Sara Mesa: «Cara de pan»
por Mercedes Martín
(Anagrama, 2018. 144 págs)
Cara de pan narra la historia de amor imposible entre un hombre de cincuenta y cuatro años y una niña de trece. Serán unos cuantos días, porque les separan tantos años que es imposible andar mucho camino juntos.
A partir de esta premisa incómoda, Sara Mesa juega con las sensaciones encontradas del lector, que está leyendo una historia de amor y un caso de pederastia. ¿Puede existir el amor entre una niña y un adulto? ¿Qué sentimos ante una pregunta semejante? Ambos personajes se muestran vulnerables y es el entorno el que los acosa. ¿Quién va a creer que no se han tocado un centímetro de piel, que todo sucede en el terreno de lo platónico? Nadie dará un duro por esa historia de amor, la ridiculizarán, la demonizarán, la tacharán de locura, la borrarán. A él lo encerrarán, a ella la mirarán con suspicacia: ¿por qué defiendes a ese viejo? ¿Qué te ha hecho? ¿Te ha lavado el cerebro? ¿Puede ser una niña responsable de sus actos y de sus sentimientos? ¿Son sucios los sentimientos? ¿Tienen más derecho que ellos a amarse otras personas–más sucias y perversas– solo porque tienen la edad permitida?
En sus cuentos y novelas, la autora entra a menudo a cuestionar los tabús valiéndose de la perspectiva: lo políticamente incorrecto y lo inmoral se ponen en duda. Y lo hace de tal manera que, realmente, consigue turbar al lector, que llega a dudar acerca de cómo calificar lo que pasa en la historia que está leyendo.Dice Sara Mesa que se le quedó grabada en la mente una anécdota que le contó un amigo suyo prejubilado: Un día estaba en un parque observando jugar a unos niños y llegó la policía a preguntar por qué estaba allí, qué estaba haciendo. Y dice que esta anécdota real seguramente está en el origen de su novela. En nuestra sociedad es sospechoso que un extraño, un adulto, pase tiempo con unos niños, que se haga amigo de ellos, que disfrute observándolos jugar. Los niños no deben acercarse a los adultos, a menos que sean adultos autorizados a estar con ellos. La sociedad, dice Sara Mesa, está muy ocupada tratando de garantizar la seguridad de los más vulnerables, pero a la vez se ha convertido en un lugar tenebroso, cargado de sospechas, pervertido: un lugar donde en las calles hay cámaras de seguridad que nos vigilan, por si acaso.