En el Centenario de Paul Celan
por Julia Sáez-Angulo
Se celebra el centenario de Paul Celan (Chernivtsi, Rumanía, 1920- París 1970) y el germanista José Anibal Campos junto a la rumanista e hispanista Ioana Zlotescu participaron el Hay Festival de Segovia en el pasado mes de septiembre para hablar del célebre escritor. En 2015 hubo un gran congreso sobre el citado autor. Para hablar sobre Celan, hemos entrevistado a José Anibal Campos (La Habana, 1965). Es traductor literario y ensayista.
- ¿Cuáles fueron los resultados más notables del congreso sobre Paul Celan celebrado en Cáceres en 2015?
El congreso fue organizado por dos importantes hispanistas y escritores: los investigadores Mario Martín Gijón y Rosa Benéitez. Su valor reside ante todo en su labor pionera en muchos sentidos: no sólo fue la primera ocasión en que se organiza en España un evento sobre Celan de tales magnitudes (tres días de duración y un número importante de ponentes), sino que también fue relevante por su heterogeneidad. Había allí auténticos especialistas en la obra de Celan, poetas que se sienten influidos por su obra o han reflexionado sobre ella, filósofos y teóricos y, muy importante, traductores. Lo que más me impactó fue la ponencia de un joven investigador alemán, Andreas Lampert, que ofreció una conferencia brillante sobre el humor en Celan. También participó a distancia, con un interesante texto, un escritor que se ha ocupado mucho de los aspectos biográficos de Celan: Carlos Ortega. Y participamos varios traductores. Todo ello sentó las bases, al menos en teoría, para un encuentro entre varios «frentes» de acercamiento a la obra del poeta rumano. Por un lado, creo que por primera vez se escuchaba en España una disertación tan brillante y contundente sobre un aspecto de la poesía celaniana apenas abordado: su ironía, su humor, su gusto por la boutade, el retruécano cargado de bilis. En segundo lugar, creo que queda mucho por hacer para divulgar en la lengua española lo mucho que hay ya publicado en alemán sobre la vida y los contextos de Celan. Muchas veces su obra ha sido estudiada sin tener en cuenta los aspectos biográficos concretos que están detrás de cada poema, y eso ha dado lugar a una recepción de la obra celaniana a veces emotiva, a veces supuestamente «profunda» o «académica», pero que no tiene en cuenta la historicidad de cada poema ni los contextos en que fueron escritos. (Casi siempre porque muchos de esos «teorizadores» no conocen la lengua alemana o la dominan muy deficientemente.) Y en tercer lugar, fue importante que se les diera voz allí a los que sí conocen la lengua de partida. Normalmente, la Academia tiene muy poco en cuenta a los traductores como personas que reflexionan sobre las culturas que conocen bien. Craso error. De ahí que, a mi juicio, la crítica literaria y la crítica de la cultura, cuando se trata de contextos ajenos al español, sea a veces tan deficiente o amateur.
- ¿Fue Celan realmente el mejor poeta en lengua alemana de la segunda mitad del XX? ¿Fue realmente una “venganza” contra los alemanes verdugos -sobre todo nazis o filonazis- escribir en su lengua o pesó más bien el mundo de lecturas en alemán que tuvo junto a su madre? ¿Por qué no escribió poesía en francés?
Prefiero no hablar en categorías de mejor o peor. Celan es sin duda el poeta más estudiado y, seguramente, el nombre más conocido de la poesía alemana de postguerra. Pero lo más importante es que fue el poeta que, por primera vez y del modo más radical (tanto con su obra como con su propia biografía), confrontó a los alemanes y a su mundillo cultural con la elaboración literaria de los crímenes del nazismo. No creo que haya ninguna voluntad de venganza por su parte en seguir usando la lengua alemana, que era, en definitiva, su lengua materna. Lo que sí hay es una voluntad firme de estudiar a profundidad esa lengua, de desmontarla como se desmonta un mecanismo de relojería, de someterla a un análisis crítico. Yo creo que la respuesta al por qué no escribió en francés podría encontrarse en lo anteriormente dicho: el alemán es su lengua materna y la lengua de su formación literaria.
- ¿Qué aporta su libro Una temporada en el Danubio. Paul Celan en Viena (1947-1948)?
