Emile Verhaeren, Roman Roland o Rainer María Rilke, aparecen en este libro y nos ilustran sobre la vida del escritor en esta Europa central, de la que Zweig verá dos guerras crueles y mortíferas, la I y II Guerra Mundial.
Recordemos que Stefan Zweig se suicidó en su exilio brasileño. Quizás no pudiera soportar tanto horror y la deriva autoritaria y antisemita del viejo continente, con el ascenso del nazismo. Ver a la culta Europa derrapar por los derroteros de la barbarie fue una experiencia que no pudo soportar.
El contenido de los “Diarios” de Zweig abarcan los capítulos de la Gran Guerra de 1914-16; Diarios de Suiza (1916.31); Apuntes de Nueva York (1935); Viaje de París a Londres (1935); Viaje a Brasil (1936); Diario de la Segunda Guerra Mundial (1939) y Cuadernos de la Guerra (1940).
Wiesenthal escribe al comienzo de los “Diarios”: “Stefan Zweig, el humanista, el descubridor de vidas olvidadas, el poeta de Europa, el luchador de la libertad, el maestro de la memoria de nuestra cultura y el faro de tantas generaciones que tenemos con él una deuda impagable, fue el último creador de mitos en una época donde todavía se podía ocultar -no ignorar- una parte de la realidad: una tarea homérica que hemos perdido en este tiempo decadente sometido a la violencia dogmática y chulesca de unos ignorantes que pretenden saberlo todo”.(…) A la “era de la sospecha” que vivió Zweig ha seguido en el siglo XXI el tiempo del derribo, la denuncia y la acusación. No puede revelarse ninguna sabiduría ni belleza en la violencia y la violación, porque el placer de descubrir exige traspasar con su vigilancia el manto del amor (filo-sofía), el velo de la piedad, la gasa de la clemencia y la materia del vestido con todos sus adornos, cortes, encajes y brillos”.
(…) “Es verdad que era un hombre angustiado por el absoluto, hijo de aquella Viena feliz y seductora, que era una madre amorosa pero que, en palabras de Kafka, “también tenía sus uñas. Sin duda era inseguro, hasta el punto que la “rectitud levítica” y la responsabilidad en la que había sido educado (…) le impedían salvarse recurriendo al juego, al humor y a la ironía. Sus últimas palabras en una de sus cartas son: “Aún no me lo creo”. En esa desconfianza racionalista está probablemente el misterio de su final trágico”.