Lara Moreno: «Tuve una jaula»
por Alberto García-Teresa
(La Bella Varsovia, 2019. 84 págs.)
Desde el dolor surge la potente voz de este poemario, desde una herida abierta que mira el mundo en un intento de sanación personal, de recuperación. El tercer conjunto de poemas de Lara Moreno (1978) incide en constatar la pérdida y el proceso de degradación desde la conciencia del vacío, de la soledad. Lo hace al hablar de las relaciones de pareja y la enfermedad de la niña hija, que aletean desde un pasado reciente pero que manifiestan en el presente aún sus consecuencias. La autora consigue trasladar el movimiento de ese proceso al lector mediante la intensidad de los poemas. De hecho, se registra una exhortación y un deseo de movimiento frente a la inmovilidad del dolor (pues “el movimiento es algo parecido a la esperanza”).
Lara Moreno combina un soporte narrativo (enunciado desde el recuerdo, rememorando episodios) con el registro confesional y cierta inclinación al chorro de conciencia. Porque, en efecto, el “yo” trata de reafirmarse frente al dolor. Se aprecia, entonces, cierto registro expresionista, pero el “yo” no es desbordado por la emoción (sí por la intensidad en algunas piezas redondas). Esa emoción, precisamente, se materializa; se refleja corporalmente y así lo manifiesta Moreno. También se rastrea una desubicación constante, una búsqueda de un espacio propio, más allá de lo relacional o cuando esto ha fracasado, en concreto. Nos habla desde la cotidianeidad, desde el día a día, con lo que se rompe la excepcionalidad de su estado, de sus pensamientos. No en vano, termina enunciando una afirmación que puede tomarse de manera colectiva, tras ser víctima de una relación de posesión, con la que remarca su autonomía y su fortaleza: “Yo no soy tuya / No soy de nadie / Y además / Estoy muy viva”.