Creo, modestamente, que informa acerca de un capítulo muy poco conocido y estudiado en la trayectoria de Celan: sus meses en Viena. Y no sólo son aspectos desconocidos en España, sino que han sido también en parte poco atendidos en el propio ámbito de la lengua alemana. En Viena, Celan debuta con tres publicaciones importantes: 17 poemas en una revista literaria; su primer libro (que no es un libro de poemas, sino un ensayo sobre el pintor surrealista Edgar Jené); y su primer poemario, el luego impugnado La arena de las urnas. Pero aquí se produce también la primera recepción crítica de su obra: una reseña breve y negativa a los poemas publicados en la revista PLAN. También de su estancia en Viena surge lo que sería la primera obra musical a partir de un poema suyo, un Lied compuesto por un músico de Graz, Walter Kainz. Por otra parte, la estancia vienesa está estrechamente vinculada a su actividad intensa dentro de un grupo de escritores y artistas surrealistas, al punto de que Celan participa en la primera gran muestra del grupo no sólo con una lectura pública de sus poemas, sino también con una obra de arte propia, de la que sólo tenemos por ahora una breve descripción en una nota de prensa: «un antifaz fijado a un pliego de papel con unas chinchetas». Ahora bien, aparte de todo lo mencionado (que es quizás anecdótico), hay que decir que Viena es la ciudad de habla alemana en la que Celan pasa más tiempo, y aquí, en los años de los comienzos de la guerra fría, se ve confrontado ya, in nuce, con los problemas a los que habrá de enfrentarse años después, tras debutar en Alemania y ser reconocido como un poeta relevante: el antisemitismo aún latente, la ceguera de cierta izquierda para con los crímenes del estalinismo, el intento por des-historizar y desideologizar su obra al tratarla como un producto meramente estético o perteneciente al ámbito de la filosofía del lenguaje, etc. Todo ello se refleja de un modo u otro en este libro.
- ¿Su suicidio se explica al igual que el de Stefan Zweig y Walter Benjamin?
No lo creo. O tal vez en parte sí, pero sólo en un aspecto: todas esas muertes voluntarias, de un modo u otro, están vinculadas al nazismo y al antisemitismo. Benjamin se suicida, a mi juicio, en un acto casi meditado, cuando ve cerrarse todas las puertas que hubieran podido salvarlo, con el exilio, de las garras del nazismo; sobre el suicidio de Stefan Zweig corren muchas teorías, pero si bien es cierto que en su caso también lo marcó la desesperanza, en un momento en que el avance del nazismo en el mundo parecía imparable, él se hallaba a salvo en Brasil, y existen documentos que demuestran cierta tendencia a los estados depresivos conjuntos en la convivencia con su segunda mujer. Zweig, además, era un hombre tan prudente (o pusilánime) en su proyección pública, que se vio enredado en grandes contradicciones con el entorno intelectual a la hora de tomar partido público por ciertas cosas. Ya le había pasado durante la I Guerra Mundial. El caso de Celan también está relacionado con el antisemitismo latente o manifiesto, real o imaginario en la interacción de su persona y su obra con el mundillo cultural de la República Federal de Alemania en los años 50 y 60. Pero, al hablar de Celan, yo soy mucho más radical: lo mataron en buena parte los tejemanejes de un mundillo literario que, en muchas ocasiones, se revela como un nido de ratas (es así en todas partes), a lo que se sumaron las injustas acusaciones de plagio por parte de la viuda de Yvan Goll. Todo ello, en combinación con un estado psíquico frágil e inestable, se conjuró para empujarlo a las aguas del Sena.
- Pasemos a Gregor von Rezzori, uno de los autores en que Ud. se ha especializado. Se le ha comparado con el pintor Georges Grosz ¿Cómo ve este paralelismo?
Me parece muy acertado, y creo que yo mismo lo he señalado antes en alguna parte. Rezzori no sólo era un gran dibujante con la palabra, sino también con la plumilla. Su capacidad para caracterizar a un personaje con un derroche mínimo de palabras se refleja también en sus artes como dibujante. Los dos tienen una proclividad por el humor amargo y furibundo, y un gran talento para el dardo satírico. Además, los dos eran muy amigos y se carteaban mucho. En la casa de Rezzori en la Toscana se conservan algunas de esas cartas. En cierta ocasión uno de los hijos de Rezzori me confesó que su padre poseía una capacidad especial para detectar los rasgos menos simpáticos de sus detractores, a los que respondía luego de un modo fulminante y mordaz. Eso está presente en toda su literatura. Ahora bien, no debe confundirse esa proclividad satírica con falta de hondura o de seriedad. Ése ha sido un gran error de los mecanismos legitimadores de la literatura en Alemania en relación con la obra de Rezzori.
- ¿Fue Rezzori, en algunos de sus libros, un buen evocador del Imperio Austrohúngaro como coagulante de territorios muy dispersos en Centroeuropa?
