Samantha Schweblin: «Kentukis»
por Mercedes Martín
(Literatura Random House, 2018)
Emilia hace tiempo que no ve a su hijo, vive sola, es viuda, no le importa a nadie. Para su hijo ella es algo de lo que hay que ocuparse de vez en cuando: llamar, enviar regalos, visitarla anualmente. Así que para que Emilia ocupe su tiempo, su hijo la conecta a un kentuki al otro lado del mundo.
Se trata de un juego digital. Sin salir de casa se conecta a internet y ve una casa ajena: deambula, interacciona con la propietaria de la casa y un traductor hace posible que Emilia entienda lo que esa persona dice. Ella vive esa experiencia “en otro cuerpo”: la cámara a la que está conectada es los ojos de un peluche que rueda por el suelo de otra casa. No lo sabe, pero ahora ella “es” la mascota de peluche de otra persona y, a través de la cámara, asiste a esa otra vida cotidiana. La extraña que ha comprado el peluche se encariña enseguida con él, nadie sabe por qué se ha comprado un kentuki, quizá se lo han regalado, pero la verdad es que la trata como a un gatito, la lleva de acá para allá, le habla y, por la noche, la coloca en su cargador.
Pronto Emilia se engancha a su nueva vida de mascota: por primera vez en mucho tiempo alguien cuida de ella, además, puede hurgar en la vida de otras personas sin implicarse, es la dimensión “voyeur” del juego. Al final, tanto el kentuki como su ama se implican y corren riesgos.
En el libro se dice que el juego del kentuki es un invento tecnológico que ya está en muchas casas, aunque todavía se espera el boom. Algunas personas optan por dejar que el kentuki vea solo una parte de su vida, pero otras se lo dan todo. Por su parte, el kentuki debe aceptar una serie de restricciones: entre otras cosas, no pueden hablar, esa es la primera restricción, pero eso no quiere decir que la persona detrás del kentuki no pueda hacer nada: puede grabar e incluso difundir la vida privada de su dueño en la red, hacerle chantaje o hasta enamorarse. ¿Qué cosas está dispuesta a hacer la gente cuando disfruta del anonimato?
La historia de Emilia es una entre muchas. El libro se compone de diversas historias que se van desarrollando de manera intercalada, lo que crea el suspense. ¿Qué pasará con el amor surgido entre las mascotas de los dos hermanos? ¿Qué pasará con el chico que quiere traficar con los kentukis para hacerse rico? ¿Qué pasará con el divorciado que le coge cariño al kentuki que le han regalado a su hijo?
¿Qué temas toca la autora en este libro? La soledad, la hiperconectividad de las nuevas tecnologías, la privacidad, la amistad e incluso el amor surgidos bajo estas condiciones.
Se pueden hacer muchos paralelismos con la historia de Schweblin, no podemos decir que detrás no reconozcamos la realidad de Gran Hermano, Operación Triunfo, Youtube… Entre los participantes de estos “realitis” y su público surge una familiaridad y una dependencia que los hace vivir otra vida en el universo digital.
Una parte de nuestra vida es pública, está en Google, y el juego del kentuki es una alegoría que quiere recordárnoslo.