Carmen Díaz Margarit: “El sueño de la salamandra”
por Ana Isabel Ballesteros
(Libro I, Ars Poética, 2019. 91 págs. Libro II, Ars Poética, 2020. 71 págs.)
Las sirenas, gacelas, alondras de esta poeta, con todo su poder de denuncia, se convierten en salamandra en estas nuevas entregas de su poesía. La salamandra pasa del dolor indignado por las injusticias del mundo hacia mujeres y niños, a encarnarse en ellos y sufrir desde su interioridad. En el segundo libro, la salamandra se rehace y revive con gratitud hacia una forma de amor plena, que contrasta con el desamor y egoísmo dominantes en el primer libro.En la entrega publicada en 2019, el maltrato y el abuso infantil hablan con las voces apagadas por los siglos desde el Bagdag del siglo VII a. C. y en progresión hacia nuestros días, sin grandes variaciones por lo que respecta a la crueldad, la insensibilidad, la esclavitud, la opresión, en un paralelismo terco remarcado por los títulos y los inicios de cada poema, que sitúan espacial y temporalmente las calamidades respectivas. Los niños se ven secuestrados, torturados, muertos y sus cuerpos sollozan, pero nadie los reclama (pág. 29); las niñas sufren violaciones, matrimonios impuestos, trabajos rudos “En sabanas de ciervos y flores silvestres / asediaron mil niñas que ya no podrán florecer” (pág. 28). Las rupturas de la armonía del mundo se corresponden con las rupturas de la métrica: cada poema de la primera parte se titula con el lugar y el siglo del suceso que se presenta de modo descarnado, en versos con ritmos rotos o desgarrados, iniciados con frecuencia en la cadencia del endecasílabo y desposeídos de su melodía en las sílabas finales “eleva a una muchacha hasta la grupa de su caballo” (pág. 32).
El remanso de una época feliz se abre paso, sin embargo, en el siglo IX, en La Volinia, donde, después de una catástrofe bárbara, “Siervas y condesas dominaban el mundo / sin más techo que la nube, / sin más nube que el cielo (…) / guiaban estrellas como las amazonas sus caballos” (pág. 27), aunque, implacable, la sed de dominio y conquista continúa y se diversifican sus tentáculos en un mundo con leyes de selva.
En la segunda parte de este primer libro, la mirada externa y panorámica del yo poético se interna en niñas de infiernos solitarios, desamparadas: “Su madre era oráculo de los dioses / pero aquel día no estaba escuchando” (pág. 54), a veces atropelladas por sus propios padres o por los amigos de estos. Como en la primera parte, intensifica la congoja el contraste con los momentos de belleza, en que también el ritmo se remansa en versículos o en versos bien pautados: “Recién nacida miro las estrellas. / De pronto dos zafiros azules me deslumbran. / Están en el rostro de la mujer más bella del mundo” (pág. 56).
La lucidez de estos niños en ocasiones abre el entendimiento del lector a esos abismos: “No llores mamá pero hoy me marcho (…) Allá donde los niños sueñen / y se inventen querubines en el viento / sin que las serpientes negras les puedan tocar” (pág. 61), pero el silencio de la poeta tras tales revelaciones insinúa la indiferencia o la incomprensión de los mayores, y la impotencia para liberarse solo logra ratos de amigos imaginarios al otro lado de los espejos.
La transformación de la niña en salamandra en la tercera parte del libro anuncia una vida nueva frente a ese mundo de maldad: “Entonces Dios me elevó con sus alas desde el mismo fuego / y me convirtió en suave salamandra / que cortan y sigue caminando” (pág. 78).
En el libro II el renacimiento de la salamandra queda iluminada y esperanzada con la vivencia plácida de un amor sereno, en el que encuentra refugio con frecuencia. Al expresarlo, los versos se acomodan a la suavidad de heptasílabos y endecasílabos: “Porque puedo contarte / aunque sea serpiente ante la rosa / que vivo de este amor y con su hechizo” (pág. 17). Con todo, no quedan lejos los miedos de no alcanzarlo, de perderlo, de errar en su manifestación, de sucumbir en las incertidumbres… miedos que se deslizan poema tras poema hasta el último.Este segundo libro está apellidado por la tradición vanguardista, sea aleixandrina o lorquiana, y por las lecturas de Salinas o de la cultura grecolatina, presentes también en los primeros libros de Díaz Margarit. Recupera pues, la poeta, su voz antigua, como recupera sus recursos, entre los que resaltan particularmente las metáforas entre dos términos igualmente imaginarios y lo que se han llamado “imágenes visionarias” a la manera aleixandrina: “Si la niebla es un niño bellísimo / diseñaré la palma de tu mano en un acuario / para que pueda nadar en verde y plata” (pág. 37), si bien más domeñadas que en libros anteriores no obstante.
Ciertamente, la poeta recompone sus símbolos personales, “Desfallece la sirena de madera / mientras la salamandra duerme fatigada en mármol de azufre” (pág. 20), y gran parte de ellos mantienen su antiguo diálogo con los lorquianos, como “el idioma secreto del agua” (pág. 20), “amor que se ahoga en un pantano distante” (pág. 34), “Como sirena sin agua no respiro” (pág. 43), “la nuca de los árboles” (pág. 24), “un cielo de tréboles” (pág. 31), “piernas de musgo” (pág. 33), “seno de hierba” (pág. 36), “ofrecerte un futuro tan largo como un niño” (pág. 24), incluso en la orientación semántica de los colores, “el hechizo se rompe en esmeraldas” (pág. 24), “nadar en verde y plata” (pág. 37), “escamas verdes” (pág. 43), “el deseo ávido de un pecho insumiso / en un verde infinito” (pág. 26), “la libertad violácea se marcha” (pág. 25), “carita de delfín violeta” (pág. 28),.
La sucesión de citas de distintos autores en referencia a la simbología de la salamandra, con que se cierra el libro, pretende orientar al lector respecto a la elección del animal, como en numerosas ocasiones anteriores la poeta había explicado el porqué de los otros pivotes de sus versos. Así, Díaz Margarit invita a releer este poemario para identificar oportunamente más sentidos.