Antonio Crespo Massieu: «Memorial de ausencias, poesía 2004-2015»
por Mª Angeles Maeso
(Editorial Tigres de papel, 2019)
Antonio Crespo Massieu, miembro del Consejo Asesor de la revista Viento Sur, responsable de sus páginas literarias y, hasta hace poco, profesor de literatura española en Enseñanza Secundaria es, por encima de todo, el poeta que asume su oficio en serio, el poeta que vincula, en un honda coherencia, su hacer y decir como ciudadano con la materia subjetiva del poema.Así nos lo expresaba en su primer libro, escrito durante la Guerra de Irak, En este lugar, con el que obtuvo el premio de Poesía Ciudad de Irún 2004: “La poesía/ créame usted/ es rigor/ palabra exacta/ pesa y sopesa/ uno a uno los vocablos/ aquilata cada pausa/ lo dicho lo apenas nombrado/ incluso el silencio/ cada letra cada mínimo signo/ créame usted /Señor Presidente/ es cuestión de conciencia/ y en ello le va la vida/ el mundo/ a cada poeta”
De ahí, de esa cuestión de conciencia, también los trabajos de investigación en el área de la creación literaria, los seminarios sobre análisis del lenguaje poético o la traducción de poetas portugueses como Cesário Verde y otros. Todo al paso de la escritura de su propia obra; todo equilibrado en la balanza del viejo kalos kai agathzos de la conciencia.
Ahora nos entrega toda su poesía bajo un título que la vertebra: Memorial de ausencia. Quinientas páginas para mirar el mundo como nos enseñó Walter Benjamin: con los ojos de las víctimas, escuchando las voces de los ausentes. Quinientas páginas en las que cada poema presenta lo que debe ser salvado del olvido, porque a ese norte se ajusta la poética de Crespo Massieu: “Que este memorial sea espacio de acogimiento, casa de los ausentes, memoria viva de los nunca nombrados, rescate del tiempo”. Ese es el deseo que el poeta formula y podemos aseverar que desde el primero de sus libros, su poesía es la casa de acogida de los ausentes, la que sigue abierta en su siguiente libro, Orilla del tiempo, bajo la iluminadora cita, una vez más, de Walter Benjamin sobre el Ángelus Novus que pintara Klee y que dirige el sentido de todo el poemario, el ángel de la historia que se asombra y abre los ojos desmesuradamente sobre los muertos de los campos de concentración y sobre los muertos que los judíos hacen en Ramala. Con el mismo pavor del ángel el poeta se detiene en lo que sucede cotidianamente, en lo diminuto que hace también historia, donde la muerte no es grande ni pequeña, muerte a secas, que nos sale al paso, como les salió a quienes acoge en la última parte de esta Orilla del tiempo en una especie de homenaje a sus autores de cabecera: Paul Celan, René Char, Emmanuel Levinas, Robert Desnos… y a tantos otros que ante ella, sostuvieron la mirada del ángel sin bajar los ojos.Con esa mirada salvadora de la muerte por la memoria, levanta Crespo Massieu estremecedoras elegías como la dedicada al presidente Lluís Companys o las que forman parte de Los regresados (2014), a Miguel Romero, a Félix Grande… hasta llegar al inmenso pathos sostenido a lo largo de todo el libro: Elegía en Portbou (2011) A este lugar real de encrucijadas, donde lo que iba a ser esperanza se convierte en muerte, le dotará el poeta de un valor simbólico para configurarlo como el espacio donde el ángel de Klee mira los desastres de la historia horrorizado. Portbou, el lugar por donde Walter Benjamín deambula como perro abandonado, hasta caer definitivamente, y es también el nombre que simboliza instantes donde triunfa la muerte: el de los trenes hacia los campos de exterminio; el de Antonio Machado y de tantos otros exiliados y perseguidos. Nombres de otros lugares donde lo despedazado lo destruido es evocado por este poeta serenamente de alga en alga, de ola en ola, de vuelo en vuelo; también al instante de Alfonsina Storni o el de Maikovski, también el de Hoyo del Manzanares, de 1975 y el de tantos otros sin nombre: “Vienen los apenas nombrados, los caídos del libro, los tiernos habitantes de los márgenes” que, con los mismos lentos pasos del pálido judío, lo perdieron todo. Elegía en Portbou es ya el nombre para designar los lugares que conforman una geografía de alas rotas, por donde el ángel del siglo XX huye con los ojos desencajados.
Con esos mismos ojos mira el poeta Antonio Crespo Massieu, rescata la belleza de la esperanza secuestrada entre el horror y levanta un magnífico canto (VI) de amor para atravesar la noche. Se trata de poesía como resonancia del pasado que horada la carne como la música; una elegía capaz de trazar un mapa de la pequeña esperanza que no abdica, porque Crespo nos entrega la palabra que le hace sitio al ángel que nos espera y nos dice: “Mira, nos aguarda.” Son los versos finales de esta elegía que concilia el espanto y la verdad en una forma de serena belleza, la que en ese “mira” le da la mano al ahora de hoy mismo, para que la memoria no sea un simple recuerdo, sino su presentación en nuestro ahora de intemperie.
Crespo Massieu es el poeta imprescindible que levanta el acta de lo perdido, de lo arrojado y olvidado por las cunetas de la historia y salva del olvido una belleza cruel (Angela Figuera) arrebatada. Así es como Portbou ya no es sólo un lugar geográfico, sino el topos literario donde el ángel mira horrorizado.
En Obstinada memoria, se adelgaza su lenguaje hasta hacerlo “música del silencio” porque la historia no puede conformarse sólo con el hilo del poder y el ruido de su cortejo, también la historia de la piedad, de la palabra rota que palpita aún, como tantos otros que, con distintos nombres, siguen siendo el mismo ángel que levanta este Memorial, capaz de arrancarle belleza y esperanza a la más honda noche; ahí mismo, donde la Mujer con alcuza de nuestra posguerra es “la misma mujer/nunca vencida” que en Plaza de Mayo niega la muerte; la misma mujer a la que miramos con la misma inquietante interrogación con la que el poeta concluye el poema: “¿Nunca vencida?”
A ese espacio sin certezas, a ese lenguaje de “tierra herida/ con trabajo cultivada” nos lleva su poesía. Así, Crespo Massieu actualiza la elegía clásica: Ante la inmensidad de lo arrebatado (“Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad”, nos dijo W. Benjamin) no hay consuelo en vanitas alguna, ninguna fuga hacia el carpe diem, ninguna melancólica detención en la caída.
Una actualización que consiste en no permitirle a la muerte naturalización alguna, en resistir, sin bajar la mirada, interrogantes, dubitativos, haciéndole espacio al silencio y la belleza. No se puede pedir más de un poeta.
Memorial de ausencia se abre con un prólogo ineludible de la poeta Guadalupe Grande que, al igual que ninguno de los poemas de este Memorial, nadie debe perderse.