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Discos

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Discos

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Akira Kurosawa: La mirada del samurái

por Alberto López Echevarrieta

Alhóndiga Bilbao, del 16 de noviembre de 2010 al 30 de enero de 2011

Los storyboards originales pintados por el gran maestro del cine japonés Akira Kurosawa se exponen por primera vez en España en una muestra que bajo el título de “La mirada del samurai: Los dibujos de Akira Kurosawa” aglutina también carteles, diseños, vestuario y fragmentos de sus películas en un marco en el que no faltan ciclos de conferencias a cargo de destacadas personalidades relacionadas con la cultura japonés, como es el caso de la cineasta Isabel Coixet.

A través de la exposición, magníficamente preparada, se puede seguir la trayectoria del cineasta con los dibujos que pintó para la preparación de los principales planos de sus películas. Un aspecto sumamente curioso es la sección “Epílogo” en la que podemos ver la influencia que Kurosawa ha tenido en cineastas de gran proyección universal, como Francis Ford Coppola, George Lucas (La guerra de las galaxias), Quentin Tarantino (Kill Bill) e incluso Sergio Leone.

Kurosawa, el samurai

Nacido el 23 de marzo de 1910 en Tokio, Akira Kurosawa pasa por ser, con todo merecimiento, el más occidental de los directores del cine oriental. Hijo de un profesor de deportes y descendiente de samuráis, entró en el mundo laboral como dibujante, cartelista e ilustrador. Su marcada predilección por pintores como Van Goh, Cézanne, Renoir y Chagall se aprecia en los miles de storyboards que dibujó para componer planos de sus principales películas, Kagemusha, la sombra del guerrero (1980), Ran (1985) –en la muestra se pueden ver algunas piezas de su vestuario ambientado en el período Azuchi Momoyama del siglo XVI-, Los sueños de Akira Kurosawa (1990), Rapsodia en agosto (1991), Espera un poco (1993) y El mar que nos mira (2002) y de los que más de ciento veinte se pueden ver en Bilbao.

Enamorado de la cultura europea adaptó obras de Shakespeare, Gorki y Dostoiewski con un acierto sin igual. La influencia que tuvo para él el cine negro norteamericano queda patente en sus películas Escandalo (1950) y Entre el cielo y el infierno (1963). Puede decirse con toda propiedad que con Mizoguchi es el más grande de los realizadores que ha dado Japón, siendo admirado no sólo en su país, sino en el mundo entero; igualmente discutido también, lo cual no es un azar, sino también una completa definición, ya que es el director cinematográfico que ha tratado de lograr esa simbiosis total de lo tradicional y lo actual, nervio vivo de la evolución de Japón.

El cine de Kurosawa es motivo de admiración incluso por sus propios colegas de profesión que no han tenido reparo en tomar sus argumentos y trasladarlos a otras épocas y situaciones como homenaje al gran maestro. Cuatro confesiones (Martin Ritt, 1964), uno de los grandes éxitos de Paul Newman, es un remake de Rashomon (1950), de la misma forma que el “spaghetti-western” Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964) es un calco del Yojimbo que Kurosawa había hecho tres años antes. Ver andar por las calles del poblado a Clint Eastwood, con las manos dispuestas a desenfundar sus armas, es estar viendo a Toshiro Mifune en plan  samurái en un escenario semejante, pero en el Japón medieval. Y qué decir de Los siete samuráis, un éxito en el país del sol naciente allá por 1954. Es una historia de más de tres horas de duración ambientada en el siglo XVI y que Hollywood convirtió años más tarde en uno de sus más clásicos westerns, Los siete magníficos (John Sturges, 1960).

El humanismo como meta

Kurosawa admiró a los grandes de Hollywood, siendo John Ford uno de sus realizadores favoritos. Ha habido también correspondencia, ya que Coppola, Scorsese, Angelopoulos, Lucas, etc. se han rendido ante la forma de narrar de este maestro, tal vez no suficientemente reconocido por el gran público debido a la reducida distribución del cine japonés en su momento. Un ejemplo palpable lo encontramos en Vivir (1952), una obra espléndida en la que, con un tacto realmente mágico, nos cuenta la historia de un hombre condenado por el cáncer que descubre que no ha hecho nada en la vida. O en Barbarroja (1964), donde asistimos al conflicto íntimo de un médico de pobres.

Fue un hombre que tuvo predilección por situaciones límites, al borde del melodrama occidental. Le gustaban los extremos porque los encontraba más vivos. No retrocedió jamás ante ellos, sino que los dominó y los retuvo en sus justos límites. Analizó las facetas fundamentales de la contradicción humana en función de la cual viven y actúan los personajes de sus películas.

Al morir en 1998, Kurosawa, lejos de cultivar el arte por el arte, nos dejó, sin dogmatismos, una lección de sabiduría. Es justo que, al cumplirse un siglo de su nacimiento se le tribute un homenaje como el que presenta Alhóndiga Bilbao.