Nacho Vegas, canciones para antes de un atardecer en el mundo
por Xavier Valiño
Nacho Vegas publica nuevo disco, un álbum doble en compacto y triple en vinilo, bajo el nombre de Violética. En las siguientes líneas él mismo explica el origen y el contenido de estas canciones. “Cuando comencé a dar forma al repertorio del que sería mi próximo álbum, este que ahora presento, tuve claro que sería un disco largo, aunque por motivos diferentes a los que finalmente han llevado a estas canciones a ser distribuidas en su formato físico en un doble CD y en un triple LP.Venía escuchando a una serie de artistas de distintas procedencias y épocas cuya música estaba ligada de alguna manera al folclore de su pueblo (Atahualpa Yupanqui, Odetta, Alfredo Zitarrosa, Violeta Parra, Pete Seeger, Lila Downs, Anne Briggs…) y que, aun siendo grandes compositores, no dudaban en incluir en sus álbumes versiones de temas tradicionales o de otros autores.
A diferencia de lo que ocurre en la cultura rock, donde prima el culto a la personalidad y se le otorga un valor preeminente al talento del músico como autor o como intérprete -a menudo atendiendo a cualidades tan resbaladizas como la genialidad o el divismo-, en el folk, carente de ese glamur ostentoso, existe una conciencia colectiva según la cual las composiciones propias son un eslabón más (uno más, aunque no por ello deje de ser único y personal y en ocasiones extraordinario) en una larga cadena cultural de saberes compartidos.
Pero no se trata de poner el foco solo en la canción o en el cantante y yo, como alguien que bebe de esas dos ramas de la música popular -el folk y el rock- me planteé hacer un disco que incluyera temas tradicionales asturianos que venía interpretando en directo estos últimos años, así como versiones o adaptaciones de temas de otros artistas al lado de mis propias canciones más recientes. No quería hacer un disco de versiones, sino uno en el que la autoría quedara diluida en favor de una interpretación unitaria de un cancionero heterogéneo.
En el proceso me encontré con algo diferente; no llegué a grabar la mayoría de aquellas versiones o adaptaciones planeadas -solo dos de ellas- y en su lugar y tras una criba reuní una veintena de temas propios. En total registramos 22 canciones, 18 de las cuales forman parte de Violética.Ciertamente, algunos de aquellos artistas que yo tenía como referentes publicaban sus grabaciones a un gran ritmo -muchos sencillos y en ocasiones más de un álbum en un mismo año-, y yo hacía 4 años que no entraba a grabar un disco largo (Resituación) y 3 desde que editara mi último trabajo (el EP Canciones populistas).
El resultado, como me dijo Abraham Boba cuando acabamos de mezclar el álbum, puede percibirse como algo parecido a un recopilatorio de mi propio cancionero. A diferencia de anteriores álbumes, que eran más bien colecciones de temas que pertenecían a un momento concreto acotado en el tiempo, veo este disco como una serie de canciones de distinto pelaje que han acabado ordenándose en un disco poco homogéneo que exigía incluir exactamente el número de temas que incluye para no cojear como álbum por algún lado.
El disco no fue bautizado hasta poco antes de entrar al estudio de Paco Loco en el que grabamos su mayor parte. En un primer momento mi referente era el doble álbum de Vinicio Capossela publicado en 2016, Canzoni della Cupa, en el que nombra a cada uno de los discos con los títulos Polvore y Ombra, respondiendo a la diferencia conceptual entre uno y otro. Como de costumbre, yo había ido escribiendo las canciones de forma desordenada en los últimos años, pero traté de ordenarlas basándome en dos conceptos que se encontraban en el fondo de la mayor parte de las canciones y que considero fundamentales: la ternura y el amparo.
