Raquel Gutiérrez Sebastián, José María Ferri Coll, Borja Rodríguez Gutiérrez (eds.): “Historia de la literatura ilustrada española del siglo XIX”
por Ana Isabel Ballesteros
(Santander, Universidad de Santiago de Compostela/Editorial de la Universidad de Cantabria, 2019. 573 páginas)
Los tres editores han logrado un volumen con la suficiente solidez, amplitud, coherencia y globalidad sobre un tema generalmente considerado como subsidiario y por eso escasamente atendido hasta hoy.La lectura de estas páginas demuestra el resultado tan distinto conseguido cuando los escritores y los ilustradores colaboraban estrechamente, frente a los efectos que provocan aquellos casos en que no pudieron compenetrarse o no pudieron trabajar conjuntamente. Se observa también la disparidad de actitud de los escritores, a veces desdeñosa, a veces partidaria y entusiasta, cuando no cambiante, decepcionada o frustrada frente a la idea del acompañamiento de imágenes o la inserción de estas en las páginas de sus ediciones. De especial atractivo en esta línea se presenta el capítulo sobre Pereda debido a Raquel Gutiérrez, ejemplar en cuanto a cómo podría constituir una historia paralela de la composición literaria las relaciones entre dibujantes y escritores. Al mismo tiempo, hasta qué punto es provechoso, para el conocimiento de la concepción e intención de las obras, y en concreto para las de este realista, las indicaciones dadas por los autores a los ilustradores, tanto como los casos de retroalimentación, cuando los dibujos o grabados iban realizándose al mismo tiempo que iba avanzando la redacción de las novelas, hecho que así mismo se produjo con La regenta o con algunos episodios nacionales, según demuestra Quesada Novás en otros capítulos.
Por otro lado, resulta llamativa también la heterogénea concepción de los grabados e ilustraciones por parte de los artistas, la mayor o menor minucia en la reproducción gráfica de las descripciones dadas por los escritores, la elección de las escenas que replican visualmente, e incluso las contradicciones entre textos e imágenes, y las disonancias que pueden surgir en el lector en la confrontación de unos y otras.
Con frecuencia se aprecia un intento por parte de los dibujantes de aludir fundamentalmente a los contenidos de tipo argumental de las obras que ilustraban y, en cambio, pocas veces se trasladaba a la imagen el tono y el estilo, como señala con mucha perspicacia Molina Porras respecto a las novelas de Valera en el capítulo correspondiente, pero también Quesada en las relativas a Galdós.
Mayor interés constituye el constatar cómo en ocasiones la ilustración sobrepasa al texto en calidad, en precisión, en connotaciones o, a su vez, resulta explicado por las palabras, como se ve en el capítulo redactado por Botrel; cómo a veces su presencia cumple una finalidad didáctica o incluso llega a sobreponerse al texto y suplantar el papel de este.
En el volumen se tiene en cuenta, también, a los escritores con dotes de dibujantes más o menos desarrolladas y aplicadas a sus propias obras, de los que el caso más conocido es Gustavo Adolfo Bécquer, y en segundo lugar, Galdós, según ya habían estudiado Arencibia, Miller o Troncoso.
Un estudio como el presente solo era posible con la participación de un equipo experto que ejemplificara desde distintas perspectivas los aspectos diversos de las ilustraciones de obras literarias en el siglo XIX.