María García Zambrano: «Diarios de la alegría»
por Mª Angeles Maeso
(Ed. Sabina, 2019)
Sabemos que toda escritura está vertebrada por un eje desde el que cada poeta mira el mundo. Sabemos que, en el caso de María García Zambrano, desde su libro anterior, (La hija, 2015) ese eje se llama “Poesía y enfermedad”, algo que ella misma desarrolló en un artículo de 2017: “Poesía y enfermedad. El lenguaje poético ante lo real”. Ahí, recogía un verso de otro diario, El Diario de la muerte, del poeta chileno Enrique Lihn: “no hay nombres en la zona muda”, y María iniciaba su artículo así: “Escribo este texto en la habitación de un hospital. En esta zona muda quiero encontrar las palabras precisas, no viciadas, que pongan lindes al terreno donde germina mi poesía”. Es la declaración de una poética tras asumir que la voz del poema es inseparable del contexto en el que se da la enunciación: “Desde el nacimiento y enfermedad de mi hija, -continúa ella- el eje sobre el que se podría anclar mi poesía no cesa de moverse, incluso de fragmentarse (…) llegó el dolor y la muerte/posible y tuve que nombrar lo real”.Con estas cuatro palabras, María Zambrano baja a la poesía de las nubes para anclarla en lo real y lo hace arrancándose una escritura de lo roto, de lo fragmentado, por donde el hueco de lo silenciado se hace oír. Y sí, María García Zambrano escribe ante ese desafío de nombrar lo que resiste y nos mira en esa zona muda.
En un poema de su libro anterior, La hija, ya nos decía:
Nadie te enseña a rumiar el dolor
(las vacas conocen bien el tiempo necesario)
Una mujer ignora cuánto más soportará
El bolo alimenticio
Diminuto es parte de su boca
Habla
Recita
Escupe
Y continúa.
Ahora, el propósito no consiste en matar al escorpión de la locura como en aquellos poemas de 2012, no, allí ya fue machacada con el puño la tristeza. Aquí se nos recuerda, por boca de Léolo, que soñar no es de locos. Ahora, el desafío es conquistar la alegría, la que vemos en la mirada de esta poeta. La misma que nos sale al paso en estos poemas de su día a día. ¿Cómo lo consigue? Quien quiera saberlo debe fondear en su escritura, ahondar, callar.
Aquí, en estos Diarios nos salen al paso poemas con una fecha, anotaciones, citas de otros autores, imágenes que registran, sin anécdota alguna, sin apenas voz, cuanto sucede ante la serena escucha de la naturaleza:
Sí algún visitante cantara
La historia
Del insecto azul que ejercita
Su vuelo
No hallaría palabra
Tan pura
Para acoger
El dulce
Temblor del agua.
Así nos muestra cuanto salva de raíz junto al latido de cuanto calla. Ahí, bajo el silencio medular de los álamos, en la paciencia de las piedras o en el movimiento de las aguas, de pronto, muestra posible el asomo de la gratitud: Esta gratitud de intuirse a salvo, nos dice la poeta, y comprendemos que “gratitud” es una de las palabras con la que hacer la hucha contra el dolor:
Atesoras ese amor
cuidas sus instantes
para un futuro imperfectoAhí, en esa hucha, la imagen de la libélula que, a fin de cuentas, es ninfa casi toda su vida, será también otro tesoro para llevar a la escritura, junto a la mirada de la hija:
Bienvenida sea la sosegada plenitud
Del martes
Tu mirada
Como Torre de los tesoros
Alumbrando
Un difícil invierno.
Gratitud que pide extender a todo cuanto vive:
Imperturbable pájaro
No olvides
Agradecer
Esta enseñanza.
De ese sereno mirar agradecido rescata ella la alegría:
Los peces en su sed se abren y se cierran
Al ritmo del grillo.
Los sonidos dando forma
A la alegría.
De un ahí a otro, nos lleva gozosamente esta lectura, porque, si los estorninos sueñan sobre el lago su danza, brota un instante de luz en el que brilla la Mirla. Si Benedetti nos pedía “defender la alegría como una trinchera”, ella nos pedirá:
Desear la alegría
No como un mandato
Sí
La poderosa llama
De la supervivencia
Hacia el final concluye: La alegría es decir la alegría Contemplación, gratitud, alegría son las tres palabras clave que, en estos Diarios, conducen al país del amor:
En el pulmón aire puro para cantarle
A la Mirla
El amor a sus amaneceres
De sonrisa
Blanca.
Llama la atención con cuánto rigor está eludida la primera persona. A veces, sirviéndose de las formas no personales del verbo: acoger un roce, albergar un porvenir, vagar, no permanecer, volar… Su opción preferente para la interlocución con el mundo será mediante el uso constante de un tú abarcador con cuanto vive, que también remite al yo oculto de la poeta en todo lo que respira:
Escribes
Pasajes de dolor queman la página
Entreverados
Con el leve parpadeo de la alegría.
O:
Escucha el balbuceo de la hija
Ese lenguaje ya estaba en ti
Atrévete a amar
Su sentido.
Acabada la lectura, desde el orientador prólogo de Carmen Mañeru hasta el último verso, comprobamos con cuántos de los variados usos del tú, el sereno decir de esta poeta nos interpela. Haced la prueba.