Gabriele Münter, la gran pintora expresionista

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Loma, encontrando su lugar en la fábrica de ataúdes

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Maggie Rogers, regresando al hogar

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Mínimo Tamaño Grande: «Return»

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Mdou Moctar, por una nueva justicia

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Mdou Moctar acaba de editar su nuevo disco, Funeral for Justice. Grabado al final de dos años de gira por todo el mundo tras el lanzamiento de Afrique Victime en 2019, Funeral for Justice captura Más»

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Matías Escalera: «Recortes de un corazón herido»

por Mª Angeles Maeso

(Ed. Huerga y Fierro, 2019)

 Matías Escalera es un autor que se ha movido en varios géneros, dos novelas: Un mar invisible (2009) y El tiempo cifrado (2014); un libro de relatos, Historias de este mundo (2011); ha trabajado el ensayo y la crítica, coordinando obras como La (re)conquista de la realidad (2007) y es, sobre todo, poeta, autor de los poemarios: Grito y realidad (2008), Pero no islas (2009); Versos de invierno: para un verano sin fin (2014) y Del amor: de los amos y del poder: de los esclavos (2016); su poesía ha sido traducida al inglés y forma parte de numerosas antologías. A la vista de su capacidad para producir y sistematizar pensamiento, he recordado una conversación con Claudio Rodríguez, cuando de estudiantes le visitábamos en su casa y el poeta nos decía que a él, en una sociedad comunista le tacharían de vago. Esto no se le puede aplicar al incasable trabajador que es Matías, que aborda su tarea de escritor desde todos los frentes para abrir senda al pensamiento, algo aniquilado en una sociedad como la nuestra.Hoy, es el poeta quien nos convoca en torno a su última obra: Recortes de un corazón herido, un libro con un eje vertebrador sobre la esperanza: el único don que quedó en el ánfora de Pandora, ese regalo de bodas que ella no debía abrir, pero que, llevada de su afán por conocer, abrió y cerró corriendo, al ver que todos los regalos de su se le escapaban. A la esperanza, a ese único don que quedó encerrado, nos invita el poeta Matías Escalera.

Desde el principio nos advierte del riesgo de apostar por algo que se esconde tanto que, al menor descuido, se nos escapa.

Desde el inicio nos adelanta dialógicamente sus dudas y tímidas razones:

… Cómo escribir entonces de la esperanza sin tener esperanza…/… Acaso porque otros la tienen… /… Dice ella…

… O porque la tuvieron… (un día en vano tal vez: o no…) /… Dice él…

 Para concluir en forma imperativa:… Los que tenéis el don de la mirada: dadnos esperanza…/… Dice ella…

Porque ver no basta, será ese imperativo: “dadnos esperanza” el encargo que Matías le hace a la poesía, el mismo que él asume para la escritura de este libro. Y con ese norte mira a fondo y desbroza del camino lo que no nos sirve: No al arrepentimiento, tan fácil de desvanecerse en una calma estéril. No al cobijo del cinismo: el del “no quiero, pero lo hacemos”. No a la inconsciencia, para entrar en ella como en la lluvia: sin darnos cuenta. No en búsquedas sin rumbo, las del andar por andar, que llevan a tocar la nada. No se encuentra la esperan. Tampoco dejando preguntas fuera, haciendo que no se ve cómo levanta la mano la palabra economía, la palabra decadencia o la palabra muerte. Ni cerrando la puerta a la belleza de quienes, desde el suelo, limpian y ordenan el mundo. Ni de la mano de grandes palabras como: exactitud y verdad:

Me pides exactitud…

Solicitas la verdad…

 Decir (nombrar lo innombrable) La palabra exacta…

             (… yo mismo la solicité: un día…)

 Pero lo único exacto: la sola y exacta verdad es

La caída…

La invitación que nos extiende exige mirar de frente esa única certeza, resistir ahí sin naderías; a fin de cuentas, nos dice:

Contra la esperanza vivimos

Contra la esperanza nos levantamos

Cada día…

 Ahí, sin bajar la vista, hasta que asome un modo de soñar, por donde ella, la esperanza, tampoco languidezca. Es a esa búsqueda desesperanzada, adonde nos asoma el poeta, la que conlleva el riesgo de conocer a fondo el bosque, de perderse hasta y de pronto son las cinco: Y ya todo es anticipo de la muerte.La esperanza de la que nos habla es la que ya murió encerrada en la jarra de Pandora, la misma que nos sale al paso en un verso de la Eneida de Virgilio, cuando los troyanos, a sabiendas de que Troya está perdida, deciden morir peleando y Virgilio le hace pronunciar a Eneas que: “La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna”. Se trata de medirse y resistir ahí, en el territorio de la desesperanza que Ernst Bloch definió como “lo insostenible, lo insoportable en todos los sentidos a las necesidades humanas”.

Matías Escalera fondea por la poesía del pensamiento y al tono reflexivo se ajusta su lenguaje despojado de humos, (No soy Shane, nos dice, aludiendo al héroe cinematográfico) y al fluir de un pensar dubitativo se ajustan sus versos entrecortados por el silencio que marca con constantes puntos suspensivos, mudez bajo la luz de esa única verdad incontestable que es la muerte, la que nos muestra sin paños calientes, sin estrígilo:

… y de repente la muerte… (sin estrígilo ni metáfora viable…)

Contemplar la cumbre desde la caída como foco para la mirada le lleva a perfilar quiénes son los seres los referentes que pueden acompañarnos, quiénes son los acogidos en la memoria literaria y quienes (trabajadores y sirvientes) los que no tienen representación obra alguna:

            … ¿En la suma eterna de repeticiones encontrarían algún día su liberación…?

¿Dejarían de ser sirvientes: se convertirían también ellos en amos…?

            … ¿Había entre ellos otra hermosa Faustine…?

¿Concebían Bioy o Borges o Virginia acaso esa posibilidad…?

 Es a esos seres que apenas aparecen en las obras literarias a quienes Matías Escalera les da un lugar de honor en uno de los grandes poemas de este libro: Esperanza antes del alba.

El poemario avanza desde esa caída, levantando imágenes como la asociación de la palabra sal a las lágrimas; palabras como ternura o aleluya… Y varios nombres acogidos bajo el epígrafe: Homenaje a algunos hombres con esperanza: Gabriel Celaya, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Fermín Salvochea, El Ché, Antonio Martínez i Ferrer y, sobre todo, como ya he señalado, a Ernst Bloch, el que nos enseñó a enlazar los sueños de la noche con el día, a caminar sosteniendo la mirada asombrada. A construir el futuro deseándolo sin descanso, sin última palabra, porque el futuro no está escrito.

Recortes de un corazón herido es, así, el mapa que nos conduce a sostener en alto El principio de esperanza.