Silvano Andrés de la Morena: «Poeta en la Covid»
por Mª Angeles Maeso
(Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2020)
Silvano Andrés de la Morena (Cuevas de Ayllón, Soria, 1953) es un profesor de literatura que tiene tras de sí una larga obra como periodista y poeta. Poeta en la Covid es su séptimo libro de poemas. Teniendo en cuenta los tiempos de edición, cabe suponer que se trata de un poemario escrito durante los momentos más álgidos de la pandemia. La dedicatoria, que acoge a miembros de su familia, reserva el primer lugar para: “todos los que han estado en la primera línea contra el virus”. Es decir, se trata de una escritura de la inmediatez, arrancada al fragor del impacto de un presente inédito, bajo los estragos de un virus que todavía aletea entre nosotros. Entramos con la advertencia del primer poema, (Exordio, 2014) del que sí cabe pensar que fue escrito previamente: Y un día, no ya la muerte, llega,/ que también/ sino la manquedad de cualquier sentido. Y, a partir de ahí, vamos comprobando que los poemas registran esa “manquedad de cualquier sentido”, acontecimientos y sobresaltos diarios, que levantan escuetos poemas, cribados de todo sensacionalismo, pero que consignan el asombro ante lo que estamos viviendo.
Un lenguaje minimalista, que se nos entrega despojado de puntuación, consigue la apoyatura de sentido mediante la organización versal: versos cortos y pausas mayores fijadas por dobles espacios marcan el ritmo de una lectura lenta y reposada. Se trata de poesía que en voz baja registra lo vivido, unas veces con interrogaciones retóricas; otras apoyándose en referencias intertextuales. No es una crónica, no se trata de poesía de la historia, sino de la repercusión en el poeta de los acontecimientos. Las coordenadas sociotemporales están presentes y se arranca en un tiempo y un lugar concretos, Wuhan, 19 de diciembre, cuando la lejanía se acerca/ por las nuevas rutas de la seda/ ácida y pandémica esta vez. Pero, desde esa inicial ruta que abriera Marco Polo hasta el último verso, lo que cuenta y pesa en este poemario es lo escondido bajo estas siglas SARS, es la incertidumbre, el temor, el aislamiento: los silencios hablan por los codos. En el poema siguiente se musita: Quizá no hay palabras/para lo que trae el aire. Y ese mismo tono, el de un pensar que se asombra y duda, recorrerá todo el libro. Su núcleo se recoge bajo el rótulo Las escenas y los días, que remite a Hesíodo. La modificación del título lleva implícita una alusión al estado de confusión e inactividad durante el confinamiento, de ahí, el predominio de escenas más que el de trabajos; de esos límites espaciales, donde tan precarios nos descubrimos, que cuente menos el hacer que el pensar, menos que ese repensar repensar repensar, que hasta tres veces nos repite el poeta, mientras nos vemos desnortados como el ciego Edipo.
La voluntad por conocer lo que nos está pasando, nos recuerda el poeta, por boca de Lacan, conlleva enfrentarse a lo que no es evidente y, tal vez, a esa voluntad responde la elección de un nosotros como ingenuo y frívolo sujeto, el que se percibe centro del mundo hasta descubrirse, de golpe, tan precario; ese nosotros que, en La aldea populosa del XXI se reconoce frágil ante la partícula/ voraz/astuta/ y tan diligente; un nosotros que se rompe al verse, en parte, responsable como nuevos faustos petulantes bajo una plaga/ que aunque sea muy infernal/ no es de Luzbel ni Satanás/ sino germen terrenal. La soledad descubierta es nombrada en una docena de poemas en los que se registran las tareas posibles, incluidas las vegetativas, durante el confinamiento; poemas que se cierran con el mismo verso, Soledad frente a mi ventana, donde “soledad” es la palabra que sustituye al machadiano mes de abril. Grandes y graves palabras como ausencia, el ser, presencia operan como como sinónimo de la nada.Qué bello es vivir es uno de los poemas más significativo del libro, donde señorea finamente la ironía, un recurso que sugiere más que dice y que deja desnudo el modélico confinamiento coreano: Y leo que los coreanos (del Sur)/son delicia con la bestia/se miden la temperatura/se la miden/ siguen las indicaciones/ trabajan catorce horas diarias/no tienen vacaciones/ prometen esforzarse mucha para el futuro/ven poca televisión/ qué bello es vivir/ nunca entenderé por qué iba tanta gente/ al zoológico/ soledad frente a mi ventana. Confusión todo es confusión es el primer verso de un poema en el que se alza la duda en forma de pregunta: ¿Y si la excepción no es viento pasajero? Y a continuación, cierra el poema repitiendo, también tres veces, el mismo verso: la tentación del dominio. Entre la pregunta y ese obsesivo verso, hay una elipsis que calla lo que se teme: ¿Y si ya estamos en Corea?
Una atmósfera opresiva que presenta como real el proceso que se teme y que se agudiza ante la cita de la Ajmatova y que hace intercambiables los verbos ser o estar en la perífrasis: Estamos siendo/ somos estando. Juegos de palabras que buscan resignificar procesos de deterioro, cuando el sujeto agente es un malware que no da la cara, que opera como un Marco Polo desbocado por la ruta de la seda y que nos lleva a hurgar en las entrañas/ y rozábamos los dedos y miradas/ por todos los pasados/ para llenar el vacío de la nueva nada. (…)
Ayer hoy mañana disciplina /de la huida
Tiempos borrosos, indiferenciados, frente a la impresionante expansión de la primavera y un uso inquietante del “nosotros” que remite a un sujeto colectivo frágil que, alcanzado por la pandemia, queda tocado de soledad y silencio, y que parece ser el destinatario esperado de esta escritura: Nos creíamos inmunes, /firmes /y/ sólidos/ en toda nuestra fiesta. Un sujeto obligado a encogerse en la reclusión del encierro: recluir es el verbo conjugado.
Poemas con la huella del profesor de Lengua y literatura en sus frecuentes guiños y juegos intertextuales, como la presencia del madrigal de Gutierre Cetina en estos versos: Ojos claros serenos/si de un dulce tocar sois infectados/ Por qué si me besáis soy contagiado. Poema que concluye con un verso: Ovidios y Nasones narizados, que es, a su vez, otra referencia al soneto burlesco de Quevedo, con quien volveremos a encontrarnos tres páginas después, donde se denuncia la invisibilidad y el hacinamiento de los cadáveres, mediante otra referencia intertextual: la manriqueña interrogación retórica: qué se hizo de todos los difuntos/ ni urnas ni cajas, en el que señorea el tema del carpe mortem, poema que, a su vez, Silvano cierra con la incorporación del primer terceto del soneto quevediano: Salid a recibir la sepultura,/ acariciad la tumba y monumento:/Que morir vivo es la última cordura. Lenguaje de encierro, que desorienta al sujeto; Hoy me he levantado pensando que era/ lunes/ y era lunes/ como ayer me despejé creyendo que era/ martes/ y era viernes. Lenguaje que gira sobre sí mismo, metalenguaje de gerundios de acción o de proceso en una temporalidad borrosa; el pobre lenguaje del encerrado que acumula sustantivos sin acciones ni sujetos y el adjetivo aflora entre la ruina.
El libro se cierra con tres adjetivos: ingenuos, distraídos, tan incautos /que somos/ acechadores tan solo de deleites inmediatos.
Es asunto de cada cual medir su grado de inclusión o rechazo en ellos.