Encarnación Pisonero: “Los niños, amargo caramelo”
por Ana Isabel Ballesteros
(Ars Poética, Oviedo 2018)
Encarnación Pisonero enarbola una vez más sus pensamientos interiores, sus reacciones ante las noticias del mundo exterior con este nuevo libro. Y una vez más son figuras literarias las encargadas de transmitir mensajes y expresiones alejados de ideologías y de intereses.En la dedicatoria no restringe el ámbito de sus lectores: se dirige a justos e injustos, a idealistas y materialistas por igual. Como los niños que “solo con la palabra / pretenden la conquista”, Pisonero lanza sus anatemas contra las “aves de rapiña”, las “aves necrófagas”, los corazones de “auriga / en el carro del poder” con sus “garras de buitre”, “los licurgos de la moral pactada”, los carniceros de conciencias, pero también clama por los que marquen un camino nuevo y emprendan su “odisea”.
Los símbolos convencionales se lanzan sobre los poemas para teñirlos de esa emoción a un tiempo amarga y esperanzada: “Se miran en los espejos de hielo / con baño de luna creciente, / y se transforman en luciérnagas / de azul cobalto / y verde utopía”. Porque en medio del lamento y del horror, “una niña arroja por la ventana / una lluvia de pétalos”, y porque la poetisa sabe que nada despierta la conciencia de “los asesinos de almas”, pero también que “todo aquello que mate la vida / caerá / por un hilo invisible / un rocío de llanto / o el tiempo cumplido”.
También Pisonero se sirve, como en libros anteriores, del recurso del caligrama, que ya aparece en la cubierta del libro y que en tres poemas contribuye a crear la sensación de caída, de disolución, de desmoronamiento, de destrucción.
Los niños son humanos tiernos en su libro, con sus travesuras (“transgreden las normas que les dictan”) y su espíritu salvaje, con su “voluntad sin límites” que les permite una visión de águila, pero son también el anuncio del futuro de la humanidad, son el reflejo de las perspectivas que la poetisa vislumbra con dolor contenido y con esperanza, porque ella, igual que los niños de su libro, sabe “por intuición / que solo la sonrisa de los ángeles / no miente”.Las denuncias surgen en el ánimo del lector a partir de visiones en palabras, que enmarca a los niños en muerte, en podredumbre, en miseria, en peligros sin que ellos se aperciban, sin que se quejen: “Los niños amargo caramelo, / flor de algodón / o de nenúfar / intentan sonreír / mientras bailan / la danza de los esqueletos”, “bajan al mar / que inundado de medusas / golpea su frágil corazón”, hasta trasladar al lector la desolación de que abran los ojos “como dos soles muertos”.
Pisonero no solo empatiza con la lógica de los niños, con su visión de la realidad, sino que a veces parece trasmutarse en ellos o querer aprender de ellos a aprontarse para la vida, a vivir “al borde del abismo” y confiada “al vendaval / de sus propias creencias” porque, en definitiva, en ser como los niños parece estimar el modo de superar esta época de decadencia.
El yo poético reconoce, con todo, que “Todos somos culpables”, y que conviene pensar en azul para ensanchar el alma; dar por “cobrado / el ajuste de cuentas” y ser uno de esos “eternos niños” que gozan con la entrega.