Lo es en casi todos sus libros. Alguien lo ha definido como «un Balzac furibundo», en el sentido de que Rezzori sí que lamenta, en cierto modo, la pérdida de esa «comunión» de pueblos, lenguas, culturas y religiones que fue el Imperio austrohúngaro, aparentemente tan bien llevado. Pero, a diferencia de otros monárquicos nostálgicos, como Roth o Zweig, Rezzori nunca idealiza ese periodo. Es un hombre demasiado escéptico como para idealizar nada. En español se le conoce más por esa vertiente. Pero, en mi criterio, lo más importante de Rezzori reside en su obra más «moderna», una serie de novelas que se mueven en la frontera entre la tradición de la narrativa europea y la postmodernidad, dando pícaros saltos entre una y otra. Y eso, en cierto modo, lo hizo avant la lettre. Eso lo convierte en inclasificable por las academias. Tal vez sea ésa una razón por la cual nunca fue bien acogido por la Germanística alemana. Y, a estas alturas, yo diría que por suerte, porque eso ha ido en beneficio de su obra en otros ámbitos culturales. A Rezzori hay que verlo como un legítimo y original seguidor de Robert Musil, el único autor de habla alemana, dicho sea de paso, que admiraba sin reticencias. Y esa obra más «moderna» (Edipo en Stalingrado, La muerte de mi hermano Abel, Caín) es la continuación de la labor incompleta de Musil en el sentido de que es un análisis despiadado de la pérdida de la idea de Europa, pero no a causa de la caída las monarquías, sino por el triunfo de las sociedades de consumo, la norteamericanización, la sociedad del espectáculo, la frivolización de la vida moderna, y un largo etcétera. Todo ello, magistralmente narrado desde el punto de vista estilístico.
- Stefan Zweig es otro de los autores en que Ud. se ha especializado. ¿Se sostienen bien hoy todas sus biografías?
Lo que es sostenerse, se sostienen bien, ya que siguen gozando de un éxito enorme en España. Ahora bien, eso para mí no es un criterio de la calidad del autor, con un lenguaje, por lo general, desfasado y bastante arcaico, sino que es un indicativo sociológico de cierta minoría de edad de un colectivo lector. También es síntoma, a mi juicio, de las carencias fatales en los mecanismos legitimadores de la cultura en España. Yo me alegro por mi editorial, Acantilado, de que Zweig se venda muy bien. Pero, por otra parte, como estudioso de las letras alemanas, echo de menos que no se publique a otros autores contemporáneos como Martin Pollack o Karl-Markus Gauß que tratan el tema europeo o mitteleuropeo con brillantez estilística y desde perspectivas más contemporáneas. Pero eso ha de ser resultado de la labor conjunta de muchos agentes culturales, y la crítica literaria española es —por calificarla con un adjetivo inofensivo— muy perezosa. A mí, que fascinen tanto Tolstói o Thomas Mann, con su humanismo trasnochado, y que no se preste mayor atención a autores literariamente igual de grandes, pero con una mirada que podría sernos mucho más útil en la comprensión de nuestra vida actual, me resulta incomprensible. Por no decir escandaloso. Pero eso no es sólo labor de editores o traductores. Muchas cosas están incluso publicadas, pero reciben poca o ninguna atención. Pereza y palabrería fácil, se ven con demasiada frecuencia en la prensa cultural española.
- Usted ha traducido unas ochenta obras del alemán al español y ha sido reconocido por ello por el gobierno de Austria. ¿Cómo se organiza para una obra tan ingente?
Con eso del premio en Austria hay un malentendido que tiene su origen en una antigua ficha curricular mal redactada y que todavía circula. Pero es cierto que he recibido algunos reconocimientos en Austria, Alemania y Suiza con varias becas importantes de trabajo. Ello ha contribuido a garantizar un marco de trabajo que se refleja en esa cifra de libros que usted menciona. ¿Cómo me organizo? Ni yo mismo lo sé bien. Respondo a esto con unas palabras que he tomado en préstamo a un importante editor alemán: con muchas horas delante del ordenador, viendo cómo mi trasero se achata y achata cada vez más.
- ¿Qué trabas o dificultades fundamentales hay de una lengua a la otra?
Las dificultades son muchas y de muy diversa índole: lo primero, y no lo más grave, es que uno está lidiando constantemente con aspectos culturales distintos, con realidades (históricas, sociales, morales y religiosas con frecuencia muy distintas); y luego están todas las dificultades técnicas que implica el navegar entre dos lenguas diferentes. No sé, por poner un ejemplo, el alemán literario tiende a cierta substantivación de las acciones, mientras que en castellano preferimos verbalizar. O los asuntos que atañen a las mentalidades de los pueblos: el ejemplo clásico del modo de preguntar la hora. Mientras que nosotros decimos «¿Qué hora es?», los alemanes, con su mentalidad protestante de la eficiencia y la puntualidad, preguntan, literalmente, «¿Cuán tarde es?», como si para ellos nunca fuera temprano lo suficiente.
