Marta Torres Santo Domingo: «Viaje a Ladack, el pequeño Tibet»
por Mª Angeles Maeso
(Ed. Laertes y El perro malo, 2018. 210 págs)
Marta Torres Santo Domingo es licenciada en Historia, doctora en Filología y bibliotecaria de profesión. No es un ratón de biblioteca: es una ávida lectora y viajera. Y también una escritora que cultiva el relato y, como ahora manifiesta con este libro, una gran conocedora de la literatura de viajes. De hecho, como ella explica en la introducción de este Viaje a Ladakh, el pequeño Tibet, fue el de viaje de Marco Pallis, Cumbres y Lamas, lo que le llevo a emprender su segundo viaje al Tíbet, tal vez, con esa misma búsqueda de renacimiento interior.De su mano viajamos lentamente por esa vertiente norte del Himalaya, oyendo los pasos anteriores que otros nos dejaron y a los que seguimos en sus numerosas referencias literarias; los pasos del ahora de la autora que también nos dan la historia de cada lugar, junto a la inmediatez de su propia mirada, también, a su vez, impregnada de memoria. Desde el inicio capta nuestra atención esa simultaneidad de miradas. Sirva de ejemplo su narración de las siete horas de tren hasta la ciudad Amritsar que le permiten ver lo que les está vedado a quienes hagan el viaje en coche o en avión: esas traseras de las ciudades donde se refugia la miseria de los suburbios y que en la autora propiciarán la evocación de fragmentos Arundhati Roy, en quien se apoya para su descripción, para, acto seguido, cuando el tren ya entra en una zona de campos de arroz y cereal, decirnos: “Contrasta este pulular constante con la soledad de nuestros campos castellanos, en los que podemos recorrer kilómetros sin ver a nadie trabajar la tierra”. Del mismo modo, las figuras de danzantes y las diversas representaciones de animales fantásticos contempladas en de sucesión de templos visitados propiciarán la relación con los monstruos de nuestros bestiarios medievales.
Se trata de una mirada que convoca imágenes de la memoria o del presente y también del futuro: En del Instituto de Dharamsala, esa ciudad en busca de su lugar perdido, ante un museo de muñequitos que representan el folclore de danzas rituales, de la ópera o de escenas de mercado, le oímos decirnos: “Se nota el esfuerzo por representar una riquísima historia que, poco a poco, se irá perdiendo y terminará por convertirse en materia de estudio antropológico y atracción turística”. Algo que ya se advierte en los alrededores de algunos templos, como en el de Manali. Mejor comenzar a subir con ella el Himalaya, cuyos pasos de acceso también atraen como tentadora oferta de riesgo a los moteros de todo el mundo. Pero, aún así, a 3.500 metros de altitud, el silencio de esa primera noche ya es de otro mundo, nos dirá ella.
Por ahí, mil metros arriba, mil metros abajo, nuestro viejo “kalos kai agazos” nos saldrá al paso, gracias a la mano de esta autora que nos recuerda cuán aliadas están en el lenguaje tibetano las palabras belleza y felicidad.
Marta Torres, sabedora de que este territorio ya no es un lugar exótico, sino una parte del mundo del que ya dio cuenta, tras su viaje en 1889 la exploradora británica, Isabella L. Bishop, configura su escritura de otro modo. Por encima de las informaciones, descripciones y anécdotas de todo viaje, este libro conlleva, sobre todo, una mirada literaria sostenida en la repercusión que todo acontecimiento, y un viaje así lo es, provoca en la subjetividad de quien lo vive.
De ahí que nos entregue la confluencia de una mirada sintética, donde la percepción de lo extraordinario convive con la descripción de lo cotidiano. El ojo que se detiene en unos calcetines que teje una mujer en la puerta de una tienda convoca a otros calcetines que vio en los pies del abad de Khardang y estos convocan a su vez a otros que se encuentra en la vitrina del pequeño museo etnográfico y tirando del hilo, también a los del altiplano alpino y, tirando un poco más, esos calcetines quedarán anudados a otros, en los que la exploradora británica también reparó.
Este Viaje a Ladakh, el pequeño Tibet no es un libro de viajes al uso, viene acompañado por la capacidad de Marta Torres para relacionar cuanto observa con los acontecimientos de su experiencia biográfica y cultural. Un gozoso punto de vista abarcador donde la palabra texto hace emerger su etimología.