Julia Sabina: “Vidas samuráis”
por Ana Isabel Ballesteros
(Destino, 2020. 302 págs.)
Julia Sabina entra en el mundo literario por la puerta de los privilegiados, con una novela que revela oficio y que entronca o al menos comparte elementos con varios subgéneros narrativos: la novela de aprendizaje, la narrativa de autoficción, la campus novel en algún sentido, e incluso la metaliteratura.
Gracias a este cóctel, el lector encuentra claves de comprensión que son al mismo tiempo fuertes enlaces entre los distintos ingredientes del relato. Si la narradora-protagonista, Maribel, se ve obligada a aprender que lo que caracteriza el pensamiento francés es la estructura, las partes y subpartes, también el lector se siente impelido a encontrar la base de organización y el medido engarce entre los componentes que constituyen la armazón de las aventuras de la joven doctoranda en Lille.
La narradora unas veces apela al imaginario cultural para exponer sus vivencias, y otras ese imaginario asalta al lector y le facilita la asimilación de los hechos expuestos. Así, la historia empieza de un modo que en el ánimo del lector se relaciona con ciertas ideas de Bienvenidos al norte (Bienvenue chez les Ch’tis), la taquillera película de 2008 realizada por Dany Boon, porque desde el inicio se cobra conciencia de la distancia entre un lugar soñado, París, como punto deseado para el arranque vital, y el sucedáneo de Lille, que empapa a Maribel con su lluvia como bienvenida y le hace más pesado su deambular por la ciudad hasta encontrar su alojamiento. Una frase de Bachelard que repite la narradora, “la casa es, más que el paisaje, un espacio del alma” apunta como clave para entender el recorrido y la personalidad de la protagonista, como también sus gustos “feístas”: “prefería el desgarro de lo feo” (pág. 213).
La crónica de los primeros pasos de Maribel en Francia, la descripción de su residencia, así como la distancia de esta respecto a la capital, la confrontación imaginaria entre Lille y París, se convertirán en buen ejemplo y aviso del carácter de la propia protagonista, que experimenta, una y otra vez, las desventajas de su posición en el entorno y, sobre todo, respecto al punto al que pretende llegar; sus carencias, su mediocridad, su cierta sensación de inferioridad, aunque también la progresiva lucha por alzarse sobre sí misma y los sucesivos logros. De ahí la necesidad de incluir como contrapunto a Paula, una aspirante a plaza de titular, diligente y obediente a ANECA, que de algún modo hace comprender, a los lectores no duchos en carreras académicas, qué exigencias imponen y qué perdida respecto a ellas se encuentra Maribel en un principio.
El empeño de esta joven por amoldarse y encajar en la sociedad francesa corre paralelo a su esfuerzo por encarrilarse en su tesis y también paralelo a su afán por encauzar su propia trayectoria vital. Recorre todo el relato esa porfía por encajarse con calzador en los círculos apetecidos y por recuperar o alcanzar una vida propia. La protagonista narra con llaneza y sin ninguna suerte de presunción ni orgullo los obstáculos y los engaños, sus propias deficiencias y pequeños fracasos. Por eso la voz resulta realista y objetiva, y verosímil lo que cuenta.La joven doctoranda no se presenta como una triunfadora nata, ni como alguien especialmente inteligente o dotado, sino, como alguien “que siempre había estado en las periferias de donde realmente se debía estar” (p. 19), quizás en correspondencia con su medianía. Los lugares donde habita, las situaciones que vive en la novela, se encuentran en perfecta sintonía con tal definición. Sin embargo, en cuestiones esenciales Maribel experimenta golpes de suerte: al lector le asombra que una aspirante a doctoranda tan poco familiarizada con el sistema académico, incapaz durante meses de avanzar en una propuesta de tesis cuyo sentido ni ella misma parece comprender, consiga con tal propuesta una beca, aunque sea para Lille y no para París, y aunque se especifique que igualmente había solicitado otras que no le conceden; al lector vuelve a asombrarle que más adelante un tribunal valore una nueva propuesta por encima de todas las demás, y la única explicación que puede darse es que la protagonista narradora proyecta su sentimiento de inferioridad en el relato y se infravalora. Pero esa modestia constituye un motivo de empatía con el lector.
También otros golpes de suerte permiten rápidos avances en la acción, como la invitación de una profesora a una fiesta en la que se reencuentra con el que será su amor, Guillaume, la invitación a otra fiesta gracias a la cual se allanará su senda en los círculos académicos, la aparición casual de su director de tesis en el bar donde Maribel se pone a trabajar de camarera.
No obstante, en general, respecto al entorno, Maribel no será una excepción y sufre, desde su llegada a Lille, la propensión de los aprovechados a engañar a los turistas o novatos, y al lector le parece entrar en un mundo de seres-lobos: un joven que parece querer galantemente acompañarla en la búsqueda de su residencia, en realidad intenta liarse con ella; otro se hace pasar por residente en el mismo lugar y con el mismo propósito; con el añadido de que pide ayuda a un residente (este sí) conocido que se niega a acompañarla; un hombre, quizás un mendigo, vestido de Papá Noël en Nochebuena, la acorrala en un vagón del metro pidiéndole dinero o sexo; un compañero de piso acaba resultando un obseso sexual; en un despiste en la biblioteca, le hurtan su ordenador portátil e incluso un ladrón entra en el apartamento que finalmente consigue que le alquilen. También parece hasta cierto punto un timo la inmobiliaria donde le hacen pagar solo por disponer de los teléfonos de los propietarios de posibles apartamentos en alquiler, muchos de los cuales no contestan o no la quieren por inquilina.
Al realismo y la verosimilitud contribuyen ciertos detalles en las descripciones que personalizan la relación de la narradora con los lugares y los objetos; con detalles de la idiosincrasia francesa, de sus costumbres y cultura relacional. La perspectiva del observador extranjero resulta de interés en la presentación de las situaciones y de determinados ambientes, muchos de los cuales parecen elegidos por sus elementos de pintoresquismo o de singularidad.
Julia Sabina acierta también con el tempo procurado en el relato: ágil y sin fisuras, pero a un tiempo contenido, sorteando la rapidez excesiva con el toque esmerado de un símil justo, “una calle que se extendía como una larga bufanda de lanas de jerséis diferentes” (pág. 93), “cada situación se abría ante mí como una muñeca rusa. Todo era demasiado complicado, todo tenía demasiadas capas” (pág. 121), una metáfora impactante “La lengua española es una bestia con púas y garras. (…) no la puedes vestir con el encaje de seda de la lengua francesa sin que sus movimientos bruscos lo destrocen” (págs. 13-14) o con una detención en los hechos para mostrar el entorno o reflexionar brevemente sobre él.