Elvira Navarro: «La isla de los conejos»
por Mercedes Martín
(Penguin Random House, 2019)
La isla de los conejos es un libro de relatos que tiene al menos tres ingredientes interesantes relacionados por una causalidad simbólica: lo fantástico, la crítica social y la locura. Para poner un ejemplo recurro a uno de los cuentos, el que da título al libro, pero que bien podría ser cualquier otro, puesto que en todos funciona la relación.Un hombre ingenioso, pero mediocre, que se dedica a “inventar lo que ya está inventado” en sus ratos libres, decide escapar de la sociedad: De vez en cuando va a pernoctar a una isla del Guadalquivir. Como ven, su escapada no es muy drástica, pues sigue estando en la ciudad, y la isla aunque deshabitada, es urbana, como demuestra su estado: es tan triste y está tan sucia que no puede constituir ningún oasis. Los pájaros viven allí a sus anchas, pasan el tiempo piando de manera estruendosa y el hombre, que no puede soportar tantos decibelios, decide eliminarlos. Para ello, compra diez conejos macho y diez hembra, para que se reproduzcan y acaben sustituyendo a los pájaros en la isla. Pero son conejos blancos con los ojos rojos. Aquí los conejos empiezan a parecer salidos de un cuento fantástico, poco a poco el lector se enterará de más cosas referidas a las costumbres de los conejos, lo que acabará por convertirlos a sus ojos en seres quizá monstruosos. Y este quizá es lo que impide que etiquetemos estos cuentos y los leamos tranquilamente bajo el paraguas de la fantasía. Ya se sabe que las cosas no son blancas ni negras, lo que no tenemos tan asumido es que la literatura puede ser a la vez fantástica y realista.
En otro cuento, la mujer que trabaja en la cocina de un hotel y allí mismo vive, en un cuartucho, acaba soñando los sueños de otros y para escapar de esa pesadilla empieza a pensar que salir del hotel un rato, dormir en la calle por las noches, por ejemplo, en lugar de en el cuartucho, le hará recuperar sus sueños, es un cuento que lo refleja muy bien: no sabemos si esta pobre empleada ha perdido el juicio o lo ha recuperado. No sabemos si sus suposiciones son fantasía o realidad, y tampoco sabemos si su idea de ir a dormir a la calle es una locura, que lleva a dormir a la calle a tanta gente, o es simplemente una solución desesperada fruto de una situación aplastante. En todo caso, el cuento está cargado de simbolismo y no deja de ser sorprendente cómo debajo de la apariencia de fantasía y locura podemos encontrar la crítica social más radical, la que habla a través de la poesía, la metáfora, lo simbólico.Como vemos, todo sucede entre la cordura y la locura, entre el realismo y el género fantástico, entre la vigilia y el sueño, porque el lector tiene que reconocer que en la vida en ciertas circunstancias las cosas se confunden y que la confusión mental es una sensación antes que una realidad mensurable y diagnosticable. En estos cuentos, esta realidad mental que normalmente nos parece poco probable, algo que siempre nos cuentan que le ha pasado a otra persona, se vuelve la consecuencia lógica y hasta razonable de vivir en un sistema tan exigente como aplastante, que reduce a la gente a ser una pieza del sistema o acabar durmiendo en un banco del parque. Por eso, los protagonistas son seres frágiles, con empleos frágiles, con amistades frágiles, rodeados de miedo por todas partes y cuando irrumpe lo misterioso o lo fantástico lo hace a través del delirio o el ataque de ansiedad o la depresión –”la noche oscura del alma”, dice Navarro–, y lo vemos como una via de escape indeseable pero comprensible, y la manera que tiene la autora de denuncia social.
Este libro junto al de 2016 Los últimos días de Adelaida García Morales avalan la idea de que estamos ante una escritora genial de las letras españolas.