- ¿Por qué se decidió Ud. por la Filología Germana en su juventud?
Bueno, resumiendo: por culpa de la dictadura cubana. Mi verdadera vocación era estudiar periodismo. Pero en Cuba, para que te aceptaran en la carrera de periodismo no sólo era preciso tener buenos resultados en el Bachillerato (que a mí me sobraban), sino que había que ser militante de las Juventudes Comunistas (y yo no lo era). Como siempre supe que yo y las matemáticas no nos llevábamos bien, tuve que decidirme por una de las pocas carreras de Letras que estaba a mi disposición, y opté por Germánicas.
- ¿Cómo se vive en Viena, haciendo paréntesis de la pandemia, ciudad calificada como grata y cómoda para habitarla? Celan vivió poco tiempo en ella y la abandonó.
Aquí se vive muy bien. De hecho, Viena ocupa a nivel mundial el número uno (o al menos uno de los primeros lugares) en la categoría de ciudad habitable. Y ello se debe a algo que en España, con su coquetería neoliberal descontrolada, puede sonar a ciencia ficción: la ciudad está regida desde hace décadas por la Socialdemocracia. Y aquí no se han desmontado (al menos no con la gravedad de España) los mecanismos de protección social que no tienen nada de comunistas, sino de sensatos, porque buscan evitar una fractura de la sociedad que nos traiga de nuevo caudillos al poder. En cuanto a lo segundo: la breve etapa que Celan vivió aquí no puede compararse con ésta de ningún modo. Celan estuvo en la capital austriaca entre diciembre de 1947 y junio de 1948. Eran los años de la postguerra y de los comienzos de la Guerra Fría. Había hambre y carencias de toda índole. Creo que al principio mencionaba ya algunas de las causas (no todas) por las que Celan pudo abandonar la ciudad con destino a París.
- ¿Con qué frecuencia visita Galicia y Asturias, tierra de sus ancestros?
Cada vez que puedo. En circunstancias normales, por lo menos cuatro veces al año. Ante todo, porque allí vive mi hija, y porque, dicho sea de paso, es el sitio de España donde más a gusto me siento. Tienen un raro don los gallegos: yo lo llamo «una ironía escéptica aplicada». La emplean para todo en la vida, y quien aprende esa forma del trato se adentra en un universo único, muy singular dentro de las distintas regiones españolas. Mis mejores amigos españoles (o con pasaporte español, digamos) son oriundos de allí. A pesar de haber vivido un año en Madrid, otro en Barcelona y cuatro en las Islas Canarias (ese error geográfico), en ninguna otra parte he encontrado, como cubano (pero también por una manera de ser muy individual), una comunión tan grande con gente tan distinta. Asturias, por otra parte, es la patria de mi abuelo materno y la región donde viven todavía muchos parientes, a los que aprecio mucho por su sencillez y la reciedumbre y entereza de su carácter.
- ¿Qué queda de su cubanidad?
Una buena pregunta, que me conmueve. De mi cubanidad queda algo esencial: el desprecio por todo lo que limite mi libertad, y la predisposición mental a no sentirme extranjero en ninguna parte, aun no perteneciendo a ningún sitio. También mi permeabilidad a todo lo nuevo. Yo quemé todas las naves y dinamité todos los puentes con mi país de origen. Y, tras mucha reflexión, mi conclusión es que la nación cubana (como concepto que tanto daño ha hecho a mi país) debería desaparecer, apaciblemente, fundirse en un proyecto empresarial con Miami para convertir a la isla en un inmenso parque temático: Revolutionland, tal vez hasta con capital de Donald Trump. Es una distopía, pero no me parece, a decir verdad, imposible del todo.
- ¿Qué proyectos se trae actualmente entre manos?
Pues ahora mismo tengo cinco libros por contrato, cuatro ajenos (como traductor) y uno propio. Del propio sí que puedo hablar: se trata de un ensayo amplio sobre Celan en Viena. No una antología de autores diversos, como la que ahora se presenta y que hemos comentado aquí, sino una especie de retrato de la ciudad de Viena entre 1947 y 1948. El relato sobre un escenario, como un teatro, en el que se mueve una figurita casi escondida que se llaman Paul Celan.