Jean-Marie Gustave Le Clézio: «Canción de infancia»
por Mercedes Martín
(Lumen 2021, 160 págs)
Si excavas en tu memoria empiezan a aparecer recuerdos que estaban ocultos: olores, colores, paisajes, emociones. Es lo que hace el consagrado escritor francés y premio Nobel de Literatura en su último libro: extraer todos esos recuerdos y presentarlos tan vivamente como su pluma le permite.Le Clézio nació en Francia “por casualidad” porque su padre era africano, de Mauritania, con ascendencia bretona y por aquel entonces Mauritania estaba bajo el gobierno británico. En cuanto a su madre era de Niza y cuando la guerra estalló, la madre con dos hijos pequeños estaba en Francia, ocupándose de los abuelos. Huyendo fueron al norte, a la Bretaña, y cuando los expulsaron de allí condujeron un coche destartalado hasta Niza.
Pero en Niza no había nada que comer. No había huertos ni animales. Solo había casinos y salas de fiesta. Toda la familia pasó hambre durante los cinco años que duró la ocupación alemana. Lo que describe Le Clézio en este libro es la memoria del hambre, del miedo, las bombas, las historias que le llegan al niño y que no sabe descifrar del todo, pero también la dulzura del seno materno. Su madre y su abuela protegiéndolos, a él que apenas tiene unos meses y a su hermano de dos años. Aquellos primeros cinco años de infancia fueron robados por la guerra y una muestra de la bravura de la madre y de la abuela, que dirigieron las operaciones para sobrevivir y sacaron el alimento de donde no había. “Mi abuela era una mujer fuerte, mi madre era valiente”, dice el escritor un poco admirado, ya que son cosas que los niños aprenden a admirar en los hombres, pero no en las mujeres. Pues ahí está la prueba: muchas mujeres en todo el mundo se ocupan solas de sus hijos y los sacan adelante, pasando tremendas dificultades.
La memoria aparece fragmentada como no puede ser de otra manera, iluminada por flashes aquí y allá, sin palabras, porque “existe una memoria sin palabras, una memoria guardada en el cuerpo” dice el escritor. Este es el gran tesoro del libro, que nos transmite lo que aun pervive en el cuerpo en forma de sensaciones vivas: imágenes, olores y sabores, emociones, asombro, miedo… Creo que todavía se puede ver el miedo en la cara del autor. Es un hombre alto y delgado con cara de haber sentido la explosión de las bombas a pocos metros, rompiéndole los tímpanos, lanzándolo por los aires.La otra memoria que ocupa el libro pertenece a una época posterior, cuando Le Clézio tiene unos ocho años, son los veranos pasados en la Bretaña francesa, pobre, pero abastecida de todo lo necesario. Agua y comida, sol y naturaleza. Las casuchas con el suelo de tierra y un infiernillo, las pocas habitaciones apenas iluminadas por un quinqué, el agua que había que ir a buscar a la bomba dispuesta por el Ayuntamiento, la siega, la trilla, el pastoreo, el pan malo del único almacén de provisión que tenía “de todo”, pero no necesariamente de la mejor calidad, el sol, el mar, el viento, el aulagar de diversos colores: amarillos, violetas, blancos, los restos de la guerra esparcidos aquí y allá, semi enterrados, cubiertos de vegetación y de óxido, asomando cuando la marea está baja. Los niños corren por fin libremente por el campo, rabiosos de libertad, juegan intentando olvidar ya la guerra, pero con la memoria del miedo para siempre a flor de piel.
Casi todo ha desaparecido: la infancia y el paisaje con sus olores y sabores, debido al paso del tiempo y a los estragos que los dictados de la economía y de la codicia suelen causar en el paisaje, pero este libro de memorias lo preserva a su manera.