Guadalupe Grande: «La llave de niebla»
por Mª Angeles Maeso
(Calambur, 2003. 74 págs)
La poeta Guadalupe Grande, fallecida el día 2 de enero de este año, fue una colaboradora habitual de la revista hermana, ya desaparecida, Reseña. El nº 354 (noviembre, 2003) de esa revista incluía esta crítica sobre La llave de la niebla. Ahora, la publicamos en Artes hoy, tal como salió en papel, porque es nuestro modo de contribuir a que la grandeza de su poesía continúe viva.
¿Qué buscas, memoria? se preguntaba Guadalupe Grande en su anterior poemario, EI Libro de Lilit (Premio Rafael Alberti, 1995). A ocho años de aquella pregunta, la memoria ya no es para la poeta el perro hambriento que la sigue con mirada lastimera, sino más bien el animal al que ya se le hizo un sitio y por cuyos ojos, sorprendidos o extasiados, las más de las veces extrañados ante la con-fusión, mira la poeta. ¿En qué consiste la extrañeza? Se pregunta, y a la búsqueda de una respuesta parece ir encaminado este poemario. En el poema que da título al libro, la ciudad, vista con su cerco de vallas y zanjas, penetra con sus ruidos el interior de nuestra casa, perturba nuestra soledad, hace imposible la calma, nos empuja hacia una vida de urgencias, que es negación de vida, en la medida en que nuestra respuesta a toda proposición vital es que no hay tiempo. La búsqueda de la llave que abra la puerta del agua limpia, la del orden y del entendimiento, será el poema. Sus silencios, su germen de palabras aún sin voz, serán una llave para abrir el tiempo y hacer fértil la memoria. Para ello la poeta indaga en la infancia sin perder de vista el presente, somete a su memoria a una y otra vuelta de tuerca para extraer luz; navega, no sólo en los recuerdos de sus experiencias, sino en aquellos que corresponden a las vivencias de otros y traspasados como recuerdos de familia, que quedan en la memoria de la poeta, aunque no sea ella quien salga en esas fotos de posguerra.
Gran parte de los poemas están organizados según una complicada estructura que incluye varios planos temporales. Como pusieron de manifiesto los surrealistas, así, simultánea y no linealmente, es el fluir del tiempo de la conciencia: «Miro una ciudad, desde el último piso de la Avenida de América:/son los arrabales de mi infancia. En esa rememoración del pasado que se mide con el presente tienen su raíz los mejores poemas de este libro, como “Centro Comercial”, “Farmacia de Guardia”… en los que la luz de los días va impregnada de la sobra de azul de la memoria. Guadalupe Grande nos adentra con sus poemas-llave en el corazón de las ciudades para, una vez en sus calles, mostrarnos cuán lejos están de nosotros, cuánto ha crecido la distancia entre la ciudad y la naturaleza. Tanto que la ciudad será para la poeta sinónimo de esa lejanía. A sus caravanas, sus atascos, a las prisas de sus gentes, a los ruidos de fuera, se sumaran también sus sonidos interiores, de las habitaciones de la soledad. Tiempo del ayer y del hoy; espacios del adentro y del afuera. Desplazamientos que realiza el lector gozosamente, llevado por un lenguaje que apela una y otra vez a los sentidos. La mirada de la poeta dirige la nuestra hacia sus postales, que son imágenes táctiles, auditivas, gustativas, pero sobre todo olfativas, como corresponde a la mirada del animal extrañado que pervive en el poeta. De ahí sus inquisiciones propias de la retórica vallejiana.Hermosa llave la de su lenguaje, riquísimo en imágenes que sugieren, que apuntan significados sin que nada sea explícito to. »Sucede en el sonido tu pecho/ que recorre las paredes del patio» dice en un poema titulado Eco con el que nos da, más que la memoria de la infancia, directamente sus ritmos. Lenguaje que tiene que ver con la búsqueda de la emoción que reclamaba el sensismo de los ochenta, sin dejar de mirar calle. De ahí que sus poemas-postales vayan impregnados de lirismo pese a su aparente neutralidad realista. De ahí que, sin moralizar, denuncien la vida en las ciudades que nos acogen, pero en las que nunca sabremos dónde estamos, si dentro o fuera. La movediza línea que define el partir o el llegar es la que configura nuestra incertidumbre y precariedad. Guadalupe Grande nos da su llave para deshacer la niebla: sus postales de la memoria asombrada, bellísima expresión la negación.