Ricardo Piglia: «Los casos del comisario Croce»
por Mercedes Martín
(Anagrama, 2018)
Un documental de Andrés di Tella muestra al último Ricardo Piglia: un hombre pequeño, mayor, que rebusca en sus papeles. Páginas sueltas de sus diarios, libretas manchadas, fotos, cartas. Es la típica imagen de cómo uno acaba sus días: mirando al pasado, reuniendo sus memorias, si es que eso es posible, porque la memoria aparece en forma de flashes sin conexión aparente, fogonazos en medio de la penumbra. Solo que, en este caso, el que repasa sus papeles sueltos es un escritor, alguien que busca la manera de hilarlo todo.
Dice Piglia en el documental que hay cosas allí, en sus diarios, que no recuerda y cosas que recuerda que no están. Al final, después de llenar “327 cuadernos”, lo que uno tiene es un rompecabezas que es incapaz de resolver, una sucesión de escenas que no conforman ninguna película, la vida de otro.
En 2011, cuando se jubila de profesor en Princeton, Ricardo Piglia decide irse de Estados Unidos, decide volver a Argentina. Dice que él no es de aquí ni de allá, no es de ninguna parte a partir del día en que, con 16 años, su familia abandonó su pueblo natal. Quizá es esa una manera de ser escritor, no ser de ninguna parte, sentirse extranjero estés donde estés.
En Argentina se dedica a releer sus diarios, quiere publicarlos, pero no como suyos, sino como si fueran de otro, un tal Emilio Renzi (su alter ego). No es la primera vez que Piglia utiliza este nombre (su segundo nombre y su segundo apellido) para hablar de sí mismo, es una manera, dice, de salvar la aporía, porque es imposible hablar de uno mismo.
En 2014 le diagnostican ELA y este hombre pequeño y en apariencia desvalido se pone a juntar los pedazos de su memoria a toda prisa. Es una manera de morir con las botas puestas, de vivir hasta el final.
Los casos del comisario Croce, dice en una nota, fueron escritos con la mirada, con un aparato que interpreta los impulsos eléctricos enviados por lo único que Piglia podía mover. Croce, que ya había aparecido en otro de sus libros, le cae bien, dice. Es un tipo relajado, resuelve los casos con una mezcla de imaginación supersticiosa, aplicando una lógica poética, introduciendo el azar.
¿Cómo se ve Croce-Piglia a sí mismo? En uno de los casos-cuentos, “El astrólogo”, se describe:
“Siempre estoy distraído y distante como si me separara del mundo una plancha de vidrio y cuando me intereso por alguien es para interrogarlo, para saber qué piensa o qué hizo. Mientras, los hombres como el Astrólogo solo quieren hablar ellos, decir lo suyo (…) en cambio yo no tengo nunca nada que decir”.