Arantza Larrauri: «En el laberinto llueve (o el sueño de la razón)»
por Alberto García-Teresa
(Devenir, 2018. 64 páginas)
Con veinticinco piezas, en este breve poemario, Arantza Larrauri (Barcelona, 1976) utiliza la alegoría clásica del recorrido por el laberinto como herramienta para la introspección, para el autoanálisis. El libro está muy bien estructurado siguiendo ese trayecto. En él, se afirma desde el principio la decisión y la necesidad de ese viaje. Pero no para el “yo” ni para una voz identificada con la autora, sino como apelación.Sin embargo, el laberinto no es un lugar agradable al que se accede con gusto. Precisamente por ello, Larrauri incide en la hondura de ese proceso, en la valentía que requiere atreverse a recorrerse internamente en busca de miedos y planteamientos escondidos. De hecho, enfrenta ese trabajo de introspección y su consecuente análisis con la vitalidad de un entorno, de un ambiente, que le reclama (primaveral, en este caso).
Los textos están dirigidos a un “tú” (a pesar de un par de excepciones). En su escritura, la poeta introduce imágenes sugerentes (algunas veces, de pesadilla) y sinestesias. Los versos empujan a esa confrontación con nosotros mismos, con lo que negamos, con lo que rechazamos pero que nos constituye. La voz del poema apela a la superación, a entrar en ese laberinto pero también a salir de él; a huir de la autocomplacencia.Emplea el laberinto de manera literal, como espacio físico. Específicamente, Larrauri coloca personajes tenebrosos en el laberinto. Construye entonces una buena atmósfera misteriosa. Con todo ello, logra algunas piezas verdaderamente inquietantes. No en vano, el viaje transcurre entre sombras aunque, curiosamente, en un entorno natural constantemente retratado: numerosos insectos y otros pequeños animales, además de un amplio muestrario botánico, aparecen en los textos. En ese sentido, la poeta hace uso de la dicotomía luz-oscuridad como bien-mal y seguridad-temor. Las luciérnagas, al respecto, por esa característica de iluminar la noche, aparecen con especial insistencia. Pero también utiliza el laberinto como alegoría, como lugar de aislamiento o de escondite de aquello que no queremos ver de nosotros mismos: “Tal vez, después de todo, / no eres tú quien está en el laberinto / sino que el laberinto está en ti”.
Aunque autónomos, los poemas funcionan mejor como conjunto. Se apoyan y progresan en esa idea de laberinto, de sueño del que uno no puede zafarse y, como tal, la escritora consigue trasmitir angustia en varias ocasiones.
De esta manera, sin innovar en los recursos empleados, Arantza Larrauri logra un buen trabajo que nos abre diversas vías de interpretación y que apela al lector a entrar y formar parte del ejercicio de introspección que traslada En el laberinto llueve. Se trata de un libro misterioso, que tiene la potencia de inquietar al lector al empujarle a una revisión de sí mismo. Así, la escritora nos arrastra a un espacio de interrogación en el que dependemos de nosotros mismos: “Del laberinto saldrás / cuando descubras / por qué quisiste entrar en él…”.