Laura Garavaglia: «La simetría de la nuez»
por Alberto García-Teresa
(La Garúa, 2020. 122 páginas. Traducción de Giovanni Darconza)
Varias pautas muy singulares marcan la obra poética de la italiana Laura Garavaglia (Milán, 1956), a tenor de lo que nos presenta esta antología exquisitamente editada por La Garúa. Por un lado, un fuerte impulso presentista y vitalista, que le lleva a aprehender el entorno de manera atentísima. Por otro, la ciencia (en concreto, la Física), que, más allá de ser tema o referente, construye una forma particular de mirar la realidad.Garavaglia parte de la observación del entorno tratando de capturar cierta atmósfera de permanencia y de trascendencia. Comienza retratando estampas o acciones relacionadas con la naturaleza. En ese acercamiento se destaca la sencillez de las composiciones, que elimina lo accesorio. No en vano, siete u ocho versos suele ser la extensión más habitual de sus textos, que no llegan a pasar de diez nunca… Con ese enfoque delicado y preciso entra a constatar la construcción material de la vida (“somos precisamente eso”, escribe), en especial, de lo corpóreo. Ese será el hilo que más adelante le permitirá tejer sus escritos desde la Física. Así, la perspectiva científica incide en la materialidad de nuestra existencia: “Quisiera / dormirme confiando / al lenguaje de los números mi vida”. Lo palpable, lo consistente, lo causal que da forma al mundo, por tanto, se irá desplazando hasta el centro de su poética. La contemplación del paisaje, de este modo, también cobra progresivamente mayor protagonismo. Al respecto, el cielo y la luz son elementos clave en sus piezas, y se convierten en buena parte en los responsables de las atmósferas casi etéreas de sus textos. Por otra parte, el volumen recoge también algunos poemas narrativos, que tienen dimensiones trágicas pero que mantienen siempre un delicado ambiente de lirismo.El citado anhelo vitalista se transcribe con la plasmación de la intensidad de la vida en sus versos, tanto de manera interna y subjetiva como en su relación con los otros. En cualquier caso, existe un deseo de soledad frente a la despersonalización y la deshumanización (ergo, desnaturalización) de las aglomeraciones y del ritmo trepidante de la actualidad. Es más, su voz se clava como un ancla en la experiencia del presente y aspira a percibir toda su complejidad y sus matices. Sin embargo, ese aferrarse al presente es también asumir la incertidumbre y el desasosiego, aunque sin perder la serenidad, como parte ineluctable de la vida: “siempre existe la potencia del continuo”.