Tomando dos versos de poemas de Raymond Carver, hice una doble lista con mi repertorio y la encabecé con los títulos El don de la ternura y La necesidad de amparo. Provisionalmente, mi doble álbum tendría también un doble título (me venía a la mente el Abattoir Blues / The Lyre of Orpheus de Nick Cave & The Bad Seeds en 2004) y cada disco estaría conceptualmente relacionado con la ternura o con el amparo, aunque en ocasiones la línea entre esos dos conceptos se desdibujaba de forma natural. Además, esa división se acomodaba mejor en la parte más intimista del disco mientras que había temas que no lograba ubicar siguiendo únicamente ese criterio. Y para complicar más la cosa, me di cuenta de que por motivos de calidad la edición en vinilo debía constar de tres discos, así que deseché la secuenciación conceptual y me limité a dejar que las canciones fueran tomando su sitio a medida que las íbamos mezclando.
El álbum tendría un único nombre propio, Violética, y lo veía como una obra dramática -tragicómica, más bien- que podía interpretarse en uno, dos o tres actos dependiendo del formato. Y por supuesto, dependiendo del oyente, siempre soberano, podría interpretarse como a cada cual le saliera del trigémino. Pero hubo un momento en el que creí que todo se venía abajo, que se desbarataban los planes, que no había álbum, ni doble ni sencillo, que no había concepto ni nada que se le pareciera, que todo debía volver a ser grabado… La crisis de estupidez que nos entra a veces a los autores que sobreprotegemos nuestras obras del mismo modo necio que algunos padres sobreprotegen a sus hijos, sin darnos cuenta de que no podemos hacer por nuestras canciones más que una cosa: tratarlas con respeto. Imagino que con los hijos debe de ocurrir algo parecido.De pronto, como suele pasar, volví a ser algo más sensato y conseguí sacudirme parte de la tontería. En una de sus maravillosas novelas, William Saroyan escribió: “Tarde o temprano llega el día en el atardecer del mundo en que lo único que uno desea es echarse en la cama y cerrar los ojos”. Si no fuera uno de los maestros de la ternura, Saroyan a veces resultaría insoportablemente doloroso. Decidí que no quería ver llegar ese momento y, con la ayuda de algunos oídos compañeros, supe ver que tenía entre manos un puñado de canciones que solo podían sonar antes del lejano día en el atardecer del mundo. Entonces fue cuando me pude decir a mí mismo: tengo un nuevo álbum, algo que no deja de sorprenderme nunca por mucho que este sea mi oficio.
Hace poco una buena amiga me confesó que estaba pasando por un momento de su vida en el que le asaltaban un montón de dudas. Cuando le pregunté de qué se trataba no supo responderme con concisión pero me escribió lo siguiente: “Tengo un novio que me quiere, una familia que me apoya, algunas buenas amigas, dos gatos increíbles, un trabajo bien pagado, vivo en la ciudad que quiero vivir, aún puedo ser madre si me lo propongo… Mi vida es perfecta, solo que me apetece hacerla saltar por los aires”.
Me pareció lo más lúcido que me había dicho alguien en mucho tiempo. En los últimos años buena parte de lo que escribo se basa en una premisa: tenemos derecho a la infelicidad. La infelicidad, algo que siempre tratamos de combatir pero que es connatural a cualquier ser humano con conciencia, es lo que pone en valor la ternura y lo que hace tan necesario el amparo mutuo, y si no nos arrogamos ese derecho acabaremos queriendo hacer saltar nuestras vidas por los aires y, mucho más importante aún, perderemos la capacidad de empatía hacia la gente que tiene motivos objetivos para ser infeliz, gente más vulnerable o más lastimada que nosotros. La música popular ha sido históricamente un mecanismo de empoderamiento para los más desfavorecidos, pero también nos sirve para establecer vínculos de solidaridad.
Si hay algún elemento cultural que pueda tender puentes, ese es la música. Y mientras el capitalismo salvaje parece obligarnos a desear ser felices a toda costa y a corto plazo mediante grandes dosis tóxicas de hiperindividualismo y consumismo, la música a veces le canta a aquellas cosas que nos unen y nos hacen a los seres humanos interdependientes y que la ideología dominante pretende barrer debajo de la alfombra. Son esas las cosas que he tratado de plasmar -no sé si con acierto o sin él en Violética: un álbum, unas canciones, la ternura, el amparo y otros materiales de los que está hecha la vida, y además el mecanismo del que dispongo para no hacer saltar la mía por los aires”.