Miguel Ángel Pozo: «La lluvia que seremos»
por Alberto García-Teresa
(Mueve tu lengua, 2020. 104 páginas)
Un canto a la dignidad de los desplazados, a la dureza de su situación, es lo que construye Miguel Ángel Pozo (Madrid, 1985) en su tercer poemario. Pero no lo hace mediante una mirada compasiva, que habla de ellos con condescendencia, sino desde el respeto y la solidaridad plena, dirigiéndose a una segunda persona a la cual no roba la voz, sino a quien mira a los ojos. Pozo presenta esta obra como “testigo de la Historia”; la de las personas que huyen de Siria (en concreto, con quienes convivió en el campo de refugiados de Moria; germen de este proyecto). Sin embargo, en esencia, nos habla de todos los desplazados y migrantes, pues el libro “nace a raíz del encarcelamiento que a día de hoy viven esos cinco millones de personas en los campos de refugiados”.
Incide en la sensación de exilio, de destierro, de vagabundeo. Recoge la experiencia del encierro, el hacinamiento y la desesperación. Lo hace en poemas secos. Los versos se amontonan y golpean por acumulación bajo una aparente asepsia que, en realidad, la que hace es remarcar el silencio, la soledad y la frialdad de una terrible vivencia. Constantemente, habla de situaciones de ese momento, de resultados de un proceso de degradación, deshumanización o dolor.
Al mismo tiempo, el poeta construye una proclama por el vitalismo. Las imágenes y las metáforas que despliega, que subrayan la dimensión lírica de la realidad, inciden en ello. Varias fotografías ilustran las páginas. Con todo, remarca que “nadie tiene la fuerza de aguantar tanta utopía”. Asimismo, las imágenes de van escorando hacia lo onírico, lo surrealista; lo delirante y pesadillesco, más bien. De este modo, va construyendo una atmósfera de desesperación realmente estremecedora.El volumen se divide en “capítulos”. Con ello, Pozo nos remite a los parámetros de la narrativa, ya que nos relata una historia, el reflejo de la evolución de unas personas y de sus entornos aunque no las continúe de poema en poema.
La maleta es un símbolo recurrente, con muchas posibilidades por su plasticidad y connotaciones. A su vez, la lluvia es el otro gran símbolo del poemario. Símbolo de esperanza, rebeldía, explosión de felicidad o celebración de la justicia, encaja muy bien en ese panorama desolado al emplearse literalmente como elemento climático con gran ductilidad lírica.
Los cuatro capítulos se abren con un pequeño texto en prosa. Unos, más explicativos, exponen las intenciones y coordenadas de la obra. Otros, por su parte, son verdaderos poemas en prosa con un notable nivel lírico. Estas piezas se insertan en el fluir de poemas del volumen, las cuales siguen una única numeración continua, que no se reinicia ni tras esos otros textos ni con el corte de cada capítulo. En cualquier caso, el horizonte es esperanzado. Así lo remarca el título y así lo apuntala las salidas de cada poema, que remarcan el humanismo como vector